CAPÍTULO 25. Encuentros bajo luces.

La noche había caído sobre Oríndel, y el instituto se había transformado en un hervidero de vida y colores.
El auditorio y los pasillos estaban decorados con luces cálidas y guirnaldas que colgaban de las paredes, creando un ambiente acogedor y vibrante.

Había un evento especial: una feria cultural que reunía exposiciones de arte, música en vivo y puestos de comida preparados por los propios estudiantes y sus familias. Era la ocasión perfecta para olvidarse de las preocupaciones cotidianas y disfrutar.

Noam y Aiven habían decidido ir juntos. La idea de compartir esa noche les hacía cosquillas en el pecho, una mezcla de emoción y nervios que se reflejaba en sus manos entrelazadas.

Aiven estaba un poco más relajado que Noam, quien a pesar de estar con él, no podía evitar sentir ese leve hormigueo de ansiedad por las miradas curiosas y las conversaciones murmuradas que se escuchaban a su alrededor. Pero la mano de Aiven apretaba suavemente la suya, como si le transmitiera un ancla invisible.

Caminaban despacio, deteniéndose en algunos puestos para mirar las pinturas y fotografías, admirando el talento de sus compañeros. Noam señaló una pintura que le recordó a un lugar que había visitado en su infancia, y Aiven asintió, encantado de descubrir un lado más profundo en él.

En uno de los rincones, una banda estudiantil empezó a tocar una canción suave, y la música pareció envolverlos. Noam miró a Aiven, y con una sonrisa tímida le preguntó si quería bailar. Aiven aceptó sin dudar, y se acercaron en medio de la gente, dejándose llevar por la melodía.

Mientras giraban y reían con esa complicidad recién nacida, Noam notó una figura acercándose entre la multitud. Al principio no distinguió quién era, pero cuando ella se detuvo frente a ellos, todo se aclaró. Era una joven con ojos claros y una sonrisa que irradiaba familiaridad y cariño.

Noam sintió que el corazón le daba un vuelco. No quería que Aiven notara su nerviosismo, pero la tranquilidad que le transmitía esa mujer le resultaba reconfortante.

La joven los saludó con un abrazo cálido y sin palabras. Luego, con una mirada que parecía decir "ya lo conozco", dirigió una sonrisa amable hacia Aiven.
Aiven, un poco tímido, le devolvió el gesto con un saludo cordial, notando la conexión que existía entre ellos, aunque no entendiera del todo.

Noam apretó la mano de Aiven con más fuerza, como para recordarse que estaba allí, en ese momento que significaba mucho más de lo que parecía.

La mujer permaneció un momento más con ellos, conversando en voz baja con Noam, pero con la mirada siempre puesta en Aiven, que se sentía parte de esa pequeña familia sin haberse dado cuenta.

Al terminar, la mujer se despidió con un último abrazo a Noam y una sonrisa hacia Aiven, dejando una sensación de calidez que se quedó flotando en el aire.

El resto de la noche continuó entre risas, conversaciones y pequeños gestos que los acercaban más.
Se sentaron juntos a comer algunas cosas que habían comprado en los puestos, compartiendo bocados y miradas furtivas.

Cada vez que Noam veía a Aiven, sentía esa mezcla de tranquilidad y emoción que solo se da cuando alguien se vuelve importante en la vida.

Caminaron por el patio iluminado por faroles de papel, y Noam no pudo evitar detenerse para mirar a Aiven a los ojos.
Sin pensarlo demasiado, entrelazó sus dedos con los de él, sintiendo que ese gesto simple era la forma más sincera de decir "estoy aquí contigo".

Aiven sonrió, sonrojándose un poco, pero apretó la mano de Noam con ternura.

La noche parecía eterna y perfecta en esa burbuja de luz y afecto.

Y mientras la feria se llenaba de música y voces lejanas, Noam supo que estaba dando pasos firmes hacia un futuro donde, por fin, podría ser él mismo sin miedo.