Construcciones Paralelas - Libro I - Obsidian Heights

ARCO I | Tuerca V: El Filo de Ébano

La mansión de Lady Seraphine Lorne se alzaba en el Ala Lumen, el sector más exclusivo de Obsidian Heights. Sus muros de mármol negro relucían bajo la luz de las lámparas de carburo, y los vitrales de diseños abstractos destilaban un aire de opulencia discreta. En su interior, la decoración combinaba la estética clásica con toques de tecnología avanzada: autómatas sirvientes pululaban silenciosamente, mientras una orquesta mecánica tocaba un vals melancólico.

En el salón principal, junto a un ventanal que ofrecía vistas panorámicas de la ciudad, el Comandante Alaric Thorn y Lady Seraphine Lorne discutían en tónicos murmullos. Thorn, un hombre de presencia imponente y mirada acerada, llevaba un uniforme desprovisto de insignias, símbolo de su renuncia a las fuerzas oficiales tras un evento que había marcado su vida. A sus 46 años, emanaba una mezcla de autoridad natural y carisma peligroso.

—La monarquía tecnocrática se tambalea sobre su arrogancia —declaró Thorn, mientras sostenía un vaso de licor ambarino—. Se aferran a su ilusoria superioridad, ciegos a los sufrimientos de los ciudadanos. Nosotros seremos el filo que corte de raíz su decadencia.

Seraphine, de pie junto al ventanal, dejó que sus dedos se deslizaran por la superficie del cristal, como si delineara las luces de la ciudad. Su figura elegante contrastaba con la frialdad calculadora de su mirada. Vestía un traje de seda azul noche que acentuaba su porte noble y oculta determinación.

—Tu pasión es inspiradora, Alaric —murmuró, girando ligeramente para observarlo—. Pero debemos ser metódicos. Un golpe mal calculado podría sellar nuestra ruina antes de que siquiera desenvainemos nuestras armas.

—No somos simples revolucionarios —replicó Thorn, su voz cargada de una intensidad apenas contenida—. Somos arquitectos de un nuevo orden. La monarquía tecnocrática destruyó mi familia con sus experimentos desalmados. No descansaré hasta verlos caer.

Un destello de interés cruzó el rostro de Seraphine. Aunque su expresión permanecía serena, internamente calculaba cómo usar el dolor de Thorn para sus propios fines.

—Tus motivos son nobles —afirmó, acercándose para colocar una mano ligera sobre su brazo—. Y esa nobleza es lo que atraerá a otros a nuestra causa. Pero recuerda, Alaric, no todos comparten tu devoción. Algunos necesitan incentivos más… tangibles.

Thorn observó a Seraphine con atención, consciente de su habilidad para manipular incluso las situaciones más delicadas. Aunque valoraba su alianza, también sabía que sus lealtades eran tan profundas como un charco tras una lluvia ligera.

—¿Cuánto tiempo nos queda antes de que los tecnócratas noten nuestras operaciones? —inquiró, desviando la conversación hacia asuntos más concretos.

Seraphine esbozó una sonrisa enigmática.

—Mi posición en el Consejo de Lores asegura que estemos siempre un paso adelante. Por ahora, el Ducado se encuentra en desorden; mis intervenciones han sembrado suficiente desconfianza entre los ministros. Pero Scarlet Mist… —sus ojos se entrecerraron ligeramente—. Esa figura podría complicarlo todo. Su presencia inspira una clase de esperanza que no podemos permitir.

—Lo eliminaré si se interpone —afirmó Thorn con frialdad—. Ya ha comenzado a interferir con nuestras operaciones en el Ala Umbra. Su cruzada solo logrará que sea recordado como un obstáculo fugaz.

Seraphine estudió a Thorn por un instante, apreciando su determinación, pero también consciente de lo fácil que sería redirigir esa fuerza hacia sus propios objetivos.

—Confío en que tomarás las decisiones correctas —dijo, su tono un susurro que envolvía tanto halago como advertencia—. Mientras tanto, prepararé el terreno para nuestra próxima jugada. Recuerda, Alaric, no se trata solo de destruir. Se trata de construir algo que nadie pueda desmoronar.

Con esas palabras, Seraphine se retiró hacia una puerta lateral, dejando a Thorn contemplando la ciudad desde el ventanal. Las luces de Obsidian Heights brillaban como estrellas atrapadas en la tierra, pero para Thorn, esas luces representaban todo lo que debía ser destruido para dar paso a un nuevo amanecer.

Mientras la mansión se sumía en un silencioso bullicio de preparativos, ambos conspiradores, desde sus respectivas perspectivas, veían en el otro una herramienta indispensable. Sin embargo, bajo la fachada de alianza, cada uno ocultaba sus verdaderos deseos: uno buscaba justicia a través del fuego, mientras la otra deseaba poder absoluto en las cenizas que quedaran.




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