El Ala Umbra se había convertido en un hervidero de actividad. Lo que había comenzado como pequeños grupos de vecinos preocupados ahora se transformaba en protestas masivas. Las calles estaban llenas de pancartas improvisadas, y las voces de los ciudadanos resonaban como un eco imparable bajo el cielo nublado de Obsidian Heights. La figura de Scarlet Mist se había erigido como un símbolo de esperanza, aunque aún era un enigma para muchos. Entre la multitud, su capa roja ondeaba como una llama, moviéndose rápida y silenciosamente para proteger a los manifestantes de la represión que se avecinaba.
En uno de los cruces principales del Umbra, Scarlet Mist observaba cómo un grupo de Centinelas llegaba para dispersar a los manifestantes. Las máquinas, altas y amenazantes, emitían un zumbido monótono mientras sus lámparas buscaban objetivos. Scarlet Mist se movió con precisión, utilizando el caos como cobertura para desactivar a una de las unidades. A pesar de sus movimientos calculados, un momento de rigidez en su brazo derecho lo hizo titubear, lo que casi lo expuso.
Desde una esquina cercana, Eris Vex observaba la escena con atención. Había acudido al Umbra con la esperanza de evaluar de primera mano los disturbios, pero lo que vio cambió algo en ella. Los Centinelas, más que dispersar a los manifestantes, parecían ejecutar una campaña de intimidación brutal. Golpes innecesarios, arrestos arbitrarios y un desprecio absoluto por las vidas que pretendían proteger.
Mientras observaba a Scarlet Mist enfrentarse a uno de los Centinelas, los ojos de Eris captaron un detalle que la inquietó profundamente: el brazo derecho del vigilante se movía con una rigidez casi mecánica, como si estuviera luchando contra su propio cuerpo. La escena se desarrollaba con una extraña lentitud en su mente, cada movimiento del brazo herido pareció gritar un mensaje que no podía ignorar. Eris sintió un escalofrío recorrer su espalda cuando una conexión se formó, sin que pudiera evitarlo, entre ese detalle y el comportamiento reciente de Aiden Falken. Su recuerdo fue instantáneo: la forma en que Aiden había disimulado el dolor en su brazo, su manera evasiva de hablar del incidente en el Umbra.
Mientras las luces de los Centinelas iluminaban el rostro cubierto de Scarlet Mist, Eris sintió una creciente inquietud. “¿Es posible?”, se preguntó, mientras su mente se debatía entre la lógica y una intuición visceral que parecía gritarle la respuesta. Si Scarlet Mist y Aiden compartían algo más que una causa, ¿qué significaba eso para todo lo que había creído hasta ahora? La duda la invadió como una marea imparable, dejándola tambalearse entre la lealtad y el desconcierto.
En La Voz del Vapor, Gregor Stannard estaba recostado en su escritorio, vagramente convertido en su lecho de recuperación. A pesar del dolor que aún lo afligía, su mente seguía afilada. Con la ayuda de una grabadora de voz, dictaba un editorial destinado a unificar a la ciudad.
—La fuerza de Obsidian Heights no radica en sus máquinas ni en los líderes que las controlan —dijo con voz firme, aunque pausada por el esfuerzo—. Radica en la capacidad de su gente para cuestionar, para desafiar aquello que les impide soñar con una ciudad mejor. El pensamiento crítico no es solo un lujo, es nuestra única herramienta contra la tiranía. Cada idea libre, cada palabra honesta, es una chispa que puede encender el fuego del cambio. Si perdemos esa capacidad, nos convertimos en esclavos del miedo y de aquellos que lo usan para gobernar.
El editorial, transmitido a través de canales clandestinos y leído en voz alta en las protestas, se convirtió en un grito de guerra para los ciudadanos del Umbra. Incluso en su estado debilitado, Gregor demostraba ser una figura crucial en la resistencia.
Al anochecer, Eris regresó a la oficina de la Jefatura de Ingenieros, donde encontró a Aiden inclinado sobre su escritorio, revisando planos con gesto concentrado. Cerró la puerta tras de sí y cruzó los brazos, esperando a que él notara su presencia.
—Tu brazo —dijo finalmente, rompiendo el silencio, aunque su voz temblaba ligeramente, cargada de tensión—. No es solo un accidente en el Umbra, ¿verdad?
Aiden levantó la vista lentamente, su rostro una máscara de calma, pero sus ojos delataban un destello de preocupación y cansancio. Eris avanzó un paso, su postura desafiante pero vulnerable, como si estuviera forzándose a afrontar una verdad que ya sospechaba.
—Vi algo hoy —continuó, su tono más firme ahora—. Vi a Scarlet Mist, y vi cómo su brazo derecho tenía el mismo movimiento forzado que el tuyo. Esto no es una coincidencia, Aiden. No puedes seguir ocultándolo. Si hay algo que estás escondiendo, necesito saberlo.
Por un momento, Aiden no dijo nada. Sus dedos tamborilearon sobre el borde de la mesa, una señal inconsciente de su lucha interna. Finalmente, inclinó ligeramente la cabeza y dejó escapar un suspiro que parecía arrastrar todo el peso de las últimas semanas.
—Eris, esto no es tan simple como parece —comenzó, su voz profunda y medida, como si cada palabra fuera un paso en un campo minado.
—Hazlo simple, entonces —replicó ella, dando otro paso adelante. Su frustración y preocupación se mezclaban en su mirada, una mezcla de enojo y miedo—. Si esta conversación termina en que confíe en ti, necesito saber la verdad.
—¿Confiar en mí? —Aiden dejó escapar una risa breve y amarga—. Confiar en mí no será suficiente, Eris. Lo que estoy por decir podría cambiarlo todo para ti, para mí, y para esta ciudad.
Eris cruzó los brazos, pero su expresión se suavizó ligeramente. Había visto suficiente en las calles del Umbra como para saber que la verdad, por dura que fuera, era mejor que las mentiras que sostenían al Ducado.
—Entonces dilo —susurró. —Estoy aquí porque creo que algo está fundamentalmente mal. Tal vez no lo entendí del todo al principio, pero ahora lo veo. Y tú … tú podrías ser parte de la solución, o del problema. Pero necesito saberlo.