El Salón del Consejo de Lores estaba repleto como nunca antes. Los altos techos resonaban con los murmullos de los lores y consejeros que habían acudido a la sesión, mientras las luces de las lámparas de vapor creaban sombras que parecían danzar en las paredes adornadas con frescos de antiguas glorias del Ducado.
En el centro del recinto, Lady Seraphine Lorne se mantenía firme, con su porte glacial y su característica capa de terciopelo oscuro que caía sobre sus hombros como una declaración de autoridad. Sin embargo, las grietas en su fachada eran inconfundibles. Sus manos, siempre seguras, ahora apretaban los brazos de su silla con una fuerza que traicionaba su tensión interna. Una gota de sudor recorrió su sien, y aunque intentó disimularlo, los lores más atentos notaron cómo evitaba cruzar miradas con Caelan y Alistair. Incluso su voz, habitualmente firme y cortante, tenía un ligero temblor cuando hablaba, un eco de la presión que comenzaba a derrumbar su control sobre la sala.
Caelan Rivault se levantó primero, su voz firme y calculada resonó en el salón.
—Miembros del Consejo, hoy presentamos pruebas irrefutables de los abusos cometidos por Lady Seraphine durante su mandato. Estas acciones no solo han traicionado la confianza de esta asamblea, sino también han puesto en peligro la estabilidad de Obsidian Heights.
A su lado, Alistair Vaughn asintía con gravedad, mientras una proyección iluminaba el salón, mostrando documentos firmados por Seraphine que vinculaban sus decisiones con la corrupción desenfrenada en las Alas Umbra y Helix. Eris Vex, sentada entre el público, observaba con tensión mientras Caelan continuaba.
—Estas decisiones llevaron al despliegue ilegal de los Centinelas contra manifestantes pacíficos y desviaron fondos cruciales destinados a la reconstrucción del Ala Umbra —añadió, mientras Alistair presentaba grabaciones de testigos y registros financieros adulterados.
Un murmullo recorrió la sala. Seraphine, sin embargo, no parecía dispuesta a ceder. Se levantó con una calma imponente y enfrentó al Consejo.
—¿Es esto lo mejor que pueden ofrecer? —su voz era tan cortante como el filo de una espada. —Documentos que no prueban nada más que su desesperación por desacreditarme. No he hecho más que servir a este Ducado con la misma determinación que mis antepasados.
Algunos lores asintieron, pero la mayoría observaba en silencio, con expresiones que reflejaban dudas y desconfianza. La tensión en el aire era palpable. Sin embargo, Caelan y Alistair, preparados para cualquier contingencia, mostraron los artículos publicados por Dahlia Fogel, quién desde su puesto en el Ala Nexus, daba a conocer las explosivas acciones de Lady Seraphine, en tiempo real, a través de La Voz del Vapor.
Cada artículo destapaba un nuevo escándalo: desfalcos, manipulaciones y alianzas secretas con figuras clave del Filo del Ébano. Las palabras de Dahlia se esparcieron como fuego, alcanzando incluso a los lores más neutrales.
—La verdad no puede ser silenciada —escribió en el primero de ellos. —Lady Seraphine Lorne ha utilizado su poder para enriquecer a unos pocos mientras condena a la mayoría. Hoy, el Consejo tiene la oportunidad de corregir esta injusticia.
Un consejero finalmente rompió el silencio.
—Lady Seraphine, ¿qué tiene que decir sobre estas acusaciones específicas? —preguntó, su tono severo.
Seraphine vaciló por primera vez. Aunque su postura seguía siendo desafiante, sus palabras carecían de la convicción que había mostrado antes.
—Estas acusaciones son fabricaciones de quienes desean socavar mi legado. Si realmente creen en la justicia, entonces consideren cuánto he sacrificado por esta ciudad.
Pero ya era demasiado tarde. Las pruebas presentadas por Caelan y Alistair, junto con la presión de los artículos de Dahlia, habían inclinado la balanza.
Caelan llamó al voto final, secundado por Alistair y otros. Los lores, uno por uno, emitieron sus veredictos. Al final, la decisión fue clara: Seraphine sería despojada de su título de Lady y expulsada del Consejo de Lores.
Un silencio pesado llenó la sala mientras Seraphine, con el rostro endurecido pero sus ojos destellando rabia contenida, era escoltada fuera del salón. Afuera, los ciudadanos que habían seguido la sesión a través de las transmisiones radiofónicas de La Voz del Vapor estallaron en aplausos y vítores.
Desde su oficina, Dahlia observaba el resultado, dejando escapar un suspiro de alivio mezclado con preocupación. Sabía que la caída de Seraphine era solo el comienzo de una nueva etapa de incertidumbre para Obsidian Heights.
En el Taller Escarlata, Aiden también escuchaba en silencio. Aunque su rostro permanecía impasible, su mente era un torbellino de reflexiones. La reciente caída de Seraphine le brindaba un momento de pausa, pero también le recordaba que cada victoria traía consigo nuevas amenazas. "Un enemigo caído no significa el fin de la batalla", pensó mientras ajustaba un componente de la nueva servoarmadura con movimientos metódicos, cada clic del metal resonando como un eco de su determinación.
Levantó la vista hacia los planos que colgaban en las paredes, sus pensamientos oscilando entre el futuro de Scarlet Mist y el peso de su propia humanidad desgastada. Sabía que no podría continuar indefinidamente, y la herida en su brazo era un recordatorio constante de sus límites. Sin embargo, más allá de su propia lucha, otra figura cruzó por su mente: Alaric Thorn. Aiden estaba consciente de que la caída de Seraphine no significaba el fin del Filo del Ébano; por el contrario, Thorn seguramente percibiría este momento como una oportunidad para consolidar su poder.
"El verdadero juego apenas comienza", reflexionó, con una mezcla de inquietud y determinación mientras ajustaba una pieza final, su mirada endurecida por lo que sabía que estaba por venir.