El viento ululaba en los callejones oscuros del Ala Nexus cuando Scarlet Mist, con su capa ondeando en la penumbra, avanzó hacia lo que había sido una llamada inesperada. Las instrucciones habían llegado de manera críptica, pero el mensaje era claro: Alaric Thorn quería hablar.
En una intersección desolada, Thorn emergió de las sombras, su figura imponente contrastaba con las ruinas que lo rodeaban. Llevaba su característica chaqueta militar, pero ahora su porte transmitía un cansancio apenas disimulado. Sostenía el Filo del Ébano en una mano, como un cetro que simbolizaba tanto poder como amenaza.
—No esperaba que aceptaras mi invitación, vigilante —dijo Thorn, su voz firme pero contenida. —Supongo que el enemigo de mi enemigo es mi aliado, al menos por ahora.
Scarlet Mist no respondió de inmediato. Estudió al hombre frente a él, buscando alguna señal de traición en su mirada o en la forma en que ajustaba el agarre sobre su espada.
—Habla —dijo finalmente, con un tono neutral.
Thorn dio un paso adelante, guardando su arma con un gesto deliberado.
—Seraphine se ha convertido en un problema incluso para mí —comenzó—. Su ambición desmedida y su capacidad para manipular al Consejo están desestabilizando todo. Si esto continúa, no habrá ciudad que gobernar ni para ti ni para mí.
—No deseo gobernar, Thorn. Y supones que voy a confiar en tus palabras —replicó Scarlet Mist, cruzando los brazos.
—No tienes que confiar, solo tienes que escuchar. Propongo una tregua temporal. Unimos fuerzas para exponer a Seraphine y desarticular su red. Una vez que ella caiga, volvemos a nuestros respectivos juegos.
Scarlet Mist lo observó en silencio, evaluando cada palabra. Sabía que Thorn era un maestro de la manipulación, pero también sabía que Seraphine representaba una amenaza que no podía enfrentar solo.
De regreso en la oficina de la Jefatura de Ingenieros, Aiden se sentó frente a Dahlia Fogel, quien había acudido a él tras recibir un mensaje urgente. Sus expresiones reflejaban el peso de las revelaciones recientes.
—Eris sabe que soy Scarlet Mist —admitió Aiden, inclinándose hacia adelante. —No sé cuánto tiempo podrá mantener esto en secreto, pero lo que sé es que ahora tenemos que decidir si confiar en ella.
Dahlia lo observó con una mezcla de sorpresa y comprensión.
—Eris es leal a sus principios, pero también está atrapada en un sistema que la consume —dijo tras una pausa. —Si decides confiar en ella, necesitas asegurarte de que entienda en qué está metiéndose.
—Eso no es lo único —continuó Aiden. —Thorn ha propuesto una tregua para enfrentarnos juntos a Seraphine.
Dahlia se inclinó hacia él, sus ojos brillando con incredulidad.
—¿Confía en Thorn? ¿En serio?
—No confío en él —respondía Aiden—, pero Seraphine está acumulando demasiado poder. Si seguimos como estamos, no podré detenerla solo.
Gregor Stannard, desde su lecho de recuperación, escuchaba atentamente mientras Dahlia le contaba sobre los recientes acontecimientos. Cuando ella terminó, el editor en jefe permaneció en silencio durante un momento prolongado, procesando cada palabra.
—Aliarse con Thorn —dijo finalmente, su voz grave y medida—, es como jugar con fuego en un almacén de pólvora. Puede que consigas quemar a tu enemigo, pero también podrías destruir todo lo demás.
Dahlia frunció el ceño, su preocupación evidente en el temblor de su voz cuando replicó:
—Pero si no hacemos nada, Seraphine consolidará su poder. Thorn puede ser nuestra única opción para detenerla. ¿Qué otra alternativa tenemos?
Gregor suspiró, dejando que sus palabras se asentaran antes de responder.
—Siempre hay alternativas, Dahlia. La cuestión no es si Thorn puede ayudarnos, sino qué precio estamos dispuestos a pagar por su "ayuda". ¿Cuánto control estamos dispuestos a cederle a un hombre que ya demostró que sus objetivos no tienen límites?
Dahlia inclinó la cabeza ligeramente, reflexionando sobre sus palabras.
—¿Crees que nos traicionará, incluso si logramos derrotar a Seraphine?
—No se trata de si lo hará. Es cuándo lo hará. Thorn no opera por principios, Dahlia. Opera por poder. Si lo ayudamos a eliminar a Seraphine, ¿quién nos asegura que no ocupará su lugar y continuará el mismo ciclo de opresión?
Dahlia apretó los labios, pero no pudo refutar su argumento. Gregor continuó, con un tono más firme:
—La historia está llena de hombres como Thorn, que comienzan como aliados temporales y terminan como dictadores. ¿Queremos ser cómplices de su ascenso? Piensa en las consecuencias para la Voz del Vapor, para ti y para tus fuentes. Si confiamos en Thorn, estarás poniendo en riesgo todo por lo que hemos luchado.
—Pero si no actuamos ahora, podríamos perderlo todo de todos modos —replicó Dahlia, desesperada por encontrar una solución.
Gregor asintió lentamente, reconociendo la validez de su punto.
—Es cierto. Pero si deciden trabajar con él, asegúrense de que Thorn sea quien corra el mayor riesgo. Ustedes controlan las condiciones, no él. Y nunca olvides que la palabra es tu arma más poderosa. Si Thorn intenta traicionarlos, debe ser él quien quede expuesto.
Dahlia lo miró con renovada determinación, su mente ya trabajando en cómo estructurar el siguiente movimiento.
—Tienes razón, Gregor. La verdad es nuestra mejor herramienta. No la desaprovecharemos. Entonces, ¿qué sugieres? —preguntó Dahlia, ansiosa por escuchar su opinión.
—La verdad siempre ha sido nuestra arma más poderosa —respondió Gregor.
La reunión secreta del Consejo de Lores se llevó a cabo en un edificio discretamente protegido en el Ala Zenith. Scarlet Mist y Thorn, infiltrados en las sombras, observaban desde un pasadizo superior mientras Seraphine hablaba con varios de los lores más influyentes. La mujer proyectaba una imagen de calma y control, pero sus palabras eran un veneno cuidadosamente administrado para consolidar su poder.