Apenas llegó a la oficina quiso dejarse caer en el escritorio. Por lo menos, a pesar de atrasarse por culpa de la burla de Andrés, su odioso jefe Javier Montero, no la esperaba en la entrada como de costumbre para reclamarle por los minutos de atraso. Y por otro lado parece que su hijo esta a salvo, Andrés no fue capaz de reconocerlo como suyo.
Aun recuerda cuando eran amigos en su juventud y aquel le dijo “Mis padres lo único que quieren es que tenga un hijo para que lleve la sangre de la familia, mi madre solo pudo darme a luz a mi y luego tuvo continuos abortos que por su salud dejaron de buscar más embarazos. Tú sabes ella es la descendiente de los Almendares, no mi padre. Esa presión de ambos me… hostiga…”
Conocía esa manía extraña de esa familia, esa obsesión de tener siquiera un hijo que llevara su sangre, y como la presión muchas veces frustraba a Andrés. Nunca pudo saber si realmente amaba a su prima Laura pues poco o nada hablaba de ella, pero sus padres habían elegido a su prometida, les parecía la mejor candidata para dar a luz a hijos a los futuros herederos de los Almendares.
—Que estupideces —masculló Ailén de mala gana.
Entiende que, aunque Ignacio vendría siendo el primogénito de Andrés sería considerado un bastardo por nacer fuera del matrimonio y más de una mujer a la que acusaron de drogar y meter a un hombre a la cama. Pensarían que lo hizo por esa razón, dar a luz al primogénito de la familia y quedarse con la fortuna de los Almendares.
Ailén prefiere morir que revelar quien es el padre de su hijo, sabe que un día Ignacio va a preguntarle, y aunque con él será sincera le advertirá que se mantenga alejado de esa familia. Nada bueno hay en ellos.
Además de seguro que Andrés y Laura a estas alturas ya deben de tener un hijo, el cual ya debe ser considerado el heredero de la fortuna familiar. Por esa razón menos puede permitir que aquel hombre se acerqué a su hijo. No quiere que Ignacio vea el trato que su padre le da a su hijo con Laura y añore algo que nunca será suyo.
—No pareces una cualquiera —escuchó una voz notando que frente a ella hay una mujer muy elegante que la contempla con fijeza. Tensa su rostro al darse cuenta de que es la esposa de su jefe.
Sin esperar respuesta la toma de la barbilla y logra sentir como esas largar y bien cuidadas uñas se entierran en su piel con intención. Los ojos exageradamente abiertos de la mujer espantarían a cualquiera, Ailén en cambio endureció su mirada sin siquiera pestañear.
—Tienes un aire de soberbia poco visto en gente de tu clase —señaló entrecerrando ahora los ojos con actitud indiferente.
Ailén a pesar de que quisiera enfrentarla prefiere optar por rendirse y desviar la mirada. No puede tener conflictos en su lugar de trabajo sino ¿Qué hará si se queda desempleada? En eso la mujer la soltó de golpe y alzó la mirada sonriendo de forma amable a quienes se encontraban detrás de Ailén.
—Ca… cariño ¿Qué haces aquí? —la voz de Javier que siempre sonaba dura y severa, ahora sonaba distinto, con temor.
—Señor Almendares —exclamó aquella ignorando a su marido—. Es un gusto tenerlo en nuestras oficinas.
Extendió su mano la cual fue recibida con cortesía por Andrés.
—El gusto es mío al conocerla a usted, señora Olivares —respondió con una suave sonrisa seductora.
La mujer lo contempló con gesto coqueto sin importarle como Javier parecía que los celos quisieran comérselo. Pero aquella en cuanto dirigió su atención a su marido, su mirada era tan gélida que aquel hubiese preferido no haber cruzado miradas con ella, por lo que rehuyó su atención deteniéndose en el rostro de Ailén.
Hay algo en aquella mujer simple que siempre lo atrapa, es como si al mirarla se sintiera rodeado por un aire sereno, una isla de tranquilidad en medio de un mar tormentoso. Si Ailén no tuviera esas ojeras, esa expresión de cansancio, vistiera de forma más sofisticada, sería de verdad una de esas bellezas escazas y frágiles que un hombre como él desearía cuidar como un tesoro exquisito al que sería el único que pudiera ponerle las manos encima.
Por suerte nadie más se da cuenta de lo que esconde esa mujer. O eso pensaba hasta que notó como el casi nuevo socio de la compañía, Andrés Almendares, contempla a Ailén con total desfachatez, literalmente se la come con la mirada. Se mordió los labios, inquieto ¡No puede ser que aquel hombre se haya dado cuenta de lo mismo!
Aprisionó ambas manos, pero se contuvo. Entre él y Almendares es claro quien ganaría, él es casado, Andrés soltero; él sin su esposa no tiene nada, Andrés en cambio maneja buena parte de los bienes de la familia y ha sido elegido por tercer año consecutivo como uno de los mejores empresarios juveniles del momento.
—No pensé que el ambiente laboral en sus oficinas fuese… tan grato —Andrés entrecerró los ojos con malicia colocando ambas manos en los hombros de Ailén quien al sentir su contacto casi dio un salto.
Tuvo que contenerse, estaba a punto de pedirle que no la tocara, pero rodeada por atrás de ese hombre, por delante de esa mujer de apariencia temible y a su lado por su detestable jefe, se siente como un pez rodeado de temibles tiburones. No le quedó otra que morderse los labios y guardar silencio.
Andrés comenzó a masajear los hombros de Ailén con la mirada fija en Javier. Su mirada penetrante y amenazante es como si le estuviera diciendo que acaba de apropiarse de esa mujer y que no esta dispuesto a soltarla. Javier sonrió a la fuerza y tuvo que sostener una de sus manos con la otra sintiendo que esta había comenzado a temblar.
¿Cómo un “mocoso” de solo veinticinco años podía intimidarlo de esa forma? Él es un hombre de negocios de treinta y dos años, tiene más experiencia y no nació como un niño privilegiado que antes de abrir los ojos ya era dueño de una gran fortuna ni con el puesto seguro de presidente de las compañías de su familia. Sin embargo, se olvida que su forma de lograr su puesto fue a través de buscar mujeres con dinero y usar su apuesto rostro y cuerpo para llegar a ese lugar.
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Editado: 16.03.2023