Mordí el carboncillo al contemplar el dibujo que acababa de terminar. En el papel, estaba plasmado el retrato de Thiago, mi mejor amigo, el chico por el cual babeaba; el cual, a pesar de conocerme tan íntimamente, desconocía mis sentimientos.
Respingué.
Alcé la mirada y apoyé mi mejilla en mi palma izquierda. Dos puestos delante de mí, Thiago estaba sentado, haciendo mi misma acción, pero hacia diferente lado. En su caso, veía con ojos de borrego enamorado a la chica nueva del instituto, Linda Cárdenas, quien estaba concentrada en desarrollar el taller escrito en el tablero. Ya sabía yo que Thiago le pasaría las respuestas. La muchacha era acérrima enemiga de la matemática.
Yo había terminado hacia quince minutos. Y Thiago, como no, también.
El chico, aparte de tener un acento irresistible y una voz candente, era un cerebrito. Le gustaban los números tanto como le gustaba la natación. Era alto, de piel pálida, y ojos grises; tenía el cabello castaño liso y unas pecas en las mejillas que yo, a veces, quería pellizcar. Bueno, siendo sincera, siempre. Al igual que quería pegar mis labios a los suyos.
Thiago se giró en el preciso instante que Linda se levantó de su puesto para ir hacia el de su amiga, Catherine.
Sonreí.
Arranqué la hoja de papel y, detrás, escribí:
Voy a comprarme un paraguas, porque desde aquí, me llegan tus babas.
Lo arrojé suavemente, calculando que no cayese en manos del profesor. La bola dio justo en el blanco: su pupitre.
Thiago la cogió e hizo una mueca, mirando en mi dirección. Movió su boca, deletreando una palabra.
M.A.L.A.
Leí en sus comestibles labios. Me reí.
Thiago, al terminar, siguió en lo suyo: admirar a Linda.
Estaba consciente que, si me confesaba, sería rechazada, no obstante, estaba agotada de esconder mis emociones, más porque éstas iniciaban ahogarme a tal punto que, muchas veces, acababa de llorando. No quería que mi madre siguiera consolándome o mi hermana me preguntara por el culpable. Por lo cual, ese día, iba a decirle a mis sentimientos a Thiago.
Ya no me importaba su rechazo.
Solo quería sentirme bien. Y ya.
Thiago me respondería que no y yo lo entendería, con el corazón roto, pero lo haría. Entonces podría superarlo.
Mi única seguridad era saber que Thiago, aunque en unas ocasiones fuera aniñado, era bastante maduro. No terminaría nuestra amistad por ello.
Inicié a ser un nuevo dibujo.
Esa noche, le contaría todo.