Aiven entró al aula con el mismo peso en el estómago que había cargado el día anterior.
La primera mirada, siempre, era hacia el asiento de al lado.
Esta vez no estaba vacío.
Noam estaba allí, con la mochila a sus pies y la cabeza ligeramente inclinada sobre la mesa.
Su cabello le caía un poco más desordenado que de costumbre, y aunque no sonreía, había algo en su presencia que aliviaba el nudo en el pecho de Aiven.
Se acercó sin pensarlo demasiado.
-Hola... -dijo, con un tono más suave del que había planeado.
Noam levantó la mirada un segundo, asintió y soltó un "hola" apenas audible.
No había explicación, pero Aiven no la pidió.
La mañana transcurrió entre clases y apuntes, como cualquier otro día.
Sin embargo, Aiven notaba las pequeñas pausas en Noam: cómo miraba hacia la ventana con más frecuencia, cómo jugueteaba con el bolígrafo antes de escribir, cómo su postura parecía buscar hacerse más pequeña.
No era el mismo de la semana pasada.
Pero estaba ahí, y eso ya era algo.
En los pasillos, al cambiar de aula, Aiven intentó mantener la conversación viva con preguntas simples:
-¿Has visto el ejercicio de matemáticas?
-¿Te acuerdas de que tenemos trabajo de historia?
Noam respondía en frases cortas, pero sus respuestas no sonaban forzadas.
Llegó el receso.
En lugar de ir al patio, como la mayoría, caminaron juntos hacia la biblioteca. Era un acuerdo no hablado; ambos parecían preferir la calma a las voces y risas del exterior.
El lugar estaba casi vacío. Solo un par de estudiantes hojeaban libros al fondo.
Aiven dejó su mochila sobre una mesa, pero no se sentó de inmediato. Lo miró.
Noam se había quedado de pie, mirando por la ventana lateral, con las manos en los bolsillos.
Algo en esa imagen, el perfil tranquilo, la luz cayendo sobre él, el silencio, empujó a Aiven a moverse sin pensarlo.
Cruzó la distancia entre ellos y lo abrazó.
No fue un gesto calculado, ni suave del todo. Fue un impulso, como si necesitara confirmar que Noam era real y estaba ahí.
Sintió cómo el cuerpo de Noam se tensaba al principio, y por un segundo temió que lo apartara.
-Estuve preocupado -susurró Aiven, con la voz más baja de lo que creía posible-. Mucho.
Noam no dijo nada de inmediato. Sus manos, sin embargo, se movieron lentamente hasta corresponder el abrazo, aunque con timidez.
-Ya... ya estoy aquí -respondió al fin, casi como un murmullo que se escapaba entre las palabras.
Aiven aflojó el abrazo, pero no lo soltó del todo hasta que sintió que Noam respiraba más hondo.
Luego se separaron sin mirarse demasiado, y en silencio se sentaron en la mesa.
No necesitaron hablar más. El peso de ese momento había dicho todo lo que no se habían atrevido a poner en palabras.