El cielo del Ala Zenith estaba encapotado, como si la ciudad misma compartiera el duelo por la pérdida de Silas Karev. La plaza principal se había transformado en un espacio solemne, decorado con estandartes del Ducado y rodeado de centinelas inmóviles que vigilaban cada rincón. La ceremonia fúnebre de estado era tanto un homenaje como una demostración de poder.
Aiden Falken, con su habitual porte impecable, se encontraba entre la multitud de dignatarios. Aunque su rostro era una máscara de neutralidad, en su interior se debatía entre la culpa y la furia. Cada palabra pronunciada por los oradores resonaba como un recordatorio del sacrificio de Karev y la promesa que había hecho de proteger su legado.
Lady Seraphine Lorne, erguida junto al podio principal, proyectaba una imagen de serena autoridad. Su voz cortaba el aire como una cuchilla afilada mientras hablaba ante la audiencia:
—Hoy, despedimos a uno de los más brillantes ingenieros que nuestro Ducado ha conocido. Silas Karev no solo fue un pilar de nuestra comunidad tecnocrática, sino también un defensor de nuestros valores. Prometemos encontrar a los responsables de esta tragedia y llevarlos ante la justicia.
Los aplausos fueron moderados, pero la tensión en el ambiente era palpable. Lord Alistair Vaughn, quien había emergido de su retiro tras años de inactividad pública, observaba la escena con ojos calculadores. Luego de la ceremonia, encontró a Lord Caelan Rivault en un rincón apartado de la plaza.
—Finalmente decides presentarte en persona —dijo Caelan, cruzando los brazos mientras miraba a Vaughn con evidente reproche.
—La situación amerita mi presencia —respondía Vaughn, manteniendo su tono tranquilo pero firme. —He estado actuando desde las sombras por el bien del equilibrio.
—Ese equilibrio está a punto de romperse —replicó Caelan. —Seraphine está ganando terreno en el Consejo, y tus ausencias no hacen más que facilitarle el camino. Si no quieres que todo se desmorone, necesitas participar activamente. Ya basta con los movimientos secretos.
Vaughn asintió despacio, como si las palabras de Caelan le pesaran más de lo que quería admitir.
—Prometo que seré más visible. Serás testigo de ello pronto.
Esa misma noche, bajo la cobertura de la oscuridad, Scarlet Mist se movía rápidamente por los callejones del Umbra. Su objetivo era un almacén clave utilizado por el Ducado para almacenar componentes de los Centinelas y armamento experimental. La información obtenida por Karev antes de su muerte había sido crucial para planificar esta incursión.
Dentro del almacén, las sombras se alargaban entre las filas de cajas y equipos mecanizados. Scarlet Mist trabajaba con eficiencia, colocando explosivos en puntos estratégicos mientras esquivaba las patrullas de los guardias. Cada paso lo acercaba más a su objetivo: inutilizar las operaciones del Ducado sin poner en riesgo vidas inocentes.
De repente, un ruido en la distancia lo puso en alerta. Una figura conocida emergió de las sombras: Eris Vex, con su porte militar y una determinación que brillaba en sus ojos.
—¡Detente, Scarlet Mist! —ordenó, apuntando su arma hacia él. —No puedes seguir causando estragos y esperar que nadie te detenga.
Scarlet Mist se giró lentamente, levantando las manos en señal de tregua aparente.
—Eris, sabes que no estoy aquí para causar daño innecesario. Todo esto es para evitar que el Ducado continúe oprimiendo a la gente del Umbra.
—Y ¿qué te hace diferente de ellos? —replicó Eris, avanzando un paso. —Ambos usan el miedo para lograr sus objetivos.
Scarlet Mist bajó las manos lentamente y dio un paso hacia adelante.
—Porque ellos no operan solos, Eris. El Filo del Ébano y el Ducado no son enemigos. Están conectados más de lo que imaginas.
Antes de que pudiera responder, un estruendo sacudió el edificio. Las puertas principales fueron derribadas, y un grupo de Centinelas, liderados por Viktor Drell, irrumpió en el almacén.
—Así que aquí estás —dijo Drell con una sonrisa sardónica, desenvainando su espada, el Filo del Ébano. —Sabía que no podrías resistir la tentación de atacar otro de nuestros sitios.
Eris miró a Drell con una mezcla de sorpresa y desconfianza.
—¿Qué haces aquí, Drell?—Eris vio a los autómatas al lado del desertor. —¡Centinelas, atrápenlo!
Drell soltó una carcajada.
—Tus órdenes no son válidas aquí, Eris. La realidad es más compleja de lo que crees. Las lealtades son fluidas cuando se trata de poder y supervivencia. Pero no esperes que te explique todo. Estás mejor sin saber.
Eris retrocedió un paso, sus dudas comenzaban a solidificarse. Scarlet Mist aprovechó la confusión para lanzar una granada de humo, cubriendo su retirada mientras intentaba completar su misión. Sin embargo, los Centinelas programados para seguir las órdenes de Drell lo persiguieron implacablemente. La batalla que siguió fue un caos de explosiones, disparos y estrategias improvisadas.
En medio del enfrentamiento, Eris comenzó a cuestionar sus lealtades. Esa noche fue suficiente para que las lealtades que ella había jurado proteger comiencen a tambalear. Finalmente, tomó una decisión: activó el mismo control que Silas Karev poseía para desactivar temporalmente a los Centinelas, permitiendo que Scarlet Mist escapara con vida.
Cuando el polvo se asentó, el almacén estaba en ruinas, y el Filo del Ébano había sufrido una derrota parcial. Aunque la misión había debilitado al Ducado, también había expuesto las crecientes fracturas entre sus enemigos.
Desde un tejado cercano, Scarlet Mist observaba las llamas consumir el almacén. Sabía que la lucha estaba lejos de terminar, pero también que cada acción los acercaba más a desmantelar el sistema corrupto que gobernaba Obsidian Heights.