Contigo (#2 Argentinas)

CAPÍTULO 3

Había terminado el show y como cada viernes, Alfredo la esperaba en la puerta trasera del Pub.

Estaba nervioso. Esa sería “la noche” en que le declararía su amor a Natalia y esperaba que todos los santos le brindaran su bendición. Sin embargo, no siempre las cosas son como uno quiere y un golpe tremendo azota cuando menos se espera.

 

Ya habían llegado a casa de Natalia, y Freddie estaba a punto de comenzar su confesión cuando ella comenzó a rascar su nariz luego de que un cálido viento nocturno dispersara el polen de las flores que precedían su antejardín. Fue en ese preciso instante en que Freddie se dio cuenta de que la mano de Natalia portaba un hermoso anillo de compromiso.

- ¿Y ese anillo? – Preguntó con terror temiendo oír lo que no quería escuchar.

- Ah, es mi anillo de compromiso. Mi novio al fin decidió que ya era hora de que nos comprometiéramos. – Dijo Natalia con una felicidad desbordante en su rostro. Alfredo notó la mirada de ilusión y de amor cuando ella miró y acarició aquel maldito anillo que sellaba su condena y parecía estar burlándose con malicia de su suerte.

- No ……no sabía que tenías novio. -Le dijo sin poder evitar que su tono de voz demostrara una honda tristeza por aquel destino cruel.

- Lo siento, creí que alguna vez lo había mencionado. – Le dijo sin saber que aquella declaración o más bien omisión había destrozado el corazón del pobre Alfredo.

- Me alegro mucho. – mintió. – Espero que realmente seas feliz. – lo hizo otra vez. - ¿Sabes? Debo irme. Quedé de pasar por casa de un amigo y ya se me está haciendo tarde. – Se acercó al rostro de Natalia y por breves segundos observó con deseo sus labios pensando en robarle un beso para hacerle saber sus sentimientos, pero a último momento desistió y solo se lo dio en la mejilla para luego dar la vuelta y alejarse de allí, dejando en aquel lugar su corazón.

Cuando ya estuvo lo suficientemente lejos, se echó a llorar como un niño, sintiendo cómo su amor se perdía entre las brumas de la desesperación y el dolor.

¿Quién era aquel hombre que conquistó su corazón antes que él? ¿Quién era aquel hombre que le robó su oportunidad de ser feliz con la mujer que amaba?

Como un loco estuvo las semanas siguientes espiándola como un vil demente. Necesitaba controlar su vida y saber quién era ese que la besaba en lugar de él, que la abrigaba por las noches en lugar de él. Día y noche esperaba a que llegara, tratando de adivinar su rostro. Tratando de verlo a él.

Se inventaba excusas para pasar por afuera de su casa. Sabía que era un total desatino, pero la obsesión estaba haciendo mella en su mente. No podía conformarse con perderla.

“Dile lo que sientes”, le había dicho su amigo.

Muchas veces estuvo a punto de hacerlo, pero el miedo lo paralizaba de nuevo, porque lo quisiera o no, sabía que el rechazo sería lo que obtendría de vuelta.

Pero Lautaro tenía razón. Si todo debía acabar, al menos no sucedería sin antes haberse armado de valor para expresar lo que debió haber dicho desde un principio.

 

- ¡Freddie! – le dijo junto a un abrazo una vez tocó la puerta de su casa. – Te habías perdido. Te extrañé estas últimas semanas amigo mío. Mi novio estuvo de visita en la ciudad y quería presentártelo. Lástima que ya se fue.

Alfredo sentía cómo cada vez que hablaba con ella un puñal se hundía más profundo en su corazón. La friendzone nunca estuvo dentro de sus planes.

- Sí, es una lástima. – mintió una vez más, pero luego bajó la mirada y pensó que ya no lo haría más. No podía seguir escondiendo sus sentimientos y decir cosas que no sentía. Era tiempo de enfrentar la situación con valentía, con coraje. – La verdad ……no siento en lo más mínimo el haberme perdido su visita.

- No te entiendo. – le dijo confundida.

- ¿En serio?

- En serio ¿qué? – le dijo Natalia más confundida aún.

- ¿Es que no te has dado cuenta de que me cuesta ser tu amigo? No puedo. Ya ……no puedo.

- Pero qué dices, Freddie. – Natalia se estaba por dar vuelta en una evidente incomodidad tratando de desentenderse de lo evidente de toda la situación, sin embargo, Alfredo la tomó por el codo y la hizo enfrentarlo.

- ¿Hace falta que te diga que muero por tener algo contigo?

- Freddie, por favor, no arruines esto. Tú sabías que mi corazón tenía dueño. – le dijo acongojada y totalmente perpleja con las palabras de Alfredo.

- Ya no puedo acercarme a ti, a tu boca, sin desear besarla como un loco. Es que no concibo la idea de que no puedo tenerte, de que, por no hablar antes, ahora estés con otro. Yo te amo. Te amo con locura y me niego a morirme sin tener algo contigo. Sé que ya es tarde y no tengo excusa, pero tampoco tengo más nada que perder. Por eso te pido, por favor, que me des una oportunidad. Déjame amarte. Déjame hacerte feliz.

- ¿Y qué te hace pensar que no lo soy? Lo lamento Alfredo, ojalá las cosas no hubieran terminado así entre nosotros. Yo nunca supe de tu interés por mí. Nunca dijiste nada. Pero aunque lo hubieses hecho, nada hubiera cambiado. Yo ya estaba enamorada de otro cuando te conocí y lamento profundamente haberte ilusionado de alguna manera que aún no logro comprender.




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