El Ala Umbra vibraba con una energía que no se había sentido en años. Las revelaciones publicadas por Dahlia Fogel habían encendido una chispa entre los ciudadanos, una chispa que rápidamente creció hasta convertirse en un incendio de descontento. Las calles, habitualmente silenciosas y opacadas por el hollín industrial, ahora estaban llenas de personas que alzaban pancartas improvisadas y coreaban consignas contra el Ducado tecnocrático.
—¡Justicia para los caídos del Umbra!— gritaban, mientras avanzaban hacia la plaza principal, un espacio que había sido olvidado como lugar de reunión y ahora se llenaba con la fuerza de una comunidad decidida.
Antes de unirse a la marcha, Dahlia Fogel había hecho una breve visita a Gregor Stannard en la habitación del hospital donde se recuperaba tras el atentado contra La Voz del Vapor. Aunque los médicos aseguraban que su estado era estable, Gregor aún no había recuperado el conocimiento. Dahlia se sentó junto a su cama, su rostro cargado de emociones encontradas.
—No sé si puedes oírme —comenzó, con un tono suave pero quebrado. —Nunca te dije lo mucho que te admiraba. Siempre enfrentaste la verdad, sin importar lo que costara. Ahora que no estás aquí para guiarme, siento que todo está tambaleándose.
Hizo una pausa, observando el compás rítmico del respirador mecánico.
—Quiero creer que lo que estoy haciendo es correcto. Pero, ¿y si estoy equivocada? ¿Y si estas protestas solo traen más dolor? Necesito tu sabiduría ahora más que nunca, Gregor.
Sus palabras quedaron suspendidas en el aire, como un eco sin respuesta. Finalmente, Dahlia se levantó, ajustó la manta de Gregor con cuidado y dejó la habitación con una renovada determinación.
En las calles del Umbra, las pancartas y las voces de los ciudadanos llenaban el aire. Dahlia caminaba entre la multitud, con un bloc de notas y un estilógrafo en mano. Aunque su trabajo consistía en documentar los eventos, también sabía que estas palabras serían cruciales, no solo para mantener la moral alta, sino para mostrarle al resto de Obsidian Heights que la resistencia era posible. Su corazón latía con fuerza, no solo por la emoción del momento, sino también por la incertidumbre de lo que podía venir.
En las sombras, observando desde lo alto de un edificio cercano, Scarlet Mist evaluaba la situación. Aunque las protestas eran un signo esperanzador, también sabía que el Ducado no dudaría en responder con fuerza. Sus lentes captaban los movimientos de los Centinelas que patrullaban las calles cercanas, pero también observaba patrones en los informes recientes que vinculaban al Filo del Ébano con figuras clave del Consejo de Lores. La conexión entre Alaric Thorn y Lady Seraphine Lorne estaba cobrando forma, pero necesitaba más evidencia para exponerla.
—No puedo dejar que esto termine en una masacre —murmuró para sí mismo, ajustando los controles en su máscara antes de desaparecer en las sombras.
En el corazón del Ala Umbra, una fábrica de componentes de los Centinelas trabajaba a toda máquina. El ruido de las máquinas llenaba el aire, acompañado por el humo que salía de las chimeneas. Era una representación perfecta del sistema que el Ducado había creado: eficiente, pero indiferente a las vidas que quedaban atrapadas en su engranaje.
Scarlet Mist había identificado esta fábrica como un objetivo clave. Con la producción de componentes suspendida, los Centinelas perderían parte de su capacidad operativa, lo que daría a la movilización ciudadana un respiro necesario. Mientras se infiltraba en las instalaciones, su mente estaba dividida entre la estrategia y el eco de las voces de la protesta que había dejado atrás.
Con movimientos precisos, desactivó las cámaras de seguridad y se internó en las entrañas de la fábrica. Cada paso era calculado, cada acción meticulosamente planeada. Las cargas explosivas que llevaba no estaban diseñadas para destruir por completo, sino para inutilizar la maquinaria clave sin poner en peligro a los trabajadores.
Mientras tanto, en la plaza principal del Umbra, la tensión aumentaba. Los Centinelas desplegados habían comenzado a acercarse, sus figuras imponentes proyectando una sombra ominosa sobre los manifestantes. Dahlia, ahora en el centro de la multitud, intentaba mantener la calma mientras anotaba los eventos en su libreta.
—Lo que estamos viendo aquí es la respuesta del Ducado a las voces del pueblo —pensó, mientras observaba los rostros decididos de los manifestantes. —Pero estas voces no pueden ser silenciadas tan fácilmente.
Un estruendo interrumpió el ambiente. Desde la distancia, una columna de humo negro se alzaba en el horizonte. La fábrica había sido saboteada, y aunque la mayoría de los manifestantes no sabían lo que había ocurrido, la energía en el aire cambió. Algunos vitoreaban, interpretando el humo como una señal de esperanza, mientras que otros miraban con inquietud, temiendo la represalia que seguiría.
Dentro de la fábrica, Scarlet Mist observaba los resultados de su operación. Las máquinas estaban inmóviles, y los trabajadores habían sido evacuados sin incidentes. Sin embargo, sabía que no podía quedarse mucho tiempo. El humo atraería a las fuerzas del Ducado, y su presencia solo complicaría la situación.
Cuando salió de las instalaciones, las calles del Umbra estaban en caos. Los Centinelas habían comenzado a dispersar a los manifestantes con métodos agresivos, y los gritos llenaban el aire. Scarlet Mist avanzó entre las sombras, utilizando su conocimiento del terreno para evitar ser detectado mientras se dirigía hacia la plaza principal.
Allí, encontró a Dahlia intentando ayudar a los heridos y organizando la resistencia. Al verla en medio del caos, una chispa de admiración cruzó su mente. Ella era tan valiente como cualquier guerrero en el campo de batalla.