Constelación De Dos

CAPÍTULO 26. La constelación de dos.

La semana había pasado con un ritmo extraño, entre clases, recreos y esos silencios compartidos que poco a poco se volvían más cómodos que incómodos.

Aiven había notado algo distinto en Noam. Tal vez no se trataba de grandes gestos, sino de pequeños cambios: miradas que duraban un segundo más, respuestas menos cortas, una risa que escapaba de repente como si hubiera olvidado por un instante su peso interior.

Esa tarde, mientras Aiven repasaba unos apuntes en su habitación, su móvil vibró. Lo tomó sin demasiadas expectativas. Pero al ver el nombre en la pantalla, su corazón se aceleró: Noam.

El mensaje era breve.
•Noam: ¿Quieres salir esta noche? Conozco un lugar no muy lejos.

Aiven dudó un segundo, no porque no quisiera, sino porque le sorprendía que fuera Noam quien tomara la iniciativa. Rápidamente tecleó una respuesta.
•Aiven: Claro. ¿Dónde nos vemos?

La dirección que recibió lo llevó, ya entrada la noche, hacia una colina a las afueras de Oríndel. El camino estaba tranquilo, las farolas quedaban atrás y la brisa fresca de la noche lo envolvía. Aiven sintió que caminaba hacia algo que aún no podía definir, pero que lo llenaba de una mezcla de nervios y emoción.

Noam ya estaba allí, sentado en la hierba, con la chaqueta puesta y las manos entrelazadas sobre las rodillas. Levantó la vista al escucharlo llegar, y una pequeña sonrisa se dibujó en sus labios.

-Llegaste -dijo en voz baja.

-Claro -Aiven respondió, respirando un poco agitado, aunque no por la caminata. Se sentó a su lado, dejando apenas unos centímetros entre ambos.

El cielo, despejado, mostraba un tapiz infinito de estrellas. La ciudad, desde allí arriba, parecía un mar lejano de luces, pero en ese lugar todo se sentía apartado, casi como si hubieran cruzado un umbral hacia otro mundo.

-Sabes, siempre todos los años desde pequeño -empezó Noam, sin mirarlo directamente-, venía aquí... a veces cuando necesitaba pensar. Las estrellas me hacían sentir... menos solo.
Se detuvo un momento, como si le costara exponer esa parte de sí mismo.
-Y ahora pensé que quería compartirlo contigo. Y hoy es un día especial, un día en el que sucede la constelación.

Aiven lo miró en silencio, conmovido. No necesitaba grandes palabras para entender el gesto. Sentía que Noam había abierto una puerta pequeña pero importante hacia su interior.

-Gracias por traerme, por compartir esto -dijo suavemente.

Un silencio cómodo los envolvió, roto solo por la brisa y los insectos nocturnos. Noam levantó una mano y señaló hacia arriba.
-Mira. ¿La ves? Está ahí la constelación -dijo, marcando con el dedo un grupo de estrellas que parecían dibujar dos puntos brillantes muy próximos.
Aiven asintió, inclinándose un poco más para seguir la dirección de su mano.
-Parece como si dos estrellas intentaran alcanzarse -comentó.

Noam bajó la mano lentamente, y sus ojos se encontraron con los de Aiven. Por un instante, ninguno de los dos desvió la mirada. El aire entre ellos se llenó de una tensión cálida, casi eléctrica.

-Como nosotros -susurró Aiven, apenas consciente de haberlo dicho en voz alta.

El rubor subió a las mejillas de Noam, que desvió la mirada un segundo, pero pronto regresó a ella. Su respiración se volvió más corta, como si el momento lo desbordara.

Aiven, con un gesto tembloroso pero firme, se inclinó poco a poco hacia él. Primero sus frentes se rozaron, un contacto mínimo que parecía pedir permiso. Después, sus labios se encontraron en un beso suave, breve, casi contenido.

Noam cerró los ojos, sintiendo cómo el corazón le golpeaba con fuerza en el pecho. Respondió con la misma dulzura, como si temiera romper la delicadeza del instante.

Se separaron apenas lo suficiente para mirarse otra vez. Ninguno habló al principio; las sonrisas tímidas y los ojos brillantes dijeron todo lo que las palabras hubieran estorbado.

Aiven apretó suavemente la mano de Noam.
-Somos una constelación de dos -susurró.

Noam rió apenas, con un nudo en la garganta, y apoyó la cabeza en su hombro.
-Siempre lo fuimos -dijo en voz baja.

El cielo estrellado los envolvía, pero en esa colina no importaba cuántas luces brillaran sobre ellos. Porque esa noche, ellos mismos habían encendido su propia luz.



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Editado: 26.08.2025

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