La tarde caía sobre Obsidian Heights, bañando las calles del Ala Zenith en un resplandor anaranjado que parecía contrastar con la creciente tensión en el Consejo de Lores. Mientras los ciudadanos comenzaban a reunirse en grupos, discutían en murmullos sobre los últimos rumores que circulaban en los pasadizos del poder. En medio de esta agitación, Eris Vex se encontraba en su pequeño apartamento, revisando una carpeta llena de documentos incriminatorios que había recuperado tras una misión encubierta en el Ala Lumen.
Las pruebas eran claras: Lady Seraphine no solo había consolidado su influencia en el Consejo mediante sobornos y amenazas, sino que también estaba vinculada directamente a las maniobras que habían llevado a la destrucción de varias zonas del Umbra. Eris tamborileó sus dedos sobre la mesa, su mente dividida. Sabía que entregar estos documentos a Scarlet Mist podría acelerar la caída de Seraphine, pero también ponía en riesgo su propia posición dentro del Ducado.
El temor de ser descubierta como una traidora al sistema que había jurado proteger se mezclaba con un creciente deseo de justicia, una justicia que parecía inalcanzable bajo el mando corrupto de Seraphine. La responsabilidad pesaba sobre sus hombros, y su mente se llenaba de preguntas. “¿Es esto lo correcto? ¿Podrá Scarlet Mist usar esta información sin desatar un caos ayor? ¿Estoy preparada para enfrentar las consecuencias si todo sale mal?”.
Finalmente, tras un largo suspiro, tomó una decisión. En lugar de optar por el camino más arriesgado, envolvió cuidadosamente los documentos y salió hacia la residencia de Lord Caelan Rivault, uno de los pocos en quienes sentía que podía confiar. Allí, se encontró con Caelan y Lord Alistair Vaughn, quien había regresado al Consejo con un renovado sentido de propósito.
—Esto es todo lo que logré reunir —dijo Eris, extendiendo la carpeta hacia ellos. —Es suficiente para implicar a Seraphine y algunos de sus aliados. Pero si esto se filtra antes de tiempo, podríamos perder cualquier ventaja que tengamos.
Caelan tomó los documentos con una expresión grave y los examinó brevemente antes de asentir.
—Has hecho bien en traer esto aquí, Eris. Estas pruebas pueden cambiar el curso de todo. Pero debemos proceder con cautela.
—¿Qué proponen hacer? —preguntó Eris, su voz cargada de preocupación.
—Presentaremos esto en la próxima sesión del Consejo —respondió Alistair, con una mirada decidida. —Pero primero debemos garantizar que Seraphine no tenga tiempo para contraatacar.
Esa misma noche, durante una reunión de emergencia del Consejo de Lores, Lady Seraphine hizo un movimiento audaz. De pie en el centro de la sala, con su porte altivo y su voz resonante, acusó públicamente a Caelan y Alistair de conspirar contra el Ducado.
—Estos hombres —dijo, señalándolos con un dedo firme— buscan desestabilizar nuestra ciudad con falsas acusaciones y alianzas secretas. Su objetivo no es la estabilidad, sino el caos.
Caelan, manteniendo una calma estudiada, se levantó de su asiento.
—Si realmente busca justicia, Lady Seraphine, entonces no tendrá objeción en que esta sesión sea postergada. Hemos recibido pruebas que merecen ser evaluadas con cuidado antes de tomar cualquier decisión. Estas pruebas no solo exponen corrupción dentro del Consejo, sino también en el gobierno tecnocrático que usted defiende tan fervientemente.
Los murmullos llenaron la sala mientras los lores intercambiaban miradas de incertidumbre. Seraphine intentó intervenir, pero la moción de Caelan fue aprobada, posponiendo cualquier votación importante. Aunque furiosa, su control sobre el Consejo parecía tambalearse por primera vez en semanas.
En la redacción improvisada de La Voz del Vapor, Gregor Stannard estaba recostado en un sillón, su cuerpo débil pero su mente tan aguda como siempre. Dahlia se sentó frente a él, con una pila de papeles en sus manos, mientras discutían sobre el próximo editorial.
—No podemos detenernos ahora, Dahlia —dijo Gregor, su voz ronca pero cargada de determinación. —La verdad es lo único que nos queda. Si cedemos ante el miedo, entonces ellos ganan.
Dahlia apretó los labios, pensando en los riesgos que corrían al publicar información tan delicada.
—Pero si seguimos empujando, podrían ir tras nosotros de nuevo. No sé si podría soportar perderte, Gregor.
El editor sonrió débilmente, colocando una mano temblorosa sobre la de ella.
—El miedo es una herramienta poderosa, pero también lo es la verdad. Y tú, Dahlia, tienes el don de transformarla en algo que inspire. No lo desperdicies.
Dahlia asintió lentamente, sintiendo una mezcla de orgullo y responsabilidad. Sabía que Gregor tenía razón, y estaba dispuesta a asumir el riesgo.
En la Jefatura de Ingenieros, Aiden trabajaba en silencio, ajustando los planos de la servoarmadura mientras Dahlia se acercaba a él. Las herramientas sobre su mesa estaban organizadas con precisión, pero el desorden de su mente se reflejaba en la rigidez de sus movimientos.
—¿Cuánto tiempo más podrás hacerlo? —preguntó Dahlia suavemente, rompiendo el silencio.
Aiden se detuvo, mirando su brazo herido antes de responder.
—No mucho. Cada vez es más difícil. Pero ya estoy maquinando algo.
—¿Qué quieres decir? —preguntó ella, acercándose un poco más.
Aiden giró ligeramente hacia ella, su rostro serio pero con un destello de esperanza en sus ojos.
—Scarlet Mist no puede ser solo un hombre. Tiene que ser algo más grande, algo que sobreviva incluso cuando yo no pueda continuar. Estoy trabajando en ello, pero necesitaré tu ayuda.
Dahlia lo miró fijamente, comprendiendo la magnitud de lo que estaba diciendo. Aunque la idea le aterraba, también veía en ella una oportunidad para que el legado de Scarlet Mist trascendiera a Aiden Falken.