La noche caía con suavidad sobre Obsidian Heights, y las luces de vapor iluminaban las calles con una calidez tenue, diferente del resplandor frío y distante que había definido los últimos años. En lo alto del Ala Zenith, Aiden Falken y Dahlia Fogel compartían un momento de calma en la terraza del edificio de ingeniería, un refugio improvisado en medio de una ciudad que todavía luchaba por encontrar su equilibrio.
Aiden, con su brazo maltrecho descansando sobre el borde de la barandilla, miraba hacia el horizonte. La brisa nocturna revolvía su cabello, y sus ojos reflejaban tanto fatiga como esperanza.
—Hemos recorrido un largo camino —dijo, rompiendo el silencio.
Dahlia, sentada junto a él, asintió. Sostuvo una taza de té entre las manos, buscando el calor que le ofrecía tanto consuelo como la compañía de Aiden.
—Y aún queda mucho por hacer —respondía con un tono que mezclaba determinación y cansancio.
Se miraron, y por un instante, el bullicio de la ciudad parecía distante. Dahlia extendió una mano y la posó suavemente sobre la de Aiden.
—No tienes que cargar todo esto solo, Aiden. Esta ciudad no es solo tu responsabilidad.
—Lo sé —respondió él, entrelazando sus dedos con los de ella. —Pero a veces siento que si no lo hago, todo lo que hemos construido podría desmoronarse. Scarlet Mist, Eris, incluso este Consejo reformado… todos dependen de que continuemos avanzando.
Dahlia se inclinó hacia él, obligándolo a mirarla directamente a los ojos.
—Y seguirás avanzando. Pero no solo. Tienes a Eris, a Caelan, a Alistair… y me tienes a mí.
Aiden sonrió, una sonrisa genuina que no había mostrado en mucho tiempo. Inclinó la cabeza hacia Dahlia y, por un instante, el peso del mundo parecía disiparse mientras compartían un beso cargado de promesas silenciosas.
En las profundidades del Ala Umbra, Scarlet Mist y El Corsario esperaban en un tejado, observando la actividad en un edificio que, según la información recolectada, servía como última base de operaciones de un remanente del Filo del Ébano. La noche estaba en su punto más oscuro, y el silencio solo era interrumpido por el siseo ocasional del vapor liberado de las tuberías cercanas.
Eris, con la nueva servoarmadura de Aiden ajustándose a su cuerpo como una segunda piel, observaba al Corsario de reojo. Aunque compartían un objetivo común, las tensiones entre ambos eran palpables.
—¿Estás seguro de que esta alianza es lo mejor? —preguntó Scarlet Mist, rompiendo el silencio.
El Corsario, con su capa ondeando levemente al viento, no giró para mirarla.
—No confíes en mí. Lo entiendo. Pero si vamos a eliminar este remanente, necesitas alguien que conozca sus movimientos.
—Confío en que tienes tus propios motivos —replicó Eris, ajustando la posición de su máscara. —Solo asegúrate de que esos motivos no nos pongan en peligro.
El Corsario finalmente la miró, sus ojos brillando con determinación bajo la penumbra.
—Mi guerra contra el Filo del Ébano no terminó con su disolución. Si hay algo que aprendí de mi tiempo con ellos es que no puedes destruir una idea con palabras. Necesitamos acción.
Eris asintió, aunque su mente seguía llena de dudas. Pero había algo en las palabras del Corsario, en su resolución, que le recordaba a Aiden. Quizás, pensó, incluso las sombras podían redimirse.
El ataque fue rápido y preciso. Scarlet Mist lideró la incursión, utilizando las habilidades mejoradas de la servoarmadura para desactivar a los guardias antes de que pudieran dar la alarma. El Corsario, con una mezcla de brutalidad y estrategia, aseguró que ninguno de los líderes del remanente escapara.
Cuando el polvo se asentó, Scarlet Mist encontró un cuaderno lleno de registros que detallaban las operaciones pasadas del Filo del Ébano y sus últimos intentos de reorganización. Sabía que estos documentos serían cruciales para desmantelar cualquier rastro restante del grupo.
El Corsario observó mientras ella guardaba el cuaderno. —Este es solo el principio. Si crees que esto termina aquí, estás siendo ingenua.
—Lo sé —respondía Scarlet Mist, enfrentándolo con una mirada firme. —Pero cada paso que damos nos acerca más a un Obsidian Heights libre de su influencia. ¿No es ese el objetivo?
El Corsario asintió lentamente. —Por ahora, estamos del mismo lado. Pero recuerda, Scarlet Mist, las sombras nunca se disipan por completo.
Con el remanente neutralizado, las calles de Obsidian Heights comenzaban a llenarse de una energía renovada. Los ciudadanos, inspirados por las reformas políticas y las acciones de Scarlet Mist, El Corsario y el Consejo, comenzaban a creer que un futuro mejor era posible.
En las oficinas de La Voz del Vapor, Gregor Stannard trabajaba en un nuevo editorial. Su pluma se movía con una velocidad casi febril, mientras Dahlia revisaba las pruebas de imprenta. El titular era claro y contundente: “Unidos por la Esperanza: El Renacer de Obsidian Heights.”
Dahlia se detuvo por un momento y miró a Gregor. —¿Crees que estamos listos para este renacer?
Gregor levantó la vista, su expresión mezcla de cansancio y orgullo. —No sé si estamos listos, Dahlia, pero eso no importa. Lo que importa es que estamos dispuestos.
Esa noche, en el Taller Escarlata, Aiden miraba los planos de un nuevo proyecto, algo que esperaba que consolidara la estabilidad de la ciudad. Eris entró, aún vestida como Scarlet Mist, y se detuvo a su lado.
—La misión fue un éxito —informó, quitándose la máscara y dejándola sobre la mesa.
Aiden asintió, pero su mirada seguía fija en los planos. —Eris, lo que hiciste hoy es importante. Pero esto es solo el comienzo. Scarlet Mist es más que una persona. Es un ideal. Y ese ideal debe perdurar, incluso cuando nosotros ya no estemos aquí.
Eris lo observó, comprendiendo el peso de sus palabras. Sabía que el camino por delante sería arduo, pero también sabía que no estaba sola. Con una determinación renovada, tomó la máscara y la sostuvo firmemente entre sus manos.