Cuando Ailén reaccionó no pudo menos que contener su risa de amargura. Andrés no entiende lo que pasa. La contempla con inocencia mientras ella no deja de reír. La mujer se inclina y lo toma del cuello de la camisa con una rudeza que no se esperaba de una criatura de apariencia frágil como ella.
—¿Cuánto tiempo planeaste esta broma? ¿Tienes cámaras escondidas? No deberías ir mejor a correr a los brazos de tu esposa que venir aquí a burlarte de mí —masculló ahora colocándose seria.
—¿Mi esposa? —la miró confundido.
—Vamos Ailén —habló Javier despertando de su borrachera o eso pensaba, se ve tan borracho que no logra sostener su propia cabeza.
—Hugo —exclama Andrés dirigiéndose a su secretario mientras arregla el cuello de su camisa que segundos antes tironeaba Ailén—. Pide un taxi para Montero, luego llevaremos a la señorita a su hogar…
Ailén al escucharlo de inmediato negó con la cabeza.
—Ni lo sueñes, Almendares, no te mostraré el lugar en donde vivo —y sin decir más apresuró el pasó saliendo antes de ser alcanzada.
Salió del restaurante sin detenerse y corrió escondiéndose en un callejón. El secretario de Andrés salió detrás intentando alcanzarla, pero por más que miró de un lado a otro no pudo verla. Ailén se llevó la mano al pecho intentando calmar su agitación. Y luego bajó su mirada con angustia. Conteniendo una mezcla de ganas de llorar e insultar. Sobre todo, a Andrés Almendares. Después de todo lo que pasó cree que es llegar y aparecer como si nada con bromas estúpidas como esas ofreciéndole “matrimonio” creando más líos entre ella y su odiosa prima, Laura.
Tomó un taxi en cuanto el secretario se cansó de buscarla y volvió a entrar al restaurante. Y solo dentro del auto pudo al fin sentirse aliviada, espera no tener que volver a ver a ese hombre, a su ex amigo. Han pasado seis largos años de la última vez que se vieron y jamás pensó encontrarlo en esta ciudad. Incluso ha estado evitando ver cualquier noticia relacionada con esa familia para buscar olvidarlos para siempre ¿Cómo ha tenido la mala suerte de volverlo a encontrar? Y lo peor sin ver en él ningún atisbo de arrepentimiento, lo que evidencia que aún siguen pensando que ella fue la culpable de ese incidente pasado. Entrecerró los ojos mirando el cielo oscuro y las luces multicolores de la ciudad.
Bajó cansada del vehículo notando que sus manos vuelven a temblar con ese encuentro que nunca se esperó. Fue a buscar a su hijo y tuvo que escuchar los reclamos de su vecina de que sería la última vez que ella no era su empleada y otras cosas. Le pagó “el favor” con el dinero que llevaba encima y luego volvió a casa.
Ignacio, somnoliento se abrazó a su cuello al verla. Bostezó y se volvió a dormir en sus brazos. Llegando a casa lo desvistió y le colocó el piyama mientras el niño apenas reaccionaba. Luego lo cubrió con sus mantas y dejó encendida la luz nocturna, ya que Ignacio no le gusta dormir en la oscuridad.
Se sentó cansada sobre el sofá y luego miró su teléfono para revisar que la alarma del día siguiente este activa. Suspiró llevándose la mano a la cabeza y torció su boca con amargura ahogándose en la lata de cerveza barata que sostenía en su mano.
Espera que mañana las cosas mejoren. Sobre todo, que no vuelva a reencontrarse con Andrés.
Despertó en la mañana y se bebió una taza bien cargada de café, no pudo dormir bien debido a que esos recuerdos que ha querido olvidar por años vinieron a atormentar su sueño. Es como si el encuentro con Andrés Almendares hubiera revivido todo el dolor y la humillación sufrida en su juventud. Se siente tan agotada que hubiera preferido quedarse en casa y no salir a ningún lugar, pero debe ir a trabajar.
Salió del pequeño hogar y su mirada se perdió en el abandonado jardín delantero. Su madrina solía cultivar muchas plantas que solían florecer todo el año, pero desde que enfermó estas parecen haberse marchitado. Ailén no tiene las habilidades de jardinería de su madrina.
—¡Mamá, mira! ¡Como autos de películas! —gritó Ignacio intentando hacerse entender mientras agita sus brazos y señala la lujosa limusina estacionada frente a su casa.
Ailén abrió los ojos, no sorprendida, sino asustada. Recuerda perfectamente ese tipo de vehículos muy particular que solo la familia Almendares gustaba de usar. Sin decir palabras y ante la sorpresa de su propio hijo lo alzó en sus brazos dispuesta a salir de ahí de inmediato.
—Disculpe, señorita, pero el señor Almendares quiere hablar con usted —señaló el secretario, Hugo, que la esperaba fuera del auto.
—Lo siento mucho, no tengo tiempo —se apresuró Ailén en decir.
Pero no dio dos pasos cuando un hombre enorme de casi dos metros y actitud poco amable se puso en su camino.
—Gorila —musitó Ignacio impresionado señalando al guardaespaldas que ha detenido el camino de su madre, y no fue con intenciones de ponerle un feo apodo, sino que ante los ojos del niño realmente aquel que esta frente a ellos es un gorila de verdad.
—Lo siento —se disculpó el secretario con sinceridad—, pero el señor no va a aceptar un no como respuesta.
Entre la espada y la pared, y notando además que sus curiosos vecinos mal hablados ya están asomándose a ver que pasa, no le quedó otra que subirse al vehículo, encontrándose con la mirada fría y penetrante de Andrés.
Ailén aferró entre sus brazos a su hijo temiendo que aquel ex amigo de su infancia pensara quitárselo. Andrés solo lo miró unos segundos, le pareció curioso ver a un niño con su mismo color de ojos azules y profundos. No había visto ese tono en nadie más que él. El pequeño solo lo contempló con curiosidad, pero ante la fría indiferencia de aquel hombre se apretujó más en los brazos de su madre. Ese hombre tiene algo que le despierta curiosidad, pero su severa expresión lo hace callar.
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Editado: 16.03.2023