El sol comenzaba a descender en el horizonte, pintando el cielo de tonos cálidos mientras las luces de Los Ángeles comenzaban a brillar. Me sentía como un viajero solitario en busca de respuestas, caminaba por Sunset Boulevard con la mirada perdida en el horizonte. Había llegado a la ciudad de los sueños con la esperanza de encontrar algo que me devolviera la alegría, pero hasta el momento, solo había descubierto sombras de lo que alguna vez fue mi felicidad.
A medida que avanzaba por la bulliciosa avenida, la atmósfera vibrante y llena de vida de la ciudad no lograba alcanzar mi corazón. La gente a mi alrededor reía, charlaba y disfrutaba de la animada energía de Los Ángeles, pero yo me sentía ajena a esa realidad efervescente.
Me detuvo frente al icónico cartel de Hollywood, pero en lugar de sentir la emoción que esperaba, solo experimente una sensación de vacío. El brillo de las luces de neón parecía destellar en la superficie de mis ojos, pero no lograba penetrar en mi alma apagada. Tome una fotografía del cartel con mi teléfono, pero la imagen capturada no reflejaba la melancolía que se había instalado en su interior.
Camine hacia la orilla de la playa, donde las olas rompían en la arena con un susurro melancólico. La brisa marina acariciaba mi rostro, pero en lugar de traer consigo una sensación de liberación, solo intensificaba la pesadez de mi vida y alma.
Me senté en un banco solitario mirando el océano, pensando en cómo había llegado a este punto en de mi vida. Los recuerdos de un pasado más feliz me invadieron, pero en lugar de consolarme, solo intensificaron mi sensación de pérdida. Me preguntaba si alguna vez podría recuperar la chispa que había perdido en el camino hacia sus sueños. Y quizás si la había encontrado, pero de nuevo la había dejado escapar allá en Indonesia.
Mientras la noche caía sobre la ciudad, camine de regreso a donde me quedaría el resto de días que este aquí con los hombros caídos y la mirada fija en el suelo. Los destellos de las luces de la ciudad parecían borrosos, como si estuvieran distorsionados por las lágrimas que amenazaban con escapar de mis ojos.
Los Ángeles, la ciudad de los sueños, se extendía ante mi, pero la realidad de mi tristeza eclipsaba cualquier resplandor que la ciudad pudiera ofrecer.
Al llegar a casa de tía Ellen, me deje caer en la cama, mirando fijamente el techo mientras la oscuridad de la habitación absorbía mi tristeza. La ciudad que alguna vez me pareció llena de promesas ahora se cernía sobre mi como un recordatorio tangible de las desilusiones.
Intente distraerme encendiendo la televisión, pero incluso las imágenes vibrantes y los sonidos animados no lograron ahuyentar la nube gris que colgaba sobre mi. Cambio de canal, viendo fragmentos de las vidas de otras personas mientras la mía propia parecía desmoronarse. Debía contenerme, mañana iría a esparcir las cenizas de papá, y me sentía cada vez mas cansada y sumida en los problemas. Poco a poco me fui quedando dormida hasta que sentí un golpe en la puerta, era hora de levantarse.
La mañana estaba envuelta en una suave neblina cuando llegamos a la tranquila playa donde mi padre había pasado tantos momentos felices junto a mi. El sonido rítmico de las olas rompiendo en la orilla parecía acompañarnos, como si la naturaleza misma estuviera presente para despedir a un viejo amigo.
Mis manos temblaban ligeramente mientras sostenía la urna que contenía las cenizas de mi padre. A su lado, mi familia se mantenía en silencio, compartiendo el peso de la pérdida mientras enfrentábamos la realidad de dejarlo ir.
Caminamos en fila hacia la orilla, encontrando un lugar donde las olas acariciaban suavemente la arena. Mi tía, con ojos enrojecidos pero llenos de determinación, se acercó a la urna y la abrazó con ternura. Tomé un momento para observarla, admirando su valentía al enfrentar este dolor con tanta gracia.
Cuando llegó el momento, rompí el silencio. Hable con una voz quebrada pero llena de amor, compartiendo recuerdos y anécdotas que hicieron sonreír a todos a pesar de las lágrimas que comenzaban a escaparse.
Finalmente, sostuve la urna en mis manos y sentí su peso real. El nudo en mi garganta se apretó aún más cuando recordé todos los momentos compartidos con mi padre. Caminé lentamente hacia el agua, sintiendo la frescura de la brisa marina en mi rostro.
Miré hacia el horizonte, donde el sol comenzaba a emerger tímidamente entre las nubes. Era como si el universo mismo estuviera presente para presenciar este acto de despedida. Con cuidado, abrí la urna y dejé que las cenizas de mi padre se dispersaran en el viento.
Fue un momento de silencio solemne, roto solo por el suave murmullo de las olas. La imagen de las cenizas mezclándose con el aire y la brisa llevándolas hacia el horizonte quedó grabada en mi memoria. Sentí una extraña combinación de tristeza y alivio, como si, de alguna manera, estuviéramos liberando su espíritu para que encontrara su propio camino en el vasto universo.
—Perdóname papá— dije llorando.
Tía Ellen tomo mi mano, como si tuviera 8 años aun, la acaricio, he hizo que comenzáramos a caminar a asa, intento de todo para hacerme sonreír cuando se notaba que ella tampoco podía con el dolor de perder a su propio hermano. Ya en casa empezó el interrogatorio.
—¿Qué paso en Indonesia?.
—Mamá.
—Aun que no lo quieras Cassiedie es tu madre, y no puedes estar lejos de ella ahora.