La oficina de Aiden Falken en la Jefatura de Ingenieros era un santuario de orden y propósito, pero esa noche, el ambiente estaba cargado de incertidumbre. Las lámparas de vapor proyectaban una luz cálida sobre las superficies metálicas, creando sombras alargadas que parecían moverse con vida propia. Aiden repasaba uno de los planos más complejos que había diseñado en semanas, buscando alguna falla que pudiera haber pasado por alto. Sin embargo, su mente vagaba entre los eventos recientes y los retos futuros.
Un golpe seco en la puerta lo sacó de sus pensamientos. Antes de que pudiera responder, la puerta se abrió y una figura oscura entró con paso firme. Alaric Thorn, ahora conocido como el Corsario, estaba allí, su armadura oscura reflejando los destellos anaranjados de las lámparas.
Aiden se levantó lentamente, con una expresión estoica pero alerta. —Nunca pensé que vendrías aquí, Thorn. Y menos sin un ejército detrás de ti.
El Corsario dejó escapar una risa breve, carente de humor. —Los ejércitos son ruidosos, y el ruido no es lo que necesito esta noche. Tampoco tengo intención de pelear. Sólo quiero hablar.
—¿Hablar? Eso es nuevo en ti —replicó Aiden, volviendo a sentarse, pero manteniendo la mirada fija en él. —¿Qué te trae aquí?
Alaric se acercó a la ventana y miró hacia la ciudad. Las luces de Obsidian Heights parpadeaban en la distancia, como si reflejaran la fragilidad de todo lo que habían construido. —Sabes tan bien como yo que esta ciudad está podrida hasta el núcleo. Creí que podía quemar esa corrupción y construir algo mejor sobre las cenizas. Pero las cenizas no son un buen cimiento.
Aiden observó al hombre frente a él, notando la tensión en sus hombros y la dureza en su voz. —¿Por qué el Corsario, Alaric? ¿Por qué dejar el Filo del Ébano para asumir otro rol?
Thorn giró ligeramente la cabeza, su expresión ensombrecida. —El Filo del Ébano fue mi intento de forjar justicia con las herramientas equivocadas. Se convirtió en algo que ni siquiera yo podía controlar. El Corsario... es mi forma de corregir ese error. Los barcos y los corsarios siempre representaron libertad para mí cuando era niño. Mi familia estaba vinculada al comercio marítimo antes de que todo esto se convirtiera en vapor y acero. Elegí ese símbolo porque quiero navegar por esta ciudad como lo haría un capitán en aguas turbulentas: cortando las olas sin hundirme.
Aiden frunció el ceño, inclinándose hacia adelante. —Eso suena poético, pero ¿realmente has cambiado, Thorn? ¿O simplemente te has reinventado para justificar tus métodos?
Thorn apretó los puños, sus ojos brillando con una mezcla de furia contenida y cansancio. —No necesito justificarme ante ti, Falken. Pero no estoy aquí para discutir mi moralidad. Estoy aquí porque quiero saber si nuestras sombras pueden coexistir. Scarlet Mist y el Corsario no tienen por qué ser enemigos.
Aiden permaneció en silencio, evaluando las palabras de Thorn. Finalmente, habló con una voz firme pero calmada. —No confío en ti, y tengo razones para no hacerlo. Pero si realmente estás comprometido a luchar por esta ciudad sin destruirla en el proceso, entonces quizás haya espacio para un diálogo. Sólo recuerda que mis ideales no son negociables.
Thorn dejó escapar un suspiro pesado, como si estuviera liberando un peso que llevaba desde hacía mucho tiempo. —Eso es lo más cercano a un acuerdo que puedo esperar de ti. Pero te advierto, Falken, si interpones tus ideales entre mi objetivo y yo, no dudaré en actuar.
—Lo mismo va para ti, Corsario —respondió Aiden, sus ojos ardiendo con determinación.
El silencio se asentó entre ellos por un momento antes de que Thorn se girara y se dirigiera hacia la puerta. —Piensa en lo que te he dicho, Falken. Cuando el próximo conflicto nos alcance, tendrás que decidir de qué lado estás.
Cuando Thorn desapareció en las sombras, Aiden se dejó caer en su silla, con los pensamientos revoloteando en su mente como un enjambre caótico. El Corsario era un enigma, un hombre atrapado entre su pasado y un futuro incierto. Pero Aiden sabía que este encuentro no sería el último.
Esa misma noche, en el Taller Escarlata, Aiden presentó a Eris la nueva servoarmadura que había estado diseñando con tanto esmero. El traje era una obra maestra de ingeniería, más ligero y versátil que la versión original, pero con la misma capacidad para resistir los desafíos que el manto de Scarlet Mist traía consigo.
Eris observó la servoarmadura con una mezcla de asombro y aprensión. —Es impresionante, pero no puedo evitar preguntarme si estoy a la altura de esto.
Aiden sonrió levemente, colocando una mano en el hombro de Eris. —Nadie está completamente listo para llevar este manto, Eris. Ni siquiera yo lo estuve. Pero no se trata de estar listo. Se trata de tener la convicción de hacer lo correcto, incluso cuando el mundo está en tu contra.
Eris asintió lentamente, sus dedos rozando la superficie de la servoarmadura. —¿Y qué pasa contigo, Aiden? ¿Qué harás cuando ya no seas Scarlet Mist?
Aiden miró el traje y luego a Eris, sus ojos llenos de determinación. —Seré lo que siempre fuí, un Ingeniero. Seguiré trabajando desde las sombras para asegurarme de que Scarlet Mist tenga las herramientas y el apoyo que necesita. Pero la ciudad necesita a alguien en las calles, y creo que tú eres esa persona.
Eris tomó un profundo respiro antes de responder. —Entonces haré lo necesario para que este nombre siga significando algo. No te defraudaré.
Mientras Aiden ajustaba los últimos detalles del traje, ambos sabían que las noches por venir serían cruciales. Las sombras de Obsidian Heights seguían siendo densas y peligrosas, pero juntos, estaban decididos a enfrentarlas.