El Taller Escarlata estaba bañado por la luz tenue de las lámparas de vapor, proyectando sombras danzantes sobre las paredes llenas de herramientas, planos y bocetos. Aiden, con su brazo derecho envuelto en una manga ajustable que soportaba el peso de su herida, se inclinaba sobre una mesa de trabajo. Frente a él, un nuevo conjunto de planos detallaba una servoarmadura ligera, diseñada no para él, sino para alguien más.
Dahlia observaba desde un rincón del taller, sus brazos cruzados mientras una mezcla de curiosidad y alivio se reflejaba en su rostro. Finalmente rompió el silencio.
—Así que esto es lo que has estado "maquinando", ¿no es cierto?
Aiden levantó la vista, una leve sonrisa se formó en sus labios.
—Eris tiene las habilidades y la convicción. Con algo de entrenamiento y el equipo adecuado, podría ser el próximo Scarlet Mist. Este diseño es más eficiente, menos dependiente de fuerza bruta, pero igual de efectivo.
Dahlia se acercó, inclinándose para observar los planos más de cerca. Mientras lo hacía, colocó una mano sobre la de Aiden, su toque era cálido y firme.
—Me alegra que finalmente te des cuenta de que no puedes seguir arriesgándote. Hemos perdido demasiados buenos hombres y mujeres en esta lucha. No podría soportar perderte también a ti.
Aiden giró hacia ella, sus ojos encontrándose con los de Dahlia. Había algo en su mirada, un entendimiento mutuo que había crecido con el tiempo y las adversidades compartidas. Sin decir una palabra más, la atrajo hacia él. El beso que compartieron fue apasionado, lleno de todo lo que había quedado sin decir durante semanas.
La noche se volvió un refugio para ambos. En la intimidad del Taller Escarlata, los muros cargados de herramientas y bocetos parecían desaparecer, dejando solo a Aiden y Dahlia en un universo propio. Por primera vez desde que comenzó su cruzada, Aiden permitió que el peso de su responsabilidad se desvaneciera brevemente. Sus labios se encontraron con los de Dahlia en un beso que no solo era apasionado, sino también cargado de todas las emociones acumuladas: la desesperación, el miedo y, sobre todo, la esperanza.
Dahlia, sintiendo la rigidez del brazo herido de Aiden, pasó sus manos suavemente sobre sus hombros, buscando aliviar algo de su carga. Había algo en este momento, en la vulnerabilidad de Aiden, que revelaba al hombre detrás del vigilante. Y, a medida que la noche avanzaba, ambos dejaron que las barreras se desmoronaran, compartiendo no solo el consuelo de la cercanía física, sino también la convicción de que juntos podían enfrentarse al caos que los rodeaba.
En los brazos de Dahlia, Aiden encontró un breve respiro de la batalla que libraba tanto dentro como fuera de sí mismo. Y en los de Aiden, Dahlia halló un ancla que la conectaba con algo más profundo que su causa: un amor forjado en las adversidades y sellado en la intimidad de aquella noche.
Mientras tanto, en el majestuoso Salón del Consejo de Lores, las tensiones estaban al rojo vivo. Caelan Rivault y Alistair Vaughn estaban de pie frente al resto de los lores, sus voces firmes mientras presentaban las pruebas recopiladas gracias a Eris Vex. Documentos, grabaciones y testimonios se desplegaron ante la asamblea, exponiendo la corrupción y los abusos de poder de Seraphine.
—Lady Seraphine ha utilizado su posición no para proteger a esta ciudad, sino para consolidar su propio poder a expensas de los ciudadanos de Obsidian Heights —dijo Caelan, su tono cargado de gravedad.
Seraphine, sentada en su puesto habitual, mantenía una expresión de calma glacial, aunque sus manos apretaban los brazos de su silla con una fuerza que traicionaba su exterior sereno.
—Estas acusaciones no son más que el intento desesperado de un grupo de hombres temerosos de perder su influencia —replicó, su voz cortante como una hoja.
El debate ideológico se intensificó, transformando la sesión del Consejo en un campo de batalla verbal donde las palabras eran lanzadas como armas. Algunos lores, visiblemente tensos, apoyaban a Seraphine con argumentos que apelaban a la necesidad de estabilidad en tiempos de crisis. —A veces, la fuerza es el único lenguaje que entienden los enemigos de la paz —afirmó uno de ellos, golpeando la mesa con su puño para enfatizar su postura.
Otros, liderados por Caelan y Alistair, rechazaban vehementemente esa lógica, insistiendo en que la justicia y la transparencia eran la única manera de restaurar la confianza en el sistema. —Si sacrificamos nuestros principios para protegerlos, ¿qué nos queda como sociedad? —preguntó Alistair, su voz cargada de una calma calculada que contrastaba con la tensión del momento.
Las miradas se cruzaban como espadas, y el ambiente en la sala se hacía más denso con cada argumento. Algunos lores parecían dudar, atrapados entre las dos posturas, mientras el eco de las voces resonaba en las paredes del majestuoso salón. La decisión que se tomaría ese día no solo definiría el destino de Seraphine, sino también el de todo Obsidian Heights.
En las calles, los ciudadanos se habían congregado frente al edificio del Consejo, esperando noticias. Dahlia, a través de una terminal improvisada, escribía y publicaba actualizaciones en tiempo real para La Voz del Vapor. Sus palabras eran claras y contundentes, diseñadas para informar y movilizar a la opinión pública.
—La verdad está saliendo a la luz, y depende de nosotros asegurarnos de que no la apaguen —escribió, sus dedos volando sobre el teclado.
Cada publicación encendía una chispa en la multitud, que se tornaba más ruidosa y exigente a medida que pasaban los minutos. Las palabras de Dahlia no solo informaban, sino que también inspiraban, canalizando la frustración y la esperanza de los ciudadanos en un clamor unísono. Los gritos de “¡Justicia para el Umbra!” y “¡Fuera Seraphine!” resonaban como un latido colectivo, acompasado por el creciente rugido de la multitud.