El camino a casa fue tranquilo. El cielo seguía despejado, el calor del sol bajando poco a poco mientras las sombras se alargaban sobre las aceras. Aiven caminaba con los auriculares puestos, pero sin música; solo quería bloquear un poco el ruido de la ciudad y quedarse con sus propios pensamientos.
En su bolsillo, el móvil pesaba más de lo habitual.
No por el aparato en sí, sino por el número que había guardado días atrás: el de Noam.
Hasta ahora no lo había usado. No estaba seguro de si escribirle sería demasiado pronto, o si parecería extraño después de que solo habían intercambiado frases cortas en persona. Pero algo en ese receso bajo el árbol había hecho que la idea dejara de parecerle imposible.
Al llegar a su apartamento, dejó la mochila sobre la cama y se tiró en la silla de su escritorio. Encendió la lámpara, aunque todavía entraba luz por la ventana.
Abrió el chat vacío. El cursor parpadeaba como si lo estuviera retando.
•Aiven: Hola, soy Aiven.
Escribió eso, pero lo borró enseguida. Demasiado simple.
•Aiven: Oye, soy yo, chico de la agenda perdida.
También lo borró. Sonaba como si se burlara, y no quería que lo interpretara mal.
Finalmente, tecleó algo más directo:
•Aiven: Creo que no tengo tu contacto guardado… pero tengo tu número desde el día de la agenda. ¿Quieres que lo guardemos bien?
Lo leyó tres veces antes de enviar.
Noam estaba sentado en su cama, un libro abierto sobre las piernas, cuando el teléfono vibró. Al principio pensó que sería alguna notificación sin importancia, pero al ver el número sin nombre que no reconocía, frunció el ceño. Abrió el mensaje.
Lo leyó una vez. Luego otra.
No respondió de inmediato; no por falta de ganas, sino porque no estaba acostumbrado a que alguien le escribiera así, sin un motivo concreto más allá de querer estar en contacto.
Finalmente escribió:
•Noam: Ya lo tienes. No suelo guardar muchos contactos, pero haré una excepción.
Aiven recibió la respuesta mientras bebía un vaso de agua en la cocina. La leyó y sonrió sin darse cuenta. Tecleó:
•Aiven: Prometo no escribirte cosas raras… por ahora.
El "por ahora" hizo que Noam soltara una risa breve, que incluso a él le sorprendió. Contestó:
•Noam: Eso ya veremos.
El resto de la tarde no hablaron mucho más. Un par de mensajes sueltos, nada demasiado personal. Pero cuando Aiven dejó el móvil sobre la mesita, se dio cuenta de que ahora tenía algo nuevo: una razón para esperar el siguiente mensaje.
Y Noam, aunque no lo admitiera, también.