En la estancia llanamente se emanaba poderío.
Aquel sobrenatural que embelesaba los sentidos.
Una energía vibrante, augurando gobernar a cada ser que pululase a su alrededor. Con ese candor avasallante, que corrompe inocencias, y desata guerras.
El pecado mismo embutido en cuerpo de delirio, organismo determinante que con la simple esencia hace sucumbir al más devoto, consiguiendo que cambie de creencia y del mismo modo de ideales.
Siendo de igual manera, el que al no considerar admisible compartir el poder se ven obligadas por una de las partes a medirse en contienda.
No teniendo idea de cuál de las entidades sobresaldrá la soberbia.
Si de la culebra hecha tentativa de pecado, creada con el gen malsano, o del fruto mismo. Ese que con su dulce amargura sin pretenderlo se alza por encima de la maldad, coronándose como la reina del mismísimo infierno.
Coqueteando con las brasas que no la consumían, pues le funcionaba de revitalizante para sobreponer energías.
Sin embargo, faltaba un alma en particular para terminar de componer el cuadro o en este caso el triángulo.
Siendo uno de los extremos el que tomase la batuta del lugar deshabitado, ya que el punto medio obraba por el mismo. Sin siquiera apreciarse exhausta, solo un tanto saturada.
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«—La gran Luisa Allard siempre dándose a desear, como si no fuéramos dignos de su divinidad— tragó grueso al advertirla en medio de la estancia sintiéndose la ama del lugar, erguida apoyándose de un bastón, que las dos sabían que no necesitaba.
—Querida tía Eunice— soltó con ironía haciendo una reverencia burlesca—. Lo aprendí de la mejor, porque le tomó un tiempo salir de su enclaustramiento, pero suelo pasarlo cuando sé que no fue su intención pues no es digna de ser esperada, si no de dar cuentas como vulgar lacaya»
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Si era sincera consigo misma, solo con su mera presencia se sentía a punto de mandarle al diablo, dedicándole unas palabras que tenía guardadas exclusivamente para su entidad, pero la exposición de Alex no dejaba de rondar en su cerebro, dejándole con la idea firme de seguir el acuerdo así eso rebajase su orgullo y mancillara su soberbia en el proceso:
«Recuerda que en ese momento no eres Luisa de Borja, si no que te convertiste en una Allard y tu supremacía nadie te la puede arrebatar.
Mi hada, esta guerra la ganaremos juntos, así que la confianza debe basarse en la reciprocidad»
…
Por eso mismo, literalmente se mordió la lengua, continuando con su frustrante actuación. Consumida por el silencio, mientras aun con la puerta pegada a su espalda se permitió, tras su venia burlesca analizarle.
Medir a la dama que era su familiar, y se creía con la supremacía de venirle a pisotear.
De invadir su territorio con el único fin de marcar un punto, de doblegar o de quizás fracturar unos cimientos, que estaba dispuesta probar.
Encontrándola idéntica a la mujer altiva que recordaba.
Con el atuendo de color rojo rubí que le sentaba como un guante, siendo el acople perfecto el bastón que le ayudaba a transportarse sin sobresaltos, al portar en la punta un rubí que brillaba, pese a la marcada oscuridad de la estancia iluminada solo por el crepitar de las llamas, al estar encendido el hogar.
Su rostro armonioso maduro despejado al tener el cabello acicalado en un chongo, que dejaba entrever que este continuaba su proceso de despigmentación, pero en ella se advertía sensual.
Hipnótico.
No solo por la experiencia que le sumaba, sino porque pese a su enclaustramiento para nada penoso, seguía portando esa misma aura calcinante, que chocaba con su frialdad inquietante.
Dos tipos de laceración, no sabiendo a ciencia cierta cual se quedaba grabada en el alma.
Como una marca imposible de borrar.
«Debiste matarle tía Eloísa»
Pensó con profundo cansancio, no queriendo lidiar con aquellos problemas, pero teniendo de soportarlos porque su familia estaba inmiscuida, y nadie tenía el derecho a envolverlos en sus juegos macabros, cuando poseían a alguien que daría la vida por ellos.
Dejó de repararme cuando la vio sonreír con suficiencia de medio lado.
Apreciar su estampa no era lo único que necesitaba analizar.
Pues al ser una calculadora obsesiva, cada cosa por más pequeña que fuere de su vida tenía que hallarse como lo dispuso.
Recorrió la estancia con las vistas, topándose con aparentemente todo en orden, sin embargo, un frio surcó su espina dorsal cuando algo imperceptible captó su atención, haciendo que silenciase una florida maldición.
Ases bajo la manga, algo que premeditó, aunque la reacción de su cuerpo simplemente no la pudo controlar, pues llanamente tiritó en su lugar, consiguiendo con ese acto que su adversaria sonriese abiertamente dando por ganada la batalla.
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Editado: 17.02.2023