Constelación De Dos

CAPÍTULO 11. Entre caras desconocidas.

La tarde se estiraba lenta, como si el reloj tuviera pereza de llegar a la noche.
Aiven caminaba por las calles de Oríndel con una bolsa liviana en la mano y el abrigo abierto, dejando que el aire fresco le enfriara los dedos.
Había salido a comprar un par de cosas que le faltaban en casa, pero en realidad necesitaba moverse, distraerse.

Había pasado todo el día en clases con la misma sensación: una silla vacía a su lado, el eco de los murmullos ajenos y la incomodidad de no saber por qué Noam no había aparecido.
La ausencia se había colado entre sus apuntes, entre cada palabra del profesor, entre los descansos en los que nadie se acercaba más allá de un "¿me pasas la hoja?".

Noam no le había parecido el tipo de persona que se saltaba clases así porque sí. Y aunque intentaba no pensar demasiado, su cabeza insistía.

¿Se habrá enfermado?
¿Estará bien?
No me debe nada, apenas me conoce...
Pero aun así, algo en él sentía la necesidad de saberlo.

La tienda del barrio olía a pan recién hecho y café fuerte.
Aiven tomó una canasta y se movió entre los pasillos, eligiendo un par de frutas, pan y una caja de té que había visto el día anterior.
La rutina lo mantenía ocupado, aunque su mente seguía resbalando hacia la misma imagen: Noam, distraído, con la vista perdida por la ventana de clase.

Se detuvo frente a la estantería de galletas y escuchó pasos detrás.
Una mujer joven, con el cabello recogido en un moño alto y una chaqueta gris, pasó a su lado. Llevaba una bolsa de papel en una mano y revisaba algo en su teléfono con la otra.
No se fijó demasiado... hasta que un pequeño paquete de servilletas cayó de su bolsa sin que ella lo notara.

-Perdona, se te ha caído esto -dijo Aiven, agachándose para recogerlo.

Ella levantó la mirada un instante. Tenía los mismos ojos oscuros que Noam, pero él no se dio cuenta. Sonrió levemente al recibir el paquete.

- Muchas gracias -respondió con una sonrisa, y siguió su camino hacia la caja.

Aiven se quedó un segundo mirándola alejarse, con la sensación vaga de que había algo familiar en ella, aunque no supo qué.
Sacudió la cabeza y volvió a lo suyo.

De regreso a casa, el sol ya empezaba a caer detrás de los edificios, tiñendo de naranja las ventanas.
Aiven dejó las compras sobre la mesa, se quitó los zapatos y encendió la radio en un volumen bajo. Le gustaba llenar el silencio con algo que no fueran sus propios pensamientos, aunque esa tarde no tuvo éxito.

Preparó una taza de té y se dejó caer en el sofá.
Intentó leer un libro que había empezado hacía semanas, pero las letras se mezclaban con las preguntas que no podía responder.
Noam había sido, hasta ahora, un misterio que no intentaba resolver del todo. Pero la forma en que se había ausentado sin aviso le había dejado una inquietud que no sabía dónde colocar.

Pensó:
Tal vez ni siquiera quiera hablar conmigo.
Tal vez soy solo un compañero más.

Pero recordaba el momento en la biblioteca, la forma en que habían descubierto que leían lo mismo, las miradas que se escapaban entre frases cortas.
No era mucho, pero para Aiven había significado algo.

La noche llegó despacio.
Encendió una lámpara pequeña, preparó algo rápido para cenar y, mientras comía, se preguntó cómo sería la vida de Noam fuera de la escuela.
¿Tendrá muchos amigos?
¿Vivirá con sus padres?
¿Qué cosas le gustan que aún no sé?

Había tanto que desconocía que le sorprendía lo mucho que pensaba en él.

Aiven apoyó la cabeza en el respaldo del sofá y cerró los ojos un momento, dejando que la música suave llenara la habitación.
No sabía si al día siguiente Noam aparecería en clase, pero esperaba que sí. No solo porque le preocupaba... sino porque se había dado cuenta de que la compañía de Noam, por silenciosa que fuera, hacía que las horas en Oríndel fueran un poco menos solitarias.



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En el texto hay: #romance, #amistad, #bl

Editado: 26.08.2025

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