Constelación De Dos

CAPÍTULO 9. Silla Vacía.

Aiven lo notó justo en cuanto entró al aula.
El asiento junto a él estaba vacío. No había mochila sobre la mesa, ni chaqueta colgada en el respaldo, ni esa forma tranquila que tenía Noam de dejarse caer en la silla.

No preguntó al profesor. Noam no era del tipo que avisaba cuando no venía, y tal vez otros lo encontrarían normal. Pero Aiven sentía un nudo en el estómago.

Se sentó, sacó sus cuadernos y bolígrafos. En la clase, las voces de sus compañeros parecían más altas de lo habitual. Algunos cuchicheaban, otros se reían de algo que no entendía. No estaba seguro de si hablaban de él, pero la duda lo molestaba lo suficiente como para apretar los dientes.

Escribió más rápido de lo necesario, solo para no pensar. Miró un par de veces hacia la puerta, como si Noam pudiera aparecer en cualquier momento. Pero no lo hizo.

En el receso, se quedó en su mesa, fingiendo que repasaba apuntes. No quería unirse a ningún grupo. No quería responder a las preguntas cortas y llenas de curiosidad mal disimulada de gente que apenas conocía.
Por primera vez desde que había llegado, sintió que el día se alargaba demasiado.

En otro punto de la ciudad, Noam seguía en su cama. La persiana estaba medio bajada, y la luz que entraba no llegaba a ser suficiente para iluminar la habitación.

Se había despertado antes, pero no había encontrado motivo para levantarse. El silencio de la casa era espeso. El aire, pesado.
No quería ver a nadie. No quería oír el ruido de las clases, las risas, los pasos en los pasillos. No quería sentir esa presión en el pecho que le recordaba que estaba en un lugar lleno de gente, pero donde aún podía sentirse solo.

Su mente había empezado a traer imágenes de hace años, sin pedir permiso.
El pasillo de su antiguo colegio.
Las miradas que lo medían de arriba a abajo.
Las voces que lo empujaban con palabras más que con manos.
A veces sí había manos. Empujones contra la pared. Un golpe en el hombro que dejaba el músculo tenso todo el día. Risas ahogadas detrás de él, y el miedo de girarse para confirmar que eran sobre él.

Noam había aprendido a callar. A no dar reacciones que pudieran usar en su contra. Pero lo que nadie veía era cómo esas cosas se quedaban, escondidas, esperando el momento de volver.
Y esa mañana habían vuelto todas a la vez.

Se giró hacia la pared. No tenía hambre. Ni siquiera estaba cansado, pero su cuerpo parecía no querer moverse.

Sabía que faltar a clase significaba preguntas, aunque fueran pocas. Sabía que Aiven lo notaría. Parte de él se sintió mal por eso. Otra parte no podía hacer nada para cambiarlo.

El móvil estaba en la mesita, pero no tenía ganas de tocarlo. Mirar la pantalla implicaba responder, implicaba mostrar que estaba ahí. Y no quería estar ahí.

Escuchó un trueno a lo lejos. Tal vez llovería después. No le importaba.

Cerró los ojos. El tiempo pasaba más lento. La ciudad afuera seguía su ruido, pero en su habitación solo quedaba el eco de cosas viejas, esas que nunca terminaban de irse.

En el aula, la última hora de clases fue más lenta que las demás. Aiven miraba por la ventana, viendo cómo las nubes se acumulaban.
Cuando tocó la campana, guardó todo rápido.
En el pasillo sacó el móvil. Abrió el chat con Noam, escribió:
•Aiven: ¿Todo bien?
Pero no lo envió. No quería sonar invasivo. Tampoco quería parecer indiferente.

Terminó escribiendo:
•Aiven: Hoy no viniste.
Lo envió. Esperó unos segundos, pero no hubo respuesta.

Caminó hasta su casa con la sensación de que algo pesaba más de lo habitual. Y que no era solo su mochila.



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Editado: 26.08.2025

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