“La clave siempre estuvo en el pasado.
En el alma desesperada de un hombre, que no nació con el corazón podrido.
Si no, con la familia equivocada quedando hasta las entrañas plagada de oscuridad.
Y como los verdaderos hombres aprendió a navegar en aguas turbulentas.
Con paciencia, y haciéndose a un nombre para al final ser el que decidiera que le convenia.
Haciéndolo en cierta medida, porque con el destino nadie puede luchar.
Lidiando con las consecuencias.
Y sacando el mejor provecho de ellas.
Condenando como no quería, pero a la vez enalteciendo.
Y eso se verá de cara al final.
Con el tiempo.
Ese escaso.
Que dice vasta.
Y está a punto de marcar como concluido ese libro que nadie sabe cómo terminará”.
♛
(Berlín-Alemania)
Palacio real de Berlín.
Finales de octubre de 1786…
Nada resulta como lo pintan.
Empezando, porque para Francisco Javier de Borja los matices de su vida fueron grises tirando a negros la mayor parte del tiempo.
Su existencia llena de baches y desprecios.
El bueno para nada de la familia.
La oveja colorida de un mundo, en donde lo negro era lo determinante en su existencia.
Portaba maldad en el cuerpo como todo ser de su estirpe, la diferencia es que el intentaba no propagarla, puesto que no le interesaba seguir con el legado a sabiendas de que eso le causaría un daño irreparable tanto al prójimo como a el mismo.
Era la ternura personificada en el cuerpo de un ser prepotente, y que con el pasar de los años se convertiría en el mismísimo rey del averno.
El amo de lo oscuro.
Ese que para aquel entonces se estaba formando.
Con un padre muerto, dejándole las responsabilidades al ser el primogénito y el causante del que recibiría el verdadero legado al desplazar a su hermano menor, y no por ambición como todo especulaban.
Lejos de lo que seria un futuro igual de oscuro que él estaba experimentando en esos momentos.
Pese a la madures que portaba.
Con un matrimonio e hijos a cuestas.
La menor de estos con diez años recién cumplidos.
Una de las mejores cosas que había hecho en su vida, siendo el primogénito su primera alegría.
Sin embargo, estaba cansado.
Harto de tener que ser el malo de la historia.
El villano, que se respetaba solo por el temor que provocaba.
Tenía un corazón pese a lo marchito, que solo latía en presencia de sus hijos, y su maldita esposa, que no veía la manera de destrozarlo con lo primero que venía a su cabeza, o en todo caso con lo que se ubicara con rapidez en medio de sus piernas.
Hasta el que consideró su mejor amigo.
…
Pero, debía dejar de divagar cuando se encontraba en una situación como aquella.
No estaba para pensar en su desastrosa existencia, cuando frente a él se ubicaba su ultimo y único error si se lo preguntaban, sin llegar a parecer altanero.
Pues fue uno de principiante cuando se tenia en cuenta los años de experiencia que llevaba en ese negocio.
Esos que ni siquiera el recordaba.
Lo que se llevaba a preguntarse:
¿Por qué toda fechoría tenia que llevarse a cabo a la madrugada?
¿Tan básica era la mente humana para no comprender que se podía realizar lo mismo, con mayor eficiencia a plena luz del día?
Les faltaba malicia, como él, al efectuar el mismo error que le estaba costando en esos momentos su libertad.
Echándose la soga al cuello, una que no le parecía tan apretada comparándola con la carga de sus hombros, la cual desquitaba con esos seres que quería con su vida, y que no sabia como demostrarle su valía al no haber tenido nunca el afecto que se merecía.
¿Demuestra lo que nunca se te otorgó?
Pero ¿Cómo? Si la misma frase lo decía.
No podía entregar lo que desde un inicio se le fue negado, y Enriqueta no es que cooperaba en demasía cuando indicaba a cambiar sus modos, arrojándolo al inicio de todo.
Solo recordaba a medias la última carantoña que le obsequió su madre antes de morir, al igual que apenas si recordaba sobre su padecimiento en la juventud.
A veces, hasta se le daba por creer que todo aquello era producto de su imaginación.
No obstante, volviendo a su presente.
Le parecía extraño no estar tras las rejas.
Ni siquiera con alguien custodiando sus movimientos o alguna cadena que lo retuviera, teniendo en cuenta sus alcances, reputación y masa muscular que podrían matar de un golpe a cualquier cristiano si se lo proponía.
Ya lo había efectuado en el pasado, y al irse la culpa inicial era como un paseo en aguas profundas que no tenía problemas en realizar.
Se cruzó de piernas algo frustrado por esperar.
Aún estaba biche, y no era tan inhumano como para soportar cierto tipo de torturas.
Como la mental.
Por eso, cuando al fin cedió la puerta del salón donde lo ubicaron ofreciéndole todo tipo de manjares, no probando ninguno al no ser imbécil del todo, vio que por la puerta cruzaban tres individuos con la alcurnia y supremacía destilando por cada poro de su cuerpo.
Bostezó cuando los tuvo de frente, observándolo como si fuese un animal exótico en extinción,
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Editado: 17.02.2023