El sol de la mañana colaba su luz entre las cortinas del aula cuando Aiven llegó y vio a Noam ya sentado en su lugar. La expresión de Noam era un poco más relajada que los días anteriores, como si el abrazo de la biblioteca hubiera dejado una pequeña semilla de calma.
-Buenos días -dijo Aiven con una sonrisa tímida, dejando caer su mochila junto a la silla.
Noam levantó la vista y correspondió el saludo con un leve gesto de cabeza.
Las primeras horas de clase pasaron con esa rutina compartida: Noam tomando notas con cuidado, Aiven a su lado, atento pero sin interrumpir. Pero esta vez, el silencio entre ellos parecía menos pesado, más familiar.
Durante el cambio de aula, el grupo se dispersó en distintas direcciones, pero Aiven y Noam caminaron juntos por el pasillo. El murmullo de fondo se mezclaba con el sonido de sus pasos.
-¿Viste el nuevo mural en la plaza? -preguntó Aiven sin pensarlo demasiado.
Noam frunció un poco el ceño, como si esa pregunta lo sacara de un pensamiento profundo.
-Sí, lo vi ayer... -respondió despacio-. Está... bien.
Aiven notó que era una palabra corta pero cargada de significado. Noam raramente usaba más palabras de las necesarias.
-¿Quieres ir a verlo juntos algún día? -propuso Aiven con esperanza.
Noam lo miró por primera vez con una expresión que no era de indiferencia.
-Me gustaría.
El receso fue menos solitario. En vez de quedarse solo o en silencio, Noam se acercó a la pequeña mesa donde Aiven estaba con un libro abierto.
-¿Puedo sentarme? -preguntó Noam, como si aún dudara de ser bienvenido.
-Claro -respondió Aiven, moviendo la mochila para darle espacio.
Mientras hojeaban libros de diferentes temas, las palabras fueron saliendo poco a poco. No eran conversaciones largas ni profundas, pero sí auténticas.
-Siempre me gustaron las historias que no terminan bien -dijo Noam en voz baja.
-¿Por qué? -preguntó Aiven, curioso.
-Porque son reales -respondió Noam, mirando las páginas sin leerlas-. No todo es feliz.
Aiven asintió lentamente, entendiendo sin juzgar.
Al volver a clase, se sentaron juntos. Noam sacó la agenda que Aiven le había devuelto semanas atrás y la puso sobre el escritorio.
-Gracias -murmuró-. Por no rendirte conmigo.
Aiven sonrió.
-No se trata de rendirse, sino de seguir intentando.
El profesor empezó la clase, pero Aiven y Noam ya habían encontrado una nueva forma de entenderse. Sin muchas palabras, sin grandes gestos, pero con la sinceridad de dos personas que comienzan a confiar.