La oscuridad en los pasillos del Ala Nexus era sofocante. Los estrechos corredores de piedra y metal resonaban con un eco lejano de agua goteando y el zumbido tenue de maquinaria vieja. Scarlet Mist se movía con cautela, cada paso cuidadosamente calculado mientras escudriñaba las sombras. Había recibido información de que un grupo del Filo del Ébano estaba operando en los túneles subterrráneos, preparándose para un golpe decisivo contra el Consejo de Lores.
Todo había comenzado esa misma mañana, cuando Eris Vex entró en la oficina de Aiden Falken con un porte resuelto pero ojos que denotaban preocupación. Aiden, sentado tras su escritorio, apenas levantó la vista de los planos que estudiaba. Su brazo maltrecho reposaba con rigidez sobre el brazo de la silla, pero el dolor estaba claramente grabado en su expresión.
Eris dejó un documento cifrado sobre el escritorio.
—Esto es lo único que pude conseguir —dijo, con un tono que mezclaba urgencia y frustración. —Si es cierto, Thorn está planeando algo grande durante la próxima sesión del Consejo.
Aiden tomó el papel con su brazo sano y comenzó a leerlo, sus ojos moviéndose rápidamente entre las líneas de códigos y cifras. Durante varios minutos, el silencio reinó en la habitación, roto solo por el crujido del papel entre sus dedos. Finalmente, levantó la vista hacia Eris.
—Esto no es solo un rumor —dijo, su voz cargada de gravedad. —Thorn está moviendo piezas, y si no hacemos algo pronto, podría aprovechar la sesión del Consejo para ejecutar su plan.
Eris frunció el ceño, notando por primera vez la rigidez con la que Aiden movía su brazo izquierdo.
—¿Qué te pasó en el brazo? —preguntó, inclinándose ligeramente hacia él. —Eso no estaba así la última vez que te vi.
Aiden dudó un momento antes de responder, acomodándose en la silla.
—Un accidente durante una inspección en el Umbra —dijo con voz medida. —Nada grave, pero suficiente para recordarme que este trabajo tiene sus riesgos.
Eris lo observó con suspicacia. Había algo en su tono, una falta de detalles que no pasó desapercibida. Sin embargo, decidió no presionar por el momento.
—Sea lo que sea, deberías cuidarte. No podemos darnos el lujo de perder al Jefe Ingeniero —dijo, intentando suavizar el ambiente con un tono más ligero. —Y sobre esto —añadió, señalando el documento—, ¿tienes algún plan?
Aiden tomó el papel con su brazo sano, sus ojos recorriendo rápidamente las filas de texto y códigos. El dolor persistente en su brazo maltrecho era un recordatorio constante de los límites a los que se había enfrentado, pero no podía permitirse detenerse. Tras varios minutos de lectura silenciosa, finalmente asintió.
—Si estos datos son correctos, Thorn está usando los túneles para movilizar armas y hombres hacia el Ala Zenith. Debemos tomar medidas inmediatas para confirmar esta información y decidir cómo proceder. Quizá podamos alertar a alguien con influencia en el Consejo, alguien que pueda detener esto desde dentro.
Bajo la superficie de Obsidian Heights, Scarlet Mist avanzaba con la precisión de un depredador. La información de Eris había sido lo suficientemente detallada para guiarlo a un cruce de túneles donde se había reportado actividad sospechosa. Pero lo que encontró fue más de lo que esperaba: un convoy completo de hombres armados, cajas llenas de explosivos y una red de comunicaciones improvisada.
Observó desde las sombras mientras los agentes del Filo del Ébano discutían, su líder, un hombre corpulento con cicatrices en el rostro, daba instrucciones claras.
—Todo debe estar listo para el amanecer. El Consejo ni siquiera sabrá qué los golpeó.
Scarlet Mist calculó sus opciones. Podía intentar sabotear las operaciones directamente o interceptar la información que estaba siendo transmitida. Optó por lo último, sabiendo que necesitaba pruebas contundentes para exponer la conspiración. Sin embargo, mientras intentaba infiltrarse en el puesto de comunicación, su presencia fue detectada.
En la redacción de La Voz del Vapor, Gregor Stannard repasaba las notas que Dahlia había preparado para su próximo artículo. La joven periodista estaba visiblemente emocionada, pero también agotada. Su pluma había sido una de las más importantes en denunciar los abusos del Ducado, y Gregor lo sabía.
—Es un buen artículo, Dahlia —dijo Gregor, dejando las hojas sobre el escritorio. —Pero también es peligroso. No subestimes lo lejos que puede llegar el Ducado para proteger sus secretos.
Dahlia asintió, aunque su determinación no flaqueó.
—Si no lo hacemos, ¿quién lo hará? —respondió, su voz firme.
Gregor suspiró y se inclinó hacia adelante.
—La libertad de prensa no es solo un derecho, es un deber. Pero también una responsabilidad. Asegúrate de que cada palabra que publiques sea precisa, porque serán tus palabras las que inspiren a otros a resistir.
Dahlia sonrió levemente. Las palabras de Gregor siempre lograban reafirmar su propósito.
En los túneles, Scarlet Mist se encontraba rodeado. Las alarmas resonaban con un eco ensordecedor, amplificadas por los angostos muros de piedra y metal. Cada paso de sus perseguidores retumbaba como un tambor en sus oídos, mientras intentaba mantenerse un paso adelante. Los agentes del Filo del Ébano avanzaban con disciplina militar, cerrando las salidas y forzándolo a tomar caminos cada vez más estrechos.
Scarlet Mist evaluó rápidamente sus opciones. Un enfrentamiento directo sería suicida, pero la información que había logrado sustraer de la consola de comunicación era demasiado valiosa como para abandonarla. Con movimientos precisos, colocó una pequeña carga explosiva en un muro lateral. El estallido resonó como un trueno, llenando el espacio de polvo y escombros, creando el caos suficiente para cubrir su retirada.
Sin embargo, en su huida, dejó rastros: huellas marcadas en el polvo y un trozo de su capa rasgada atrapado en un saliente de metal oxidado. Mientras ascendía hacia una salida improvisada, las voces de sus perseguidores se intensificaron, dejando claro que no había escapado completamente del peligro. Su respiración se agitó, pero sus pasos no vacilaron. A pesar de los contratiempos, había logrado asegurar el disco de datos, un destello de esperanza en una noche que se tornaba cada vez más oscura.