Construcciones Paralelas - Libro I - Obsidian Heights

ARCO III | Tuerca V: El Precio del Poder

El eco de las explosiones en el Ala Umbra había dejado una marca indeleble en la conciencia de los ciudadanos. Para Lady Seraphine, aquello representaba una oportunidad irrepetible. Mientras el Consejo de Lores se reunía en la Sala Principal del Ala Zenith, ella se encontraba de pie frente al gran ventanal, con su figura proyectada contra la luz tenue del amanecer.

—Lo que ocurrió en el Umbra es solo un preludio —dijo con un tono grave, pero calculado. Sus palabras, dirigidas a los lores reunidos, resonaban como una sentencia. —Los atentados y la creciente desobediencia civil son el resultado de una permisividad excesiva. Ha llegado el momento de actuar.

Caelan Rivault, sentado cerca del centro de la sala, frunció el ceño ante el tono autoritario de Seraphine.

—Actuar no significa restringir los derechos de todos en nombre de la seguridad —intervino, manteniendo un tono firme pero mesurado. —Los Centinelas ya son vistos como un instrumento de represión. Fortalecer su alcance solo alimentará la desconfianza.

Seraphine giró lentamente hacia él, su expresión neutral, aunque sus ojos ardían con determinación.

—¿Y qué propone usted, Lord Rivault? ¿Que nos quedemos de brazos cruzados mientras el caos se apodera de Obsidian Heights? La seguridad del Ducado debe ser nuestra prioridad.

—La seguridad no puede venir a expensas de las libertades civiles —replicó Caelan, su voz elevándose ligeramente. —Si permitimos que el miedo dicte nuestras decisiones, habremos perdido mucho más que el control.

Los murmullos comenzaron a llenar la sala. Algunos lores asentían discretamente ante las palabras de Caelan, mientras otros intercambiaban miradas de apoyo hacia Seraphine. Pero ella no esperó para asegurar su victoria.

—Es evidente que no todos compartimos la misma perspectiva —declaró, retomando el control del debate. —Por lo tanto, propongo una votación inmediata para implementar las nuevas medidas de seguridad. Los Centinelas tendrán la autoridad necesaria para neutralizar cualquier amenaza potencial sin restricciones burocráticas.

Pese a los esfuerzos de Caelan por disuadir a algunos indecisos, la moción fue aprobada por mayoría. Seraphine sonrió apenas, sabiendo que había ganado una batalla crucial.

Horas después, en una taberna oculta en el Ala Nexus, Caelan Rivault se reunía en secreto con Scarlet Mist. El lugar, iluminado solo por unas pocas lámparas de aceite, estaba desprovisto de cualquier lujo. A su alrededor, un pequeño grupo de ciudadanos influyentes, incluidos disidentes del Consejo y líderes comunitarios, escuchaban atentos.

—La situación es insostenible —comenzó Caelan, dirigiéndose a Scarlet Mist. —Seraphine ha consolidado su poder, y las medidas que acaba de aprobar solo intensificarán la represión. Necesitamos una estrategia para equilibrar el terreno.

Scarlet Mist, apoyado contra una pared, permanecía en silencio, observando a los presentes a través de los lentes de su máscara. Finalmente, su voz resonó en el espacio cerrado.

—El problema no es solo Seraphine. El sistema en sí mismo está diseñado para perpetuar la desigualdad. Podemos contenerla, pero si no cambiamos la estructura, otros tomarán su lugar.

Uno de los líderes comunitarios intervino, nervioso pero decidido.

—¿Está diciendo que deberíamos desmantelar todo el Ducado? Eso podría llevarnos al caos completo.

—El caos ya está aquí —respondía Scarlet Mist. —Lo que necesitamos es un movimiento que no solo desafíe el poder, sino que lo remodele. Pero eso requiere unidad y sacrificio.

Caelan asintió, aunque sus ojos reflejaban preocupación. Antes de que pudiera responder, un mensajero irrumpió en la sala, jadeando por el esfuerzo.

—¡Lord Rivault! El Filo del Ébano ha atacado los talleres centrales del Ala Helix. Las fábricas están en llamas.

El Ala Helix estaba envuelta en caos. Las llamas consumían los talleres mientras los trabajadores huían en pánico. Entre el humo y los gritos, Alaric Thorn caminaba con una calma inquietante. Su figura era imponente, y su presencia inspiraba tanto miedo como lealtad entre sus seguidores.

Scarlet Mist llegó al lugar poco después, moviéndose entre las sombras mientras evaluaba la situación. Finalmente, sus caminos se cruzaron en uno de los pasillos internos de los talleres.

—¡Thorn! —exclamó Scarlet Mist, su voz resonando en el espacio cerrado. —¿Qué logras con esto? Estas destruyendo el sustento de la gente.

Alaric se giró lentamente, con una expresión serena pero cargada de intensidad.

—El sustento de la gente ya fue destruido hace mucho por el Ducado —replicó. —Esto es solo un paso necesario para desmantelar su opresión.

—¿Y cuántos inocentes deben pagar ese precio? —contraatacó Scarlet Mist. —Tu guerra no es diferente de la de ellos. Solo reemplazarás una tiranía por otra.

Thorn avanzó un paso, su postura firme pero sin mostrar agresividad física.

—Hablas de justicia, pero tus acciones también siembran miedo. La diferencia es que yo no pretendo disfrazar lo que hago. Todo cambio requiere un sacrificio, y estoy dispuesto a pagarlo.

La conversación era un duelo de ideales, donde cada palabra cargaba el peso de sus convicciones. Ambos se midieron en silencio por un momento antes de que un estruendo los interrumpiera: una sección del techo colapsó, obligándolos a retroceder.

Scarlet Mist aprovechó el momento para desaparecer entre el caos, pero las palabras de Thorn resonaban en su mente mientras escapaba. La batalla no era solo por el control de Obsidian Heights, sino por el alma de la ciudad misma.

La noche cayó sobre un Ala Helix devastada. Mientras los ciudadanos intentaban reconstruir lo poco que quedaba, Scarlet Mist regresó al Taller Escarlata, donde reflexionó sobre el encuentro. El conflicto con Thorn había revelado algo más que diferencias filosóficas: había dejado claro que la lucha sería mucho más compleja de lo que imaginaba.




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