El Consejo de Lores se reunió bajo la cúpula de cristal del Ala Zenith, iluminada por la luz pálida de un cielo encapotado. La tensión en el aire era tan densa que parecía un ente palpable. En el centro de la sala, Lady Seraphine Lorne se levantó con una postura elegante pero cargada de autoridad.
—Es evidente que las recientes agitaciones en el Umbra son un reflejo de nuestra debilidad colectiva —declaró, su voz resonando con frialdad. —El Consejo no puede permitirse la inacción. Propongo una centralización completa de las operaciones de los Centinelas para garantizar la estabilidad.
Caelan Rivault, sentado al otro lado de la mesa semicircular, apoyó las manos en el borde de madera pulida y se inclinó hacia adelante. Su mirada fija en Seraphine irradiaba una calma peligrosa.
—Lo que propones no es estabilidad, Lady Lorne. Es un paso más hacia un estado de vigilancia absoluta. Ya hemos visto el costo humano de estas medidas. ¿Cuánto más estamos dispuestos a sacrificar en nombre del control?
Los lores intercambiaron miradas. Algunos se inclinaban hacia Seraphine, mientras otros encontraban en las palabras de Caelan una resistencia que resonaba con sus propios temores. Antes de que Seraphine pudiera responder, un consejero más joven intervino.
—¿Y qué propone usted, Lord Rivault? No podemos ignorar que las protestas y sabotajes están debilitando nuestra posición.
Caelan se enderezó, su voz firme pero sin agresividad.
—Propongo un enfoque diferente. Negociemos con los líderes comunitarios. Mostremos que el Ducado puede ser flexible y responsable, en lugar de un leviatán que aplasta todo a su paso.
—Idealismo impráctico —interrumpió Seraphine, su sonrisa despectiva apenas perceptible. —La historia ha demostrado que la fuerza es el único lenguaje que entienden los disidentes.
Antes de que la discusión pudiera escalar aún más, un mensajero irrumpió en la sala, jadeando por el esfuerzo.
—Mis lores, las fábricas del Ala Helix han reportado movimientos sospechosos. Parece que fuerzas del Filo del Ébano están preparándose para un ataque directo.
El impacto de la noticia desvió inmediatamente la atención. Seraphine aprovechó la oportunidad para consolidar su narrativa.
—¡Esto es precisamente de lo que hablo! Mientras debatimos, nuestros enemigos actúan. Necesitamos respuestas rápidas y decisivas.
Sin embargo, Caelan utilizó el mismo momento para sembrar dudas.
—¿Y cómo llegaron tan lejos sin que nuestros sistemas los detectaran antes? Tal vez deberíamos preguntarnos si hay algo más que no está funcionando en nuestro propio Consejo.
La intriga estaba plantada. Los lores, confusos y divididos, no llegaron a una resolución definitiva, pero la influencia de Seraphine había sido golpeada, al menos temporalmente, gracias al caos provocado por Thorn.
Mientras tanto, en una habitación silenciosa del hospital del Umbra, Gregor Stannard abrió lentamente los ojos. El mundo a su alrededor era un borrón de luces y sombras hasta que finalmente enfocó el rostro de Dahlia, quien estaba sentada junto a él con una mezcla de alivio y preocupación.
—¡Gregor! —exclamó, inclinándose hacia él. —Pensé que no despertarías.
—Hará falta algo más para derribarme —respondía él, con una sonrisa débil pero genuina.
Dahlia rápidamente lo puso al corriente, explicándole los eventos que habían ocurrido desde el atentado. Mientras hablaba, su voz temblaba ligeramente, revelando las dudas que la habían atormentado.
—Siento que todo está fuera de control —admitió. —No sé si estoy haciendo lo suficiente o si estoy tomando las decisiones correctas.
Gregor, aunque débil, encontró la fuerza para responder con la sabiduría que lo había definido toda su vida.
—La verdad nunca es fácil, Dahlia. Pero lo que estás haciendo importa. Sigue exponiendo la corrupción. Aunque tambalees, recuerda que cada palabra tiene el poder de cambiar el curso de la historia.
Sus palabras, aunque simples, parecieron aliviar parte de la carga que Dahlia llevaba consigo. Ella apretó suavemente su mano, encontrando renovada determinación en su mentor.
En otro punto de la ciudad, Silas Karev se encontraba en una reunión secreta con Scarlet Mist. Las luces bajas y el aire cargado de tensión marcaban el tono de su encuentro. Karev extendió un conjunto de planos y documentos sobre una mesa improvisada.
—Estos son los detalles de los movimientos de Thorn —dijo, señalando las hojas. —Planea usar las fracturas en el Consejo para lanzar un golpe simultáneo en las instalaciones clave del Ducado.
Scarlet Mist estudió los documentos en silencio antes de hablar.
—Estás poniendo en juego tu vida al entregarnos esto. ¿Por qué lo haces?
Karev lo miró directamente, su voz cargada de resolución.
—Porque ya no puedo ser parte de esto. Thorn y Seraphine son dos caras de la misma moneda, y el precio de mi silencio ha sido demasiado alto.
Scarlet Mist asintió, reconociendo la sinceridad en las palabras de Karev. La información que ahora tenía era crucial, pero también sabía que usarla vendría con un costo.
—Entonces actuaremos —dijo finalmente. —Pero no podemos permitirnos más errores.
Mientras se preparaban para los próximos pasos, las fracturas dentro del sistema se hacían más evidentes. El equilibrio de poder en Obsidian Heights estaba tambaleándose, y todos sabían que el momento de la verdad estaba cada vez más cerca.