Constelación De Dos

CAPÍTULO 23. La primera cita.

El sol empezaba a inclinarse con suavidad cuando Noam llegó al punto acordado, una curva tranquila del río de Oríndel donde las hojas de los árboles parecían bailar con la brisa ligera.
Su mochila colgaba de un hombro, y el corazón le palpitaba con fuerza, golpeando contra su pecho como si quisiera salirse.

Ahí estaba Aiven, de pie junto a la orilla, mirando hacia el agua que brillaba con destellos dorados.
Noam no pudo evitar sonreír al ver la silueta familiar que le había acompañado ya tantos días en el instituto y más allá.

—Hola —saludó Noam con voz suave, sintiendo cómo un nudo en la garganta le dificultaba hablar—.

Aiven le devolvió la sonrisa y le tendió la mano para ayudarlo a salir del pequeño camino de tierra hacia la manta que había extendido sobre la hierba.

—Hey, te esperaba —dijo Aiven con un toque de nerviosismo, las mejillas un poco sonrojadas.

El ambiente estaba cargado de una mezcla dulce: expectativa, nervios, algo a punto de suceder, pero aún sin palabras para nombrarlo.

Se sentaron uno al lado del otro, cerca, pero respetando ese espacio delicado que aún tenían que descubrir.
Noam sacó una botella de agua de la mochila y se la pasó a Aiven, que la aceptó con una sonrisa tímida.

Durante unos minutos, solo escucharon el murmullo del río y el canto de los pájaros, dejando que el silencio fuese también parte de la conversación.

—¿Te gusta este sitio? —preguntó Noam, rompiendo el hielo con la voz un poco ronca.

—Sí —respondió Aiven, mirando las ondas que el viento dibujaba en el agua—. Es tranquilo. Perfecto para alejarse de todo.

Noam asintió, dejando que sus ojos se perdieran en el reflejo dorado del sol.
Tenía la impresión de que ese instante era uno de esos que se guardan sin palabras, en algún rincón especial del corazón.

De repente, Aiven se movió un poco y sin darse cuenta, su mano rozó la de Noam.
Ambos se miraron, sorprendidos por la electricidad que les recorrió el cuerpo en ese pequeño contacto.

Noam bajó la mirada, nervioso, pero sin apartar la mano.
Aiven apretó suavemente los dedos, y un calor dulce comenzó a crecer en sus mejillas.

—Quería decirte… —empezó Noam, pero se detuvo, sin saber si encontraría las palabras adecuadas.

—Yo también —respondió Aiven, devolviéndole la mirada—. Todo esto… es nuevo para mí. Y extraño. Pero bien extraño.

Los dos rieron suavemente, compartiendo la timidez que aún los envolvía.

Mientras comían los bocadillos que Aiven había llevado, comenzaron a hablar de cosas simples: música, películas favoritas, pequeñas historias de la infancia que jamás habían contado a nadie.

Cada palabra, cada mirada, parecía acercarlos más, construyendo un puente invisible de confianza y ternura.

El sol seguía bajando, pintando el cielo de tonos rosas y anaranjados, y Noam, sin pensar, apoyó la cabeza en el hombro de Aiven.

Sintió el latido rápido del corazón de su novio y, sin querer romper ese momento, cerró los ojos, disfrutando de la calidez y la paz que le daba estar allí.

Aiven sonrió y ladeó un poco la cabeza para rozar la frente contra la de Noam.

No dijeron nada, porque no hacía falta.
El silencio y el atardecer eran suficientes.

Cuando la noche empezó a caer, encendieron unas pequeñas luces que Noam había llevado en su mochila, creando un pequeño refugio mágico entre las sombras.

Y justo antes de despedirse, Noam tomó la mano de Aiven entre las suyas, mirándolo a los ojos con una sonrisa tímida.

—Gracias por esto —susurró—. Por estar conmigo. Espero que te gustara la cita.

—Siempre —contestó Aiven, apretando suavemente los dedos—. Me gustó, fue muy lindo —dijo con una sonrisa.

Caminando de regreso, ya con la oscuridad cubriéndolo todo, Noam sintió que ese día había marcado el inicio de algo más grande.
Algo que ni siquiera necesitaba palabras para entender.



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Editado: 26.08.2025

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