Contienda De Amor (lord Vengativo) || Trilogia Prohibido #3

XVIII

“Los tan determinantes porques no desaparecen del panorama.

Pues, sobre estos se entretejen redes invisibles de mentiras, ocultando motivos verdaderos que determinan existencias.

Esos mismos que forman cadenas irrompibles imposibles de desencajar.

Porque las razones de callar están justificadas, pese a que se tornan egoístas.

Ya que, hasta el alma más bondadosa porta una pizca de maldad, así como el espíritu mas rencoroso un halo de bondad antes de ser consumido por la oscuridad.

Lo único seguro, es que las cuentas se cobraran.

Que todo saldrá a la luz, revelando la verdad.

La portadora de la auténtica maldad.

Esa que no lleva precisamente rostro angelical.

Porque, el que recuerde que he recalcado, que los malos no lo son tanto sabrá de lo que hablo.

Un juicio siendo el desenlace de esa frase.

Dándole sentido a todo.

Respuestas a las dudas que aún quedaban sin resolver.

Trayendo consigo el último encuentro determinante, almas damnificadas y derramamiento de sangre”.

 

✧♚✧

 

Puerto de Plymouth.

La sirena L.B.

Octubre de 1808…

 

Le había dado un espacio más que prudencial.

Se lo tomó ella misma, por el bien de la salud mental y material de todos.

Aparte de que necesitaba no solo el valor, si no las pruebas suficientes para enfrentarle. Puesto que, aunque lo supusiera no tenia en fundamentos para encararle, y sin remordimientos decirle que todo ese tiempo le había estado viendo la cara de estúpida.

Porque eso fue lo que la creyó.

Como todas las personas aparentemente maduras en esa disputa que no tuvieron las suficientes agallas para sobrellevarla, cediéndoselas.

Pero, no seguiría matándose la cabeza con ese asunto cuando ya tenía lo que necesitaba.

Solo era terminar de desenredar esa maraña de mentiras, para poder continuar con lo que restaba de su labor en ese asunto.

Respiró profundamente, y sin siquiera anunciarse se adentró al camarote de la persona que estaba solicitando.

Siendo uno de los mejores equipados de la sirena L.B.

Arriesgándose a atravesar el continente con aquel artefacto, al estar siendo buscada, pero nadie se imaginaria que sería tan osadamente testaruda o en el peor de los adjetivos, bruta.

Pues, pese a todo lo pasado se merecía ser tratada como la mujer que le dio la vida al hombre que amaba, y la que le ayudó con el cuidado de sus hijos cuando se le salía de las manos procurarlos.

Por eso estaba siendo tan condescendiente, pese a las palabras de Cristóbal antes de que se embarcara en ese viaje, ya que este salió rezagado un par de semanas a causa de sus propios asuntos.

«No le debes nada prima, y si en el remoto caso de que fuera así ya se lo has pagado con cada sacrificio que has realizado por ella, y su maldito egoísmo.

Ataca a la yugular, que la culpa no te invadirá.

Solo el regocijo al entender que hiciste más de lo que se merecía, pues debería de estar agradecida con el mero hecho de que la regresaste a la vida»

Con parsimonia se internó a la estancia, sin tener mucho que analizar. Puesto que, no portaba nada del otro mundo, y si esta llevaba algo valioso, no sería quien se lo sacara a la fuerza.

Lo entregaría por su propia cuenta.

El silencio se extendió entre ellas por unos minutos interminables, se estaban mirando sin siquiera parpadear, dejando que la analizara. Tomándose toda la confianza para posarse frente a su persona en una de las sillas que estaban en el lugar.

Acomodándose el vestido con desinterés, a la par que cruzaba las piernas y se recostaba en el respaldar.

Estaba vestida para el evento.

Nada muy recargado.

Lo suficientemente sobria, y elegante para que su esencia fuse el mejor atuendo a la hora de destacar.

Todo seguía helando a su alrededor, como desde que tenía uso de razón.

Su afabilidad solo era demostrada a las personas más estrechas de su círculo.

Solo Alexandre, y sus hijos siendo testigos del amor que tenía para ofrecer, que no era poco.

Y entre esas personas claramente ya no estaba la madre del amor de su vida.

Porque Céline Allard era una luz engañosa.

Esa luz semejante a la que proyectaba Freya con su desparpajo y locura, y la que demostraba su hija Bette con cada cosa que hacía.




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