Contienda De Amor (lord Vengativo) || Trilogia Prohibido #3

VIII

“Dulces secretos que se siguen revelando tras el transcurso del nuevo juego.

Necesidad de palabras de aliento, cuando se comienza un camino nuevo.

El pasado siempre estando ligado a los miedos.

Porque para poder superar los obstáculos estos tendrán que salir a la luz.

No importando el calibre o a quien afecte.

Solo se sabe que para triunfar es necesario quedar al desnudo, dejándose señalar.

La soberbia no tiene cabida, y ya los puntos medios no son una salida.

El tiempo se acaba, y así como llegó pese a lo que duró, en un parpadeo terminara.

Sin saber cuándo o donde, solo dejando por asegurado que así será”.

 

✧♚✧

 

(Lisboa- Portugal)

Puerto de Lisboa.

Mediados de noviembre de 1807…

 

El frio le calaba hasta los huesos.

Pero no era precisamente el del helaje del clima, que amenazaba con causar hipotermia, si no el que precisamente llevaba sintiendo en su alma desde que por obligación debía abandonar la seguridad de su residencia para embarcarse a responder por las repercusiones de sus actos.

Unas consecuencias que le ocultaron, y tras saber la verdad las explicaciones estaban de más.

No quiso escucharlas, ni mucho menos atender a los ruegos.

Siempre se había caracterizado por ser una persona comprensiva, paciente, en extremo confiada, pero no inocente, y eso sí que le había dejado el orgullo por los suelos y las ilusiones muy por debajo de las anteriores.

Removiéndole culpas de antaño, y estrujando sensaciones que, aunque antiguas seguían habitando en su interior.

Esas mismas de las que no huyó, pero tampoco intentó buscar una solución dejando todo en las manos de él, porque tenía razón.

Y la seguía portando.

Por eso lo dejó estar, y por cobarde o más bien por facilista es que se hallaba en esa encrucijada.

Es que, pese a ser un hombre tan temerario, afianzándolo el portar un grado de valor importante al haber sido un alto mando del ejército español, ahora se sentía como un animalillo asustadizo que necesitaba la presencia de ese ser que consideraba más que a un familiar.

Un niño que se resguardaba bajo la piel del veterano de guerra con medalleria, que alcanzaba a cubrir su pecho izquierdo.

No importaba nada en esos momentos, solo ver por unos instantes a ese ser que le recordaba cuál era su suelo.

Ese que necesitaba pisar para enfrentar a la dama que, hasta el momento, después de su despliegue de sinceridad obligatoria al verse encerrada, no permitió que ahondara en explicaciones que no tenía el ánimo de soportar.

Respirar a su alrededor le quemaba los pulmones al punto de tocar su pecho, con ganas de quererse arrancar cada órgano del cuerpo.

Debió decírselo.

No ocultárselo como si eso fuese a mitigar la pena, el odio, el daño, o el pecado.

Así que primero necesitaba centrarse para poder sortear su mayor inconveniente, por eso es por lo que aún no había subido al navío aguardando las respuestas que al parecer no llegarían esa madrugada.

Es que Alejandro de Borja nunca había necesitado a su hermano mayor como en ese momento.

Solo recordándolo una vez cuando le suplicó que apartase lo que más amaba de su lado para que su padre no lo dejara sin vida, pero Francisco al parecer se estaba dando a desear porque faltaba poco para zarpar y no había hecho su flamante aparición.

Con Bristol analizando sus movimientos desde una distancia prudencial con los brazos cruzados, denotando que no era el único que necesitaba en ese caso indicaciones.

Resoplando con frustración introdujo las manos en los bolsillos de su gaban, no sin antes acomodarse el sombrero de copa.

Debía afrontar de una vez por todas una realidad de la que se le había sido privada.

No estaba de humor para continuar aguantando, que siendo un hombre en todos los sentidos quisieran protegerle y ocultarle cosas esenciales para su vida, pese a que el miedo a lo nuevo lo embargase.

A toparse con la verdad materializada.

Esa que hasta el momento no sabía cómo manejar, pero el instinto de protección había alcanzado su pico más alto, y era el momento de demostrar porque su padre lo quería de cabecilla por encima del mismísimo ajedrecista.

—Tarde o temprano la oscuridad nos sobrecoge, y toca librar una lucha con esta para poder alcanzar la verdadera felicidad— pese a la seriedad de la repentina voz conocida a sus espaldas, supo que se estaba mofando de su entidad.




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