Contienda De Amor (lord Vengativo) || Trilogia Prohibido #3

XX

“Nunca es tarde para dar solides a los planes que la mente efectúa.

Pareciendo apresurados hasta el punto llegar a ser tachados de precipitados, pese a que desde el inicio estuviesen trazados.

Es solo que, todo debe llevar una secuencia, y para eso en este caso se tiene que ver a la reina derrotada.

Con el agua hasta el cuello, sin contar que en aquellos momentos se está jugando su propio juego.

Y hará todo lo posible para que la balanza se incline a su favor, pese a que no cuenta con el factor sorpresa de algo que nunca especuló.

Pues, buscar elementos para subsistir era válido en cualquier contienda que llega a su fin.

Porque eso es lo que ocurre cuando se meten con las personas equivocadas, en el momento menos adecuado, porque nunca será el indicado.

En todo caso, al final de cuantas uno reinará y mientras se sabe quién, se hace el camino para prevenir y no lamentar”.

 

✧♚✧

 

 

«Pasado…

 

Puerto de Plymouth.

Febrero de 1808…

 

Antes de partir tenía que cumplir la palabra empeñada.

O por lo menos intentarlo, mientras le sacaba provecho a las habilidades que se había enterado de que poseía, pese a su carácter poco afable.

Era en pocas palabras según lo que le habían relatado. No estando muy segura, al venir de la boca de Austin MacGregor que ese hombre resultaba por mucho un ser ermitaño que odiaba a la mayoría de la humanidad, siendo una de sus personas menos favoritas en el extenso grupo al que repudiaba por solo respirar.

Era intolerante, sarcástico, la mayor parte del tiempo despectivo.

No era de los que se abstuvieran de decir lo que le molestaba, y si llegaba a presentarse el caso hasta de sacar a patadas a la persona que no cayera de su gracia.

Ósea a todas.

Sin embargo, poseía dos grandes cosas que lo hacían atractivo para los ojos de Luisa.

Una de estas era el hecho de que, para poder acceder a la petición del caballero de ojos violetas, que en el pasado le ayudó a reunirse con su familia, debía de pasar por encima de su persona.

Porque, Armstrong Mackenzie era el puente que Portland necesitaba para llegar a la mujer que llevaba buscando desde hace un par de años atrás.

Y este era el mismo que ejercía el puesto de barrera al no querer que se interpusiera de nuevo el camino de Beatha Mackenzie.

Su hermana.

Y la otra cuestión resultaba ser que al enterarse de lo que hacía lo vio como una posibilidad que no podía desaprovechar, pues a todas las oportunidades mostradas debería de sacarle el provecho suficiente para que valiese la pena el esfuerzo.

Y eso fue lo que precisamente hizo con la última misiva que le envió, tras no haber tenido respuesta las tres anteriores.

No perdiendo la esperanza, ni cuando estaba a punto de zarpar el barco que los llevaría al inicio del desenlace, que esperaba no se demorase otra década más.

Esa que se vio materializada cuando entre la neblina que se producía a esa hora de la madrugada se habría paso una figura destacable.

Con un abrigo que llegaba hasta el suelo, tapando de esa manera su cuerpo imponente del frio descomunal, pese a rayar en lo atlético.

Solo notándosele el cabello de un castaño claro, a duras penas acicalado más largo de lo habitual.

No viéndosele del todo el rostro por la barba de días que llevaba llegando a parecer desaliñada, estando casi al completo poblada de canas.

Cuando la distancia fue menor a cinco metros le ordenó a Thierry que siguiera a su padre al interior del barco, y pese a que este dudó no puso entredicho su orden.

Después de todo su madre sabía lo que hacía, y el puerto no estaba del todo desolado.

Así que, sin contar los hombres que la protegían y su propia esencia estaban del todo lo que se pudiese en esas condiciones a salvo.

Nadie se atrevería a atacarle teniendo a tantos de su lado.

No sabía a ciencia cierta de quien se trataba, pero algo le decía que había llegado justo a tiempo su encargo.

Uno que le plantó cara ni bien estuvieron enfrentados, extendiéndole la nota que había mandado un par de semanas atrás, junto con el día y hora de su partida y un pequeño regalo como añadidura.

—Me puede explicar señora —eso ultimo salió despectivo—¿Quién se cree que es para importunarme hasta el punto de hacerme salir de mi territorio? —lo miró con fingida confusión tomando el papel en sus manos, leyendo en voz alta la corta misiva.




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