Construcciones Paralelas - Libro I - Obsidian Heights

ARCO V | Tuerca III: Nuevas Alianzas, Nuevas Sombras

El sonido del taller era constante, un ritmo cadencioso de martilleo y zumbidos mecánicos que llenaba el aire. Aiden Falken, con su brazo derecho aún en recuperación, ajustaba las últimas piezas de lo que sería un diseño revolucionario: la nueva servoarmadura para Scarlet Mist. Frente a él, Dahlia Vogel lo observaba con atención, su mirada oscilando entre la admiración y la preocupación.

—No tienes que seguir haciéndote esto, Aiden —dijo Dahlia, cruzando los brazos mientras apoyaba su espalda contra una pared cubierta de planos y herramientas.

Aiden levantó la vista, sus ojos cansados pero determinados. —No es solo por mí, Dahlia. Esta ciudad necesita algo más. Alguien más.

Dahlia suspiró profundamente, avanzando hacia él. —Lo sé. Pero eso no significa que tengas que destruirte en el proceso. Has hecho más de lo que cualquiera podría imaginar. Es hora de que dejes que otros lleven esa carga.

Aiden dejó las herramientas y se volvió hacia ella. Sus ojos se suavizaron, y en ese momento, el peso de las últimas semanas parecía caer sobre él. —Es por eso que estoy haciendo esto —respondió, señalando la servoarmadura—. Eris está lista, incluso si ella no lo sabe aún. Es tiempo de que Scarlet Mist sea más que una persona.

Dahlia lo miró fijamente antes de colocar una mano en su mejilla, obligándolo a sostener su mirada. —Prométeme que, pase lo que pase, no perderás lo que te hace ser quien eres. Ni para esta ciudad ni para ese manto que creaste.

Aiden asintió lentamente, tomando su mano entre las suyas. —Lo prometo, Dahlia.

En el corazón del Ala Umbra, las sombras parecían más densas esa noche. Eris Vex, vestida con la servoarmadura original de Scarlet Mist, se movía con cautela entre las ruinas de un edificio abandonado. Su respiración se mantenía controlada, pero su mente estaba llena de preguntas. ¿Era realmente capaz de llenar los pasos de Aiden? ¿De llevar el manto de un símbolo que significaba tanto para una ciudad rota?

La respuesta parecía más lejana mientras avanzaba hacia el lugar donde se suponía que interceptaría un intercambio de suministros ilegales. Sin embargo, no fue la actividad delictiva lo que encontró primero.

Una figura emergió de las sombras, su presencia imponente y sus movimientos calculados. El Corsario, vestido con una armadura oscura adornada con símbolos náuticos estilizados, levantó la cabeza, dejando que la tenue luz de una farola revelara su rostro parcialmente cubierto por una máscara metálica.

Tras la disolución del Filo del Ébano, Alaric Thorn había adoptado esta nueva identidad para continuar su lucha desde una perspectiva más personal. Las temáticas navales que ahora lo definían no eran al azar; había crecido junto al puerto del Ala Zenith, donde los barcos y los relatos de exploradores formaron parte de su infancia, y el simbolismo del Corsario reflejaba su visión de una justicia que navegaba entre las aguas turbulentas de la moralidad.

La espada "Filo del Ébano", que en su momento representó el poder y la brutalidad de su antiguo grupo, había sido destruida por el mismo Thorn, en un acto de rechazo hacia lo que el Filo del Ébano había llegado a simbolizar.

Ahora empuñaba un sable más sencillo pero igual de letal, que consideraba un recordatorio constante de su nueva convicción: limpiar Obsidian Heights sin ceder a la corrupción que lo había consumido antes. Esta vez, su lucha no era por venganza, sino por redención, aunque sus métodos seguían siendo tan implacables como ambiguos.

—Sabía que no eras el verdadero Scarlet Mist —dijo Alaric Thorn, con una voz que combinaba desdén y curiosidad. —Tu postura, tus movimientos. No tienes el mismo instinto.

Eris se tensó, apretando los puños. —No importa quién lleve esta capa. Lo que importa es lo que representa. Scarlet Mist es un ideal, no una persona.

Thorn dejó escapar una risa seca, avanzando lentamente hacia ella. —¿Un ideal? Los ideales no sangran ni mueren. Son los hombres y mujeres detrás de ellos quienes lo hacen. Y tú... no estás lista para esto.

—Eso no te corresponde decidir —respondió Eris, dando un paso adelante. —El Corsario también es un nombre nuevo. No me vengas con lecciones de identidad.

Thorn la observó por un momento, sus ojos calculadores evaluándola. Finalmente, asintió levemente. —Tal vez. Pero te advierto algo, Scarlet Mist. Si tu método para "salvar" esta ciudad interfiere con el mío, no tendré reparos en eliminarte.

Antes de que Eris pudiera responder, el sonido de pasos apresurados interrumpió la conversación. Ambos se giraron hacia el origen del ruido, descubriendo a un grupo de matones cargando cajas marcadas con el sello del antiguo Filo del Ébano.

Sin decir una palabra, El Corsario se lanzó al ataque, sus movimientos eficaces y letales. Eris, aunque sorprendida, rápidamente se unió al enfrentamiento. Sus acciones no tenían la fluidez de Aiden, pero eran precisas y determinadas. Juntos, aunque no coordinados, lograron desarmar y someter a los delincuentes.

Cuando el último de ellos cayó, Eris se volvió hacia Thorn, esperando algún comentario sarcástico. Pero, en cambio, él simplemente la observó.

—Tienes potencial, pero te falta convicción —dijo finalmente, girándose para desaparecer en las sombras.

Eris permaneció inmóvil durante unos segundos antes de recuperar el aliento. Sus palabras resonaban en su mente, pero se negó a dejar que la debilitara. Si algo había aprendido en los últimos días era que el manto de Scarlet Mist no requería perfección, sino determinación.

De regreso en el Taller Escarlata, Aiden examinaba el diseño final de la nueva servoarmadura. Al escuchar los pasos de Eris acercándose, levantó la vista y esbozó una pequeña sonrisa.

—¿Qué tal estuvo? —preguntó mientras ella se quitaba la máscara.

Eris dejó la servoarmadura original sobre una mesa y se cruzó de brazos. —Interesante. Me crucé con El Corsario. Parece que está jugando a ser el héroe, pero sus métodos no son muy... heroicos.




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