Construcciones Paralelas - Libro I - Obsidian Heights

ARCO IV | Tuerca VI: El Precio de la Insurrección

La oscuridad del Ala Nexus se cernía como una manta pesada, interrumpida solo por los parpadeos esporádicos de luces industriales que colgaban en pasillos desolados. Scarlet Mist, con su servoarmadura parcialmente reparada, se movía sigilosamente por los callejones. A su lado, Eris Vex y Dahlia Fogel mantenían una distancia calculada, observando cada rincón con cautela.

—El nodo de control está aquí cerca —dijo Scarlet Mist en un tono bajo, su voz filtrada por la máscara. —Si logramos desactivarlo, los Centinelas en esta zona quedarán inoperativos temporalmente.

Eris asintó, sus ojos fijos en la tableta que sostenía, mostrando un esquema del complejo.

—Los guardias patrullan en intervalos de cinco minutos. Tenemos una ventana corta antes de que cambien de posición.

Dahlia, con una expresión mezcla de determinación y aprensión, preguntó:

—¿Estás seguro de que esto no activará un protocolo de emergencia?

—Eso depende de cuán rápido seamos —respondió Scarlet Mist. Sus palabras eran seguidas de un leve movimiento en su brazo derecho, que todavía mostraba signos de desgaste.

Mientras se acercaban al nodo de control, el silencio del lugar se volvió ensordecedor. Scarlet Mist observó cómo Eris se movía con precisión militar, revisando cada esquina antes de avanzar. Había algo en su postura y su enfoque que lo hizo detenerse brevemente, un pensamiento fugaz cruzó su mente: “Ella podría ser más que una aliada; podría ser el futuro de Scarlet Mist.”

Llegaron al nodo sin mayores contratiempos. Dahlia comenzó a trabajar en el panel principal mientras Eris vigilaba los alrededores.

—Tres minutos —murmuró Eris, ajustando su postura.

Scarlet Mist observó a Dahlia manipular los controles con habilidad. Finalmente, un leve zumbido indicó que el nodo había sido desactivado.

—Listo —dijo Dahlia, girándose hacia los otros. Pero antes de que pudieran retirarse, un sonido ensordecedor de explosiones resonó a lo lejos.

En el Ala Umbra, Alaric Thorn había lanzado un ataque paralelo, dirigiendo a sus fuerzas hacia un mercado concurrido. El objetivo, según él, era enviar un mensaje al Consejo de Lores y a Seraphine. Sin embargo, el caos resultó en una tragedia mayor: bajas civiles se acumulaban entre los escombros mientras las llamas consumían lo que una vez fue un refugio para familias trabajadoras.

Cuando Scarlet Mist, Eris y Dahlia llegaron a la escena, el aire era denso con humo y el sonido de gritos y sirenas llenaba el ambiente. Las llamas crepitaban en las ruinas del mercado, lanzando sombras danzantes que parecían devorar lo que quedaba de esperanza en el lugar.

Scarlet Mist avanzó hacia un grupo de Centinelas que bloqueaban el acceso, pero a medida que levantaba su brazo para ejecutar un movimiento defensivo, una descarga de dolor recorrió su cuerpo. Su brazo herido cedió en el momento crucial, causando que perdiera el control y dejara una abertura que los Centinelas aprovecharon de inmediato.

La rigidez de su servoarmadura amplificó su vulnerabilidad, y Scarlet Mist cayó de rodillas por un instante, intentando recuperar el equilibrio. Eris, con una expresión de alarma que traicionaba su entrenamiento militar, corrió hacia él. Con movimientos calculados y precisos, disparó a los Centinelas, cubriendo a Scarlet Mist mientras intentaba reincorporarse.

—¡Aiden, necesitas retirarte! —gritó Eris, olvidando por un momento la máscara de Scarlet Mist. Su voz estaba cargada de urgencia y algo que se acercaba al miedo, una emoción que rara vez permitía aflorar. Aiden, sin embargo, forzó su brazo dañado una vez más, bloqueando un ataque que amenazaba con derribar a ambos.

—¡No puedo dejar esto ahora! —respondó Aiden, forzando su brazo dañado para bloquear un ataque inminente.

El enfrentamiento fue breve pero brutal. Finalmente, lograron neutralizar a los Centinelas y evacuar a los supervivientes, pero el costo había sido alto.

En su despacho improvisado, Gregor Stannard observaba las primeras imágenes del ataque en el Umbra. Su rostro reflejaba una mezcla de pesar y determinación mientras comenzaba a dictar un nuevo editorial.

—Alaric Thorn se presenta como un líder de la resistencia, pero sus acciones hablan de otra cosa —escribió, su pluma rasgando el papel con fuerza—. Los inocentes que hoy han caído no son un costo colateral; son el resultado de una ambición desmedida disfrazada de justicia. Si permitimos que esta narrativa se mantenga, no seremos mejores que aquellos a quienes pretendemos derrocar.

Gregor hizo una pausa, dejando que las palabras resonaran en su mente antes de continuar. Pensó en Dahlia, en cómo había llegado hasta aquí. Cuando la contrató, vio en ella un reflejo de su propia juventud: idealista, inquisitiva, dispuesta a enfrentarse a cualquier poder en su búsqueda de la verdad. Pero también la había visto crecer, endurecerse ante los embates del sistema y aprender a usar su pluma como un arma afilada.

—El pensamiento crítico y la libertad de expresión son las últimas murallas contra la tiranía —murmuró para sí mismo mientras escribía—. Dahlia entiende esto ahora, quizá mejor que yo. Ella se ha convertido en una fuerza imparable porque comprende que las palabras pueden cambiar el mundo, pero también porque no teme enfrentarse al precio que exige la verdad.

Con un suspiro, continuó dictando. Cada frase llevaba el peso de su experiencia y su convicción, una llamada no solo a la acción, sino también a la reflexión sobre qué tipo de sociedad estaban construyendo.

De regreso en el Taller Escarlata, Scarlet Mist se sentó frente a una mesa llena de planos y piezas desordenadas. Dahlia lo observaba desde el otro lado, sus brazos cruzados mientras consideraba las implicaciones de lo que habían vivido ese día.

—No podemos seguir así —dijo finalmente. —Tu brazo… todo esto… no sé cuánto más podrás soportarlo.




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