Contienda De Amor (lord Vengativo) || Trilogia Prohibido #3

XIV PARTE 1

“Solo se necesita respirar para morir.

Errar para sufrir las consecuencias, y dejarse cegar por el odio para que se nublen las entendederas.

Porque, hasta lo más absurdo forma un sentimiento, que nunca se debió albergar si sabía lo que le convenia.

Después de todo era un peón más.

Uno con el que nunca se obtendría un jaque mate, pese a lo que dio a ganar, y lastimosamente no se vio.

No obstante, como todo, trae una consecuencia.

En este caso el dolor por una doble perdida.

El bufón y el diablo mismo, uniéndose por una solidaridad inesperada.

Puesto que, nadie se imagina el motivo de la aversión mutua.

Ya que, todo viene entrelazado por un sentir.

Prohibido, aberrante, desgastador; pero, sobre todo aterrador.

Puesto que, si el bufón y el diablo aparentan ser apáticos al sentir, es por miedo que este provoca en su interior.

Porque nadie siente con tanta pasión como aquellos que no demuestran tener corazón.

Pues, no se quiere albergar una falsa ilusión”.

 

✧♚✧

 

A escasos kilómetros del puerto de Takoradi harbour.

Abril de 1808…

 

La noche se apreciaba tranquila.

Estrellada.

Perfecta para una cita noctambula a la luz de la luna, con los brazos entrelazados y una caminata en la proa.

El silencio como la mejor compañía, no necesitando de palabras.

Solo de las miradas significativas y las sonrisas genuinas, que se proclamaban como la muestra fehaciente de lo que no se puede manifestar con discursos, porque un amor verdadero se hace imposible de declarar, ya que no existe exposición suficiente para publicarlo sin llegar a ser escaso.

Sin embargo, también estaba la otra cara de la moneda, que espiaba a pocos metros.

Con aire lúgubre, analizando las repercusiones que tendría lo que estaba a punto de oficiarse.

De lo lejos.

Valorando la escena con aire dramático que se le introducía por las venas, causándole un dolor sofocante.

No obstante, no podía dejar de apreciar como espectador, lo que ignoraban los protagonistas de esa escena digna de una obra de teatro.

Ensimismados en su mundo.

En el aura del otro.

Sin contar, con que, desde la proa de un barco cercano, pero no lo suficiente para parecer sospechoso. Un arco estaba apuntando en dirección a una de las almas, esperando de manera paciente que el viento quedase por un momento rezagado, la marea bajase para que el lanzamiento fuese un limpio ataque a un punto vital sin temor a fallar.

Digna de un final alternativo de Romeo y julieta.

Los Capuleto y los Montesco consiguiendo su ansiado ajuste de cuentas.

Haciendo una marcada diferencia, el hecho de que en esta oportunidad Julieta no muere de amor, al clavarse aquel puñal al ver a su amado sin vida a su lado, si no que el final fatídico es inyectado en su órgano vital por un tercero que no tenía nada que ver en esa pantomima.

Una que solo era presenciada aparentemente por el antagonista, que al no conseguir su amor prefiere perderle para siempre, que verle en brazos de alguien más. No obstante, esto no es lo que le profesa esa situación. Puesto que, su sistema parece que fuese a calcinarse al sentir cada extremidad presa de una llamarada de ira que no podía apaciguar el simple finiquito, de la única persona que le daba sentido a su existencia.

Horacio de Carvajal, Duque de Abrantes, no actuaba de esa manera.

Se negaba a ponerse de lado de la escoria que pretendía agotar la vida de esa castaña, que desde que era una chiquilla le atrofió las ideas, dejándolo como un hijo de puta fracasado sin un gramo de esperanza real para obtenerla.

Por eso, es que esperó hasta que todo estaba a favor de aquel bicho rastrero para llegar hasta el cojeando, sin su bastón como ayuda, puesto que no necesitaba alertarlo y que su idea inicial cuando se enteró se viese alterada por un asustadizo ser, que se merecía cualquier tipo de trato, menos uno honorable.

La espalda no era la indicada para atacar.

El siendo un camaleón rastrero, no lo practicaba con las personas que a su percepción eran honorables.

Un trato digno antes de un definitivo deceso.

Aunque, pese a parecerle insignificante, haría una excepción para hacerle sus últimos momentos en la medida de lo posible honorables.

Caminó con parsimonia, aguantando el dolor que apoyar la pierna le causaba advirtiendo de soslayo un par de sombras, que pese a ser enemigas en ese momento le servirían de aliados.




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