“El trono se reclama para alguien que debió desde un inicio tener un lugar en el tablero.
Ese que sin preverlo resulta el arma letal de ambas partes del juego.
Siendo de esa manera como salta la parte final de la contienda.
Un inicio que será letal, pero no tan desgarrador como el final”.
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(Londres – Inglaterra)
Octubre de 1807…
Había llegado el momento.
Todo fríamente calculado.
Dejando de lado en ese aspecto los resentimientos, porque la necesitaba, en realidad sin ella su plan no podía resultar al ser una pieza principal.
Su personalidad, y la sangre fría resultaban su mayor cualidad.
A la par de su desfachatez, que la hacían apreciar inequívocamente poco acertada como arma letal.
Amando un poder que necesitaba mutuamente, haciéndoles semejante ya que no les importaría nada con tal de alcanzarlo.
Eunice era despegada de los sentimientos, y para la batalla final eso era lo que demandaba.
Una entidad como la suya que no le importara acabar con el prójimo por su ideal.
Ese mismo que le había devastado hasta el punto de desquiciarlo.
Pasaron demasiados años, vivencias y agravios, pero debía de aprovechar que era la que más odiaba a Francisco, utilizándolo a su favor para acabarlo por fin quitándole en trono.
Su trono.
Porque la debilidad de aquel, aunque no lo dejase ver siempre fueron sus hijos, aunque los maltrato para hacerlos poderosos.
Ocultando así el amor que les profesaría hasta el fin.
Luisa y Javier eran su punto de quiebre, siendo la forma más certera por donde atacar, destacando por ser la misión de la dama, que con su retraso se estaba dando a desear.
Nadie como ella para saber las debilidades de los vástagos de su enemigo.
Pues pudo ser la única que entre las sombras los analizo, antes de presentarse haciendo arribo para demostrar un poderío que le arrebataría apenas atentó con lo más preciado del rey que pronto cedería su corona derramando su sangre, alzándose el verdadero como debió ser desde un inicio.
Porque enemistarse con la familia era lo peor que ocurría, cuando se estaban en tiempos de guerra.
Cosa que aprovecharía.
…
Terminó de beberse el contenido de su copa.
Ignorando por unos momentos lo que era un toque insistente del otro lado de la estancia.
Ese que desde hace varios minutos no cesaba.
Él también estaba haciéndose el interesante, puesto que sabía quién podía ser para que sus requerimientos por verle imperaran más que dejarlo tranquilo, pero es que si era sincero consigo mismo, llevaba más de dos décadas sin advertirle.
Sin cruzar siquiera una mirada con su entidad de lo lejos, aunque aquella nunca pudo apreciarlo en su totalidad.
Hasta el pulso le temblaba, corroborándoselo el vaso vacío que se agitaba imperceptiblemente en su mano.
Suspiró con pesadez titubeante.
Apretando los parpados cuando la puerta cedió al obtener al fin una aceptación por su parte.
Llenando el aura de un aire denso que le quito el aliento.
Trayendo a sus entrañas su único miedo, que lo estremecía causándole un escalofrió en su espina dorsal.
Exprimiendo la copa hasta el punto de romperla produciéndole daño.
Uno que, a ninguno de los dos, y en eso se incluía le importaba.
Los pasos certeros no dejaron de resonar, siendo concisos como los del bastón que repiqueteaba en la superficie, hasta que apreció que era analizado.
Aun sentado.
Una mirada que, aunque era carente de vida le penetraba las entendederas.
Tenía que verle.
La debilidad no podía conjeturarla.
Por eso, es que con todo el dolor que halló en esa simple acción destenso el musculo de sus ojos, y de a poco los entornó hasta poderlos tener al completo enfocados en esa entidad que como en antaño, le robo un poco de vida atajándole el aliento.
Continuaba portando aquel cuerpo de beldad que lo había cautivado.
Embutida en un vestido de muselina azul, que le quedaba como un guante cayendo hasta el suelo.
Las curvas correctas en los lugares indicados.
Sus caderas pronunciadas.
Los pechos perfectos.
Su figura delgada.
La piel ligeramente bronceada.
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Editado: 17.02.2023