La biblioteca estaba casi vacía, el silencio era apenas interrumpido por el roce de las páginas y el suave susurro de los libros al pasar.
Aiven y Noam se encontraban en un rincón apartado, sentados frente a frente, cada uno con un libro entre las manos, aunque la atención de Aiven estaba más en Noam que en las palabras impresas.
El gesto de Noam, la manera en que evitaba que sus mangas dejaran ver sus manos, no le había pasado desapercibido.
Después de unos minutos de quietud, con el corazón palpitando con nervios y ternura, Aiven se decidió a hablar.
-Noam... -comenzó con voz baja, casi temblorosa-, ¿quieres contarme sobre esas marcas?
Noam bajó la mirada, el peso invisible de aquello parecía hacerse más tangible.
El silencio se extendió un instante, pero esta vez fue Aiven quien se acercó un poco más.
Con delicadeza, deslizó su mano hacia la de Noam y apartó la manga de la sudadera, dejando al descubierto las pequeñas cicatrices, los cortes apenas visibles, como heridas que guardaban historias no dichas.
Aiven acarició con suavidad la piel marcada, intentando transmitir cuidado y sin prisas.
La proximidad entre ellos se volvió casi eléctrica, el aire se cargó con la mezcla de miedo y confianza.
Entonces, Aiven llevó la mano de Noam hasta el pecho de Aiven, justo donde sentía latir su corazón acelerado, como un tambor insistente que rompía el silencio.
Puso la palma abierta, sin palabras, solo un gesto que decía: "Estoy aquí. Esto es por ti."
Noam levantó la vista, sus ojos encontraron los de Aiven y por un momento se quedaron en ese espacio suspendido, donde las palabras sobran y el entendimiento crece.
Ninguno habló más en ese instante. Simplemente se quedaron así, con la cercanía, con el latido compartido, sabiendo que cada pequeño paso que daban juntos era un avance hacia algo real y profundo.