Construcciones Paralelas - Libro I - Obsidian Heights

ARCO III | Tuerca IV: Un Paso en Falso

En el brillante y ostentoso Centro de Innovación del Ala Helix, Aiden Falken caminaba con una compostura que contrastaba con el bullicio de la conferencia. Vestía un traje azul oscuro perfectamente ajustado, con un discreto pin del Ducado en la solapa. A su lado, Eris Vex, su escolta recientemente asignada, proyectaba una figura imponente y profesional.

Eris era alta, con un porte militar inconfundible. Su cabello castaño oscuro estaba recogido en un moño apretado, y sus ojos azules, afilados como hojas, no dejaban de escanear el entorno. Su uniforme negro, con bordes plateados, resaltaba su autoridad, pero también sugería un control absoluto sobre cada uno de sus movimientos.

—Parece que tienes bastantes admiradores aquí, Falken —comentó Eris con un destello de humor en su tono, mientras observaba a un grupo de ingenieros más jóvenes que murmuraban y señalaban hacia él.

Aiden sonrió ligeramente.

—Es más por los proyectos que por mí, te lo aseguro. La tecnocracia tiene sus propios “eredentores”.

Eris arqueó una ceja, algo intrigada por el comentario.

—¿Y tú no lo ves así? ¿No te consideras uno de ellos?

—Solo hago mi trabajo —respondía Aiden, desviando ligeramente el tema. Pero la presencia de Eris comenzaba a incomodarlo, no por desconfianza, sino porque sentía que sus ojos lo estudiaban con demasiada profundidad.

Mientras Aiden presentaba una innovación menor en los sistemas de refrigeración de los Centinelas, Eris se mantuvo atenta, pero su mente trabajaba en otro nivel. Había algo en Falken que no terminaba de encajar. Era un hombre brillante, pero sus silencios y evasivas despertaban una inquietud que no podía ignorar.

Horas después, la noche en el Ala Umbra era pesada, cargada de una humedad que parecía impregnar hasta los pensamientos. Las sombras se alargaban en las callejuelas mientras Scarlet Mist avanzaba con sigilo. En una de las zonas más desoladas, había descubierto un almacén oculto que servía como depósito de armas destinadas a sofocar las crecientes protestas ciudadanas. La información había llegado a través de una fuente confiable, pero la confirmación de su existencia le había dejado una sensación de urgencia y responsabilidad.

Cuando Dahlia Fogel llegó al lugar, su respiración aún estaba agitada tras correr por los pasadizos oscuros. Había insistido en acompañarlo, argumentando que el descubrimiento era demasiado importante como para quedarse al margen.

—Esto no es solo un depósito —dijo Dahlia, inspeccionando las cajas selladas con el emblema del Ducado. —Es evidencia. Podemos exponerlos.

Scarlet Mist, con los brazos cruzados y una postura tensa, observó el lugar con una mezcla de frialdad y determinación.

—La evidencia no detendrá a los Centinelas ni a los soldados cuando estas armas se usen contra la gente. Destruirlas enviará un mensaje más claro.

El silencio entre ellos era pesado, lleno de tensión. Dahlia se acercó, con la cámara colgando de su hombro. Sus ojos buscaban los de Scarlet Mist tras los lentes de su máscara.

—¿Y qué mensaje enviarás si destruyes esto? ¿Que eres como ellos? Necesitamos algo más que miedo. Necesitamos que la gente vea lo que está ocurriendo.

—Y mientras mostramos las pruebas, ¿cómo detenemos las balas? —replicó Scarlet Mist, su voz firme, pero con una nota de frustración. —No podemos ganar esta guerra con palabras.

Dahlia, sin retroceder, levantó ligeramente el mentón.

—Entonces no es una guerra lo que queremos. Es un cambio. Pero si empiezas a actuar como ellos, ¿qué nos hace diferentes?

El dilema moral quedó suspendido entre ambos, como una cuerda tensada a punto de romperse. Scarlet Mist finalmente rompió el silencio, desviando la mirada hacia las cajas apiladas.

—Nos llevaremos lo que podamos como evidencia —decidió, su voz más calmada, pero cargada de resignación. —El resto… lo destruiremos lo suficiente para que no pueda usarse de inmediato.

Dahlia asintó lentamente, aunque no del todo convencida. Mientras comenzaban a moverse, ella encendió su cámara, tomando imágenes de cada rincón del almacén y las armas que contenía. Scarlet Mist, por su parte, colocó cargas explosivas en puntos estratégicos, ajustando la potencia para evitar una destrucción total.

Las explosiones controladas resonaron como un eco lejano. Scarlet Mist y Dahlia habían abandonado el almacén antes de que los equipos de seguridad del Ducado llegaran, pero los rastros que dejaron atrajeron la atención inmediata. Las autoridades comenzaron a reforzar la vigilancia en la zona, complicando las futuras operaciones.

Mientras observaban desde una azotea cercana, Dahlia bajó la cámara y miró a Scarlet Mist.

—Esto es solo el principio, ¿verdad?

—Siempre lo ha sido —respondía él, con la vista fija en los vehículos del Ducado que llegaban al lugar.

La noche continuó, cargada de una tensión que ninguno de los dos podía ignorar, mientras el Ala Umbra seguía siendo testigo de una lucha que apenas comenzaba a intensificarse.




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