Noam estaba tumbado boca arriba en la cama, con los brazos cruzados bajo la cabeza, mirando el techo como si allí estuvieran escritas todas las respuestas que necesitaba.
Pero no había nada.
Solo la sombra de las cortinas moviéndose con el viento y el leve tic-tac del reloj sobre la cómoda.
Era sábado.
Habían pasado tres días desde que en la playa, con velas y mar de fondo, Aiven le había preguntado si quería ser su novio. Tres días desde que había dicho que sí y lo había besado. Tres días en los que cada vez que recordaba ese momento, un cosquilleo le subía desde el estómago hasta la garganta.
Y ahora, solo podía pensar en una cosa:
Quería verlo.
Pero no en el instituto, no rodeados de gente, no entre clases y recesos cortos.
Quería verlo de verdad. Tener tiempo. Poder hablar sin prisas. Quería… algo especial.
Se dio la vuelta en la cama, hundiendo la cara en la almohada y soltando un suspiro frustrado. ¿Cómo se organizaba una cita perfecta? Nunca había planeado una. La idea lo emocionaba y lo ponía nervioso a la vez.
Pensó: No puede ser demasiado cursi… pero tampoco quiero que sea aburrida. Tiene que ser algo que a él le guste…
Si voz en su cabeza iba y venía, descartando ideas casi tan rápido como aparecían.
Pensó en la playa otra vez, pero eso ya lo había hecho Aiven. No quería repetir. Pensó en el parque, en la plaza con el mural, en un café tranquilo del centro… pero ninguno le parecía lo suficientemente suyo.
Quería que tuviera algo de intimidad, que no sintieran que alguien los observaba.
Se levantó, caminando en círculos por la habitación. Abrió su armario sin saber por qué, repasando ropa como si ya estuviera eligiendo qué ponerse. Su mirada se detuvo en una chaqueta de mezclilla que casi no usaba. Se imaginó caminando junto a Aiven, las manos escondidas en los bolsillos, quizás compartiendo unos auriculares.
El corazón le latió más rápido.
Pensó: Sí… podría invitarlo a caminar por la orilla del río, al atardecer. Hay un sitio donde el agua suena más fuerte, y casi nadie va. Podríamos sentarnos allí, llevar algo de comer…
La idea le gustó tanto que tuvo que sentarse otra vez, no fuera que la emoción lo hiciera olvidar lo que estaba pensando.
—Ok… comida. Algo que no sea complicado —murmuró para sí mismo—. Nada de cosas raras, pero algo rico. Y… música, sí, música.
Tomó su teléfono, lo sostuvo entre las manos un segundo, y luego lo dejó sobre la cama como si pesara demasiado.
Pensó: No, espera. Si lo invito ahora y no está libre, me voy a sentir idiota…
Pero en el fondo sabía que sí lo estaba. Era sábado, y Aiven no le había dicho nada de planes.
Se puso de pie otra vez y miró por la ventana. Afuera, el cielo estaba despejado. El viento movía las hojas de los árboles en una especie de murmullo suave. Perfecto para una tarde afuera. Perfecto para… algo.
Sintió un calor en las mejillas.
Le temblaban un poco las manos, pero las usó para desbloquear el teléfono. Abrió la conversación con Aiven.
Se quedó mirando el espacio en blanco donde debía escribir, el pulgar flotando sobre el teclado.
Escribió:
•Noam: ¿Te gustaría salir hoy conmigo?
Tengo una idea para algo.
Lo borró. Muy directo.
Escribió:
•Noam: ¿Quieres que nos veamos esta tarde?
También lo borró. Sonaba demasiado casual.
Probó otra vez:
•Noam: Hey… estaba pensando en ir a un sitio tranquilo cuando baje el sol. Podríamos llevar algo de comer y… no sé, pasar un rato.
Esta vez se quedó mirando las palabras más tiempo. No era cursi, pero tampoco frío.
Noam tragó saliva y apretó "enviar" antes de que su propio miedo lo hiciera borrar todo otra vez.
Dejó el teléfono en la cama, de espaldas, como si así fuera a ignorarlo.
Pasaron treinta segundos. Un minuto. Un minuto y medio.
La pantalla vibró.
Aiven había respondido:
•Aiven: Me encantaría. ¿A qué hora?
Noam sintió que la sonrisa le aparecía sola.
Escribió rápido:
•Noam: Sobre las seis. Te mando la ubicación.
Y antes de que pudiera reaccionar, recibió otro mensaje:
•Aiven: Perfecto. ¿Llevo algo?
Noam lo pensó un momento y respondió:
•Noam: Solo a ti.
Cuando envió eso, se dio cuenta de lo que había escrito y se llevó las manos a la cara, entre avergonzado y emocionado. Pero no lo borró. Y la respuesta de Aiven, un simple emoji sonriente y un corazón, hizo que se tirara de espaldas a la cama con un suspiro satisfecho.
Las horas pasaron lentas.
Noam preparó una pequeña mochila con una manta doblada, un par de botellas de agua y algo de comida sencilla: bocadillos, frutas, y unas galletas que sabía que le gustaban a Aiven.
Cada vez que miraba el reloj, los minutos parecían congelados.
Cuando por fin llegó la hora, se puso la chaqueta de mezclilla y bajó las escaleras. El aire fresco de la tarde le golpeó el rostro y lo hizo sonreír.
Caminó hacia el lugar acordado, el corazón acelerado, sabiendo que esa sería su primera cita oficial.
Pero sobre todo, pensando que, más allá del lugar, lo importante era que estaría con él.