Las calles de Obsidian Heights hervían con el descontento ciudadano. Multitudes se congregaban en las principales avenidas, portando pancartas improvisadas y gritando consignas que resonaban en cada rincón de la ciudad. "¡Justicia para el Umbra!", "¡No más corrupción!", "¡Fuera Seraphine!" eran los lemas que marcaban el compás de una sociedad cansada de los abusos. Las sombras de las imponentes estructuras de vapor no lograban cubrir el fervor de una población unida en su rechazo a la antigua Lady del Consejo.
En una esquina del Ala Nexus, Gregor Stannard estaba sentado en su escritorio, con una manta cubriendo sus piernas debido a su convalecencia. Frente a él, una hoja de papel vacía esperaba pacientemente mientras él reflexionaba. La tinta de su pluma comenzó a fluir, y cada palabra que escribía era como una sentencia para Seraphine y los restos de su legado.
—La verdadera fuerza de una ciudad no reside en sus muros ni en su tecnología, sino en la integridad de quienes la gobiernan. Lady Seraphine Lorne ha caído, pero su sombra de corrupción amenaza con perdurar si no actuamos. Es momento de que Obsidian Heights se levante, no con armas, sino con ideas y principios,—escribió, su letra firme como si cada trazo fuera un martillo golpeando un yunque.
El editorial fue publicado al amanecer, y en cuestión de horas, circuló por toda la ciudad. Los ciudadanos, reunidos en plazas y mercados, leían en voz alta los fragmentos más impactantes, alentando a otros a unirse a la causa. La Voz del Vapor se consolidó como el faro de la resistencia civil, y el nombre de Gregor Stannard se convirtió en sinónimo de verdad y justicia.
Mientras tanto, en la opulenta pero ahora vacía mansión de Seraphine en el Ala Lumen, los ecos de su poder se desvanecían rápidamente. Amigos y aliados que antes se alineaban para recibir su favor ahora evitaban cualquier asociación con ella. Invitaciones a reuniones y eventos desaparecieron, y sus llamados en busca de apoyo no eran respondidos. La soledad comenzaba a cercarla como un espectro implacable.
Seraphine, sentada frente a su chimenea, observaba el fuego con una mezcla de rabia y desesperación. En su regazo, descansaba un diario en el que anotaba sus pensamientos. "Me traicionaron," escribió con una caligrafía frenética. "No entienden lo que he sacrificado. Sin mí, esta ciudad caerá en el caos."
En el Taller Escarlata, Aiden Falken y Eris Vex discutían sobre las implicaciones de la caída de Seraphine. Eris, con los brazos cruzados, observaba a Aiden mientras él revisaba los planos de una mejora para los Centinelas que había interceptado.
—La destitución política es un golpe significativo —dijo Aiden, su tono neutral pero pensativo. —Pero no podemos ignorar que Seraphine sigue teniendo recursos y contactos.
Eris asintió lentamente, aunque su expresión mostraba dudas.
—Lo que vi en el Consejo... no fue solo ambición. Fue desesperación. Seraphine no se quedará de brazos cruzados mientras pierde todo lo que construyó.
—Exacto —replicó Aiden, dejando el plano a un lado. —La pregunta no es si volverá a moverse, sino cuándo y cómo. Y si no actuamos rápidamente, podría ser demasiado tarde para detenerla.
Ambos intercambiaron una mirada cargada de tensión y resolución. La incertidumbre del futuro los envolvía, pero una cosa era clara: Seraphine seguía siendo una amenaza latente, y el tiempo para actuar se estaba agotando. Aiden suspiró profundamente, consciente de que las opciones para continuar como Scarlet Mist eran cada vez más limitadas. Sabía que su brazo maltrecho y las secuelas físicas no le permitirían mantener el ritmo que la lucha exigía.
—Eris —dijo, finalmente rompiendo el silencio. Caminó hacia un estante en el fondo del taller, sacó un cilindro de metal pulido y lo colocó sobre la mesa entre ellos. Al girar una perilla en el costado, el cilindro se desplegó, revelando un conjunto de planos intrincados y piezas prototipo.
—¿Qué es esto? —preguntó Eris, inclinándose para observar más de cerca.
—Es mi plan de contingencia —admitió Aiden, su tono serio, pero con un matiz de esperanza. —Si mi cuerpo no puede seguir adelante, alguien más tendrá que tomar el manto. Esta nueva servoarmadura está diseñada para ser más liviana, adaptable... perfecta para alguien como tú.
Eris retrocedió ligeramente, sorprendida por la revelación. Sus ojos recorrieron los planos con detenimiento, como si cada línea y cálculo ocultara una verdad mayor de lo que Aiden había dicho. Una mezcla de incredulidad y tensión cruzó por su rostro mientras procesaba la magnitud de lo que él estaba sugiriendo.
Por primera vez desde que empezó a cuestionar todo lo que había conocido, sintió el peso de una responsabilidad que nunca había imaginado asumir. La idea de portar el legado de Scarlet Mist, de convertirse en algo más que una soldado del sistema, la abrumaba y al mismo tiempo encendía algo dentro de ella: un sentido de propósito que había comenzado a florecer tras semanas de duda.
Miró a Aiden, buscando en su expresión alguna pista, alguna señal de que esto era una opción y no un mandato. Pero lo que encontró fue confianza, una fe tranquila que, paradójicamente, la hizo sentirse más vulnerable y más fuerte a la vez. Finalmente, permitió que una leve sonrisa, apenas perceptible, se dibujara en sus labios.
—Si voy a aceptar esto —dijo en voz baja, su tono cargado de una resolución naciente—, quiero hacerlo bajo mis propios términos. Pero no te prometo que estaré a la altura.
—Nadie lo está al principio —replicó Aiden con suavidad. —Pero no necesitas ser perfecta, Eris. Solo necesitas ser tú misma, ser una ciudadana de Obsidian Heights... Ser la niebla de las calles. Pero aún no. Aún me queda algo por hacer, una última noche. Luego, si así lo quieres, esta capa escarlata será tuya.