No fue una sola noche, fueron más noches. Con el dinero que le dio el guardaespaldas se compró comida, pero no alcanzaba para alojarse en ningún lugar. La ropa en el bolso no era más que un chaleco, un par de pantalones y ropa interior, nada de valor que pudiera vender. A veces se apoyaba en la esperanza que sus padres se arrepentirían y la buscarían para que volviera al hogar.
Que su padre que, aunque nunca le mostró un dejo de cariño y una madre que más parecía una severa maestra, se compadecerían de ella ¿Qué padres no podrían pensar en su hija sola y abandonada en pleno invierno?
Pero pasando los días dejo de creer que eso pasaría. Es más, sabía que ellos no vendrían y aun así se aferró a esa pequeña esperanza.
La neblina cae pesadamente y se abrochó su polerón cubriéndose la cabeza con el gorro de aquel. El frio aun así calaba en su cuerpo, y solo se detuvo para sentarse en aquella fría banca de una desierta plaza. Entrecerró los ojos al escuchar su estómago rugir.
Hace solo una semana las cosas eran diferentes, a estas horas ya estaba desayunando luego de mirar la neblina por la ventana de su habitación. Su hogar estaría tibio y sus hermanas haciendo alboroto por levantarse. Generalmente desayunaba sola porque ellas solían levantarse después y cuando se sentaban ya Ailén se preparaba para salir acompañada de su chofer.
Un viento frio la hizo volver a la realidad. Ahora no tenía esa cama blanda, ese desayuno en la mesa y un futuro prometedor por adelante. Ni siquiera su hermana mayor, que vive en su propio departamento, quiso recibirla. Aunque no la culpa, con ella tuvo menos relación que con sus otras hermanas, quienes tampoco hablaron a su favor y se pusieron al lado de sus padres culpándola de lo que había pasado.
Amaba a Andrés Almendares, por eso jamás le hubiera hecho algo como eso. Aunque sabía que el compromiso que él tenía con su prima Laura fue un trato entre familias y no porque se amaran en realidad, nunca se hubiera atrevido siquiera a seducirlo. Su prima no era buena persona con ella, solía despreciarla en cada fiesta familiar incluso insinuando que no llevaba la sangre de la familia Villanueva, pero aun así no le hubiera jugado sucio de esa forma, drogando a su prometido y meterse a tener relaciones con él en ese estado.
El sol se levantó, tenuemente y mirándose en el reflejo de los ventanales de una vidriera intentó arreglarse. Ha estado buscando trabajo y hasta ahora no ha tenido resultados, pero ya llevando dos días sin comer comienza a desesperarse. Su estomago reclama comida sin tener consideración con su situación.
El “No” en el rostro de cada entrevistador era evidente. Por mucho que la apariencia de Ailén no era desagradable, pues tiene bonitas facciones y una piel bien cuidada, sus ojos reflejan tal desesperación, que erróneamente, pensaba que era otra de esas chicas que se drogan en la calle y solo buscan trabajo para robar. Sumando además la frágil apariencia de aquella joven.
Al fin encontró un trabajo en un pequeño bazar, aunque la dueña no la miró de mejor forma que los otros entrevistadores, terminó por aceptarla. Pues la paga no era buena, el trabajo era excesivo, pero al notar la desesperación de Ailén le permitió alojar en el almacén, claro descontando el alojamiento de su ya paupérrimo sueldo, pero eso le era suficiente para Ailén, mejor que dormir en la calle con ese frio. Además, el costo era mucho menor que cualquier motel más barato del sector.
Claro, el almacén no era tampoco un lugar cálido para dormir, y pudo darse cuenta de eso la primera noche. Temblaba de frio acostada en un viejo colchón, al respirar notaba el vapor saliendo de su boca. Se cubrió con su polerón y algunos cartones que estaban botados en un rincón. Aun así, tenía un techo sobre su cabeza y eso era suficiente.
“—¿Qué te pasó? Lames tus heridas como si fueras un animal salvaje —habló una Ailén mucho más joven, de unos quince años.
Aquel muchacho de cabellera clara y profundos ojos azules se estaba ocultando en su rincón secreto en los jardines de la escuela. Sus ojos tenían un tono de azul que nunca había visto antes y eso despertó su curiosidad. Solía ser demasiado tímida para hablar con un desconocido como ese.
—Soy Andrés Almendares —dijo aquel entrecerrando los ojos como fiera herida.
Ailén acomodando su uniforme se sentó en el pasto a cierta distancia extendiendo su mano.
—Hola Andrés de apellido raro, yo soy Ailén Villanueva…”
Despertó de golpe al sentir el ruido de un motor acercándose, acababa de soñar con su primer encuentro con Andrés y no pudo evitar sentir amargura en su interior. Se llevó las manos a la cabeza, aun mareada, y se apresuró a vestirse y arreglarse. El camión de entrega ha llegado más temprano de la hora que la dueña le señaló.
Cuando abrió la cortina para recibir la mercadería, el camionero junto a sus ayudantes la miraron de arriba hacia abajo antes de ponerse a reír a carcajadas.
—¿De donde salió este pajarito? ¿Tendrás fuerza para cargar las cajas, muchacho? —le preguntó aquel hombre.
Nadie le había dicho que debía ayudar en la descarga, además… Ailén se pasó la mano por la cabeza, había olvidado que su madre enfurecida con ella había tijereteado su cabello hasta dejarlo corto, por eso esos hombres la confundían con un joven. Tal vez eso era lo mejor.
—Ven acá, pajarito —dijo uno de los hombres.
Y sin siquiera esperar le lanzó una caja que la hizo caer al suelo sentada despertando la risa de aquellos tipos.
—Sí rompes algo, lo pagas, pajarito —le dijo otro.
Toda su mañana fue así, acarreando cajas que a duras penas lograba sostener, sus brazos delgados temblaban ante un peso que no estaba acostumbrada, y el zumbido de sus piernas le llegaban a la cabeza. Por momentos sintió que desfallecería, no ha comido nada aun y eso la debilita aun más.
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Editado: 16.03.2023