La atmósfera en la sala del Consejo de Lores era pesada, cargada de murmullos y miradas de desconfianza. Los lores, alineados en sus asientos semicirculares, observaban mientras Lady Seraphine Lorne ascendía al podio central. Con una elegancia calculada, ajustó los pliegues de su vestido y proyectó su voz con autoridad:
—Estamos al borde del caos. La destrucción de la Central de Energía y las recientes agitaciones en el Umbra exigen acciones inmediatas. Propongo que este Consejo apruebe un Estado de Sitio.
El murmullo creció en intensidad. Algunos lores asintieron, mientras otros intercambiaban miradas de preocupación. Entre ellos, Lord Caelan Rivault se levantó, su figura imponente destacaba en el recinto.
—Un Estado de Sitio solo profundizará las divisiones que ya amenazan con desmoronar nuestra ciudad —dijo, mirando directamente a Seraphine. —Lo que necesitamos es unidad, no represión.
—Unidad sin control es una invitación al caos —replicó Seraphine con una sonrisa afilada. —¿Acaso quieres que Obsidian Heights caiga en manos de anarquistas y vigilantes?
Desde uno de los extremos de la sala, Lord Alistair Vaughn se aclaró la garganta. Su reaparición en las sesiones había sido inesperada, pero su presencia era innegable.
—Lady Seraphine, ¿nos estás pidiendo que sacrifiquemos nuestras libertades por una falsa sensación de seguridad? —dijo Vaughn, con tono tranquilo pero firme. —¿O es que buscas consolidar tu propio poder bajo el pretexto de protegernos?
El golpe fue directo, y aunque Seraphine mantuvo su expresión serena, sus ojos destellaron con un atisbo de rabia contenida. Antes de que pudiera responder, uno de los lores moderados intervino.
—¿Qué garantía tenemos de que estas medidas no serán utilizadas para silenciar a la disidencia?
El debate continuó, cada palabra elevando la tensión en la sala. Mientras tanto, en las calles del Ala Umbra, los ciudadanos comenzaban a reunirse, impulsados por los recientes artículos de Dahlia Fogel. Su denuncia de los abusos del Ducado y la creciente corrupción habían encendido una chispa en la población. Desde su escritorio en La Voz del Vapor, Dahlia observaba el movimiento desde la ventana.
—Estás jugando con fuego —dijo Gregor Stannard, sentado a su lado. Aunque aún se recuperaba, su voz seguía siendo firme y autoritaria.
—Si no lo hacemos, ¿quién lo hará? —respondía Dahlia, sin apartar la vista de las calles. —El pueblo necesita saber la verdad.
Gregor asintió lentamente, sus ojos reflejaban tanto orgullo como preocupación.
—Solo recuerda que la verdad también tiene un precio. No permitas que te consuma.
Mientras tanto, en la oficina de la Jefatura de Ingenieros, Aiden Falken estudiaba su brazo herido con gesto de frustración. La herida infligida durante el enfrentamiento en la Central de Energía había dejado secuelas graves, y aunque la servoarmadura podía ser reparada y adecuada para dar más movilidad al maltrecho brazo, sabía que su cuerpo ya no podría soportar las demandas de su doble vida como Scarlet Mist.
En el escritorio frente a él, bocetos de modificaciones para la servoarmadura se mezclaban con herramientas y fragmentos de metal. Aiden tamborileaba los dedos sobre el brazo intacto, evaluando cada posibilidad con una mezcla de resignación y determinación. Sabía que pronto tendría que tomar una decisión definitiva.
Un golpe suave en la puerta lo sacó de sus pensamientos. Eris Vex entró, su porte militar era tan firme como siempre, pero sus ojos mostraban una mezcla de cansancio y preocupación. Cerró la puerta tras de sí y avanzó hacia Aiden.
—El Consejo está dividido —comenzó, sin preámbulos. —Caelan y Alistair me están protegiendo por ahora, pero no sé cuánto tiempo podrá durar esa situación. Seraphine está presionando para consolidar su poder, y la tensión es palpable.
Aiden asintió lentamente, su expresión se endureció al escuchar el nombre de Seraphine. Su mente volvía al peligro que representaba para la estabilidad de la ciudad y las vidas que colgaban de un hilo por sus maniobras políticas. Miró a Eris y percibió en su postura un conflicto interno que no había visto antes.
—¿Qué tan mala es la situación? —preguntó Aiden, rompiendo el silencio.
—Peor de lo que esperábamos —admitió Eris, cruzando los brazos. —Los ciudadanos del Umbra están organizándose, pero la represión de los Centinelas está escalando. Si no encontramos una manera de equilibrar esto pronto, la ciudad podría desmoronarse.
En el Consejo, la sesión llegaba a su clímax. Caelan, con su voz resonando en el recinto, cerró su intervención:
—Si aprobamos este Estado de Sitio, estaremos renunciando a lo que hace de Obsidian Heights una ciudad digna de ser defendida. El miedo no puede ser nuestra guía.
El murmullo se hizo más intenso. Las palabras de Caelan habían calado hondo, pero la influencia de Seraphine seguía siendo fuerte. El destino de la ciudad pendía de un hilo, mientras las fuerzas en las sombras se preparaban para dar su siguiente movimiento.