- ¡¡Cómo puedes hacerme esto, Antonella!! ¿Justo ahora que más te necesito a mi lado me abandonas? – Le recriminaba Adrián a su esposa.
- Lo siento, Adrián, pero no puedo quedarme contigo. Hacerlo me consumiría por completo. Ya sabes que estoy acostumbrada a un estilo de vida al que no pienso renunciar por mucho que te ame.
- ¡Es que entonces no me amas, maldita sea! Cuando nos juramos frente a Dios y al mundo amarnos en las buenas y en las malas, en la salud y en la enfermedad, en la riqueza y la pobreza, esperaba que realmente cumplieras ese juramento. Yo sí estaba dispuesto a cumplir con todas esas circunstancias si algún día se presentaban y sigo pensando igual. Y resulta que ahora que he perdido todo ¿me dices que me dejas? ¿acaso el voto que juraste no significó nada para ti? – Adrián estaba cegado por la rabia y caminaba de un lado al otro de la habitación mientras Antonella guardaba sus cosas dentro de una maleta.
- Si te soy sincera, nunca creí que algo así pudiera pasarnos. Yo te amo Adrián, pero no soy capaz de hacer frente a esta realidad. Creía que siempre viviríamos bien. Quién hubiera pensado que tu socio te dejaría en la ruina. – Antonella seguía doblando su ropa y guardándola lentamente sin dignarse a prestarle mayor atención al asunto que involucraba el futuro de su propio matrimonio.
- ¿Solo mi socio? ¿Acaso no estás tú haciendo lo mismo? De un momento a otro me presentas el divorcio y te quieres llevar contigo lo poco que me queda. ¡Incluso nuestra casa la vendiste sin siquiera consultarme! ¿Dónde pretendes que viva de ahora en adelante? Te preocupaste solo de ti y de tu futuro. No te importó si yo tenía o no donde recostar la cabeza ¿Y aun así insistes en decir que aún me amas? No me hagas reír. – Le dedicó una risa sardónica.
- Tienes razón. Si vamos a ser sinceros, te lo diré de una buena vez para que lo sepas por mí y no por otros. Es cierto, ya no te amo. Solo trataba de no hacerte más daño. Es más, ya tengo a alguien que me dará el estilo de vida que yo me merezco. Solo estaba esperando a que me divorciara de ti para hacerme su esposa. Sin embargo por el gran cariño que aún te tengo, no haré pública nuestra relación hasta en un par de meses cuando las aguas se hayan enfriado. Tampoco es la idea que seas la burla de los medios. – Le dijo a modo de consuelo.
- ¿Y debería agradecerte tu sinceridad y compasión? ¿Sabes una cosa?, no las quiero. Por mí puedes hacer lo que quieras, total, más desgracias de las que ya estoy viviendo no me ocasionarán más sufrimiento del que ya estoy padeciendo. Acabas de matar cualquier vestigio de amor que tenía hacia ti. – Mintió. - Vete de una buena vez y olvidemos que tu y yo estuvimos juntos alguna vez. No te diré que espero que seas feliz porque en realidad espero que te vaya fatal y que pagues con creces lo que me estás haciendo. – Antonella terminó de hacer la maleta, miró con desdén a Adrián, arrojó las llaves de la casa en medio de la cama y se fue dando un portazo. Más tarde le envió un mensaje diciéndole que en una semana la casa sería ocupada por los nuevos dueños por lo que tendría que desocuparla si no quería que lo echaran por la fuerza.
Adrián aún no procesaba lo que había pasado en su vida esa última semana. Su socio y supuesto amigo, por medios poco honrados, había vendido la empresa a otra del mismo rubro y había dejado el país a Dios sabe dónde llevándose consigo todo el dinero de dicha venta. Ahora los nuevos dueños estaban por hacerse de la que había sido su empresa, y reemplazar a todos los trabajadores que allí laboraban.
Estaba destruido. Aquella era SU empresa, la que tanto le costó formar.
Nunca había tenido nada en la vida y lo poco que llegó a tener, no le duró. Creció en un orfanato hasta los 9 años y luego fue adoptado por un matrimonio mayor que le brindó cariño y educación hasta que cumplió los 18. Lamentablemente el matrimonio murió trágicamente a raíz de un accidente automovilístico y dejó a Adrián solo nuevamente ante el mundo. El seguro de vida de la pareja más la venta de una propiedad que sus padres adoptivos tenían, le permitieron a Adrián estudiar Administración de empresas y con el correr de los años, formar la suya propia.
Empezó en un pequeño piso como distribuidor de artículos de aseo, pero a medida que pasó el tiempo quiso él mismo empezar a fabricar los diferentes productos que se necesitan diariamente en un hogar. Para ello tomó algunos cursos para aprender a preparar los productos e invirtió en la maquinaria necesaria para dicho fin. Al principio trabajaba solo, pero luego fue incorporando a algunos trabajadores que hicieron poco a poco crecer la producción y distribución de sus productos. Uno de esos trabajadores fue Violeta.
Se podría decir que Violeta estuvo casi desde el principio trabajando para Adrián. Su trabajo era simple pero fundamental, ya que no solo hacía el aseo del lugar, sino que también era la encargada oficial de probar los productos que en la empresa se creaban. La muchacha era joven pero seria en sus quehaceres. Adrián la había contratado para efectuar la limpieza, pero de a poco se había ganado el cariño tanto de él como del resto de los empleados. No solo hacía la limpieza diaria del lugar, sino que también a veces hacía de confidente de alguno que otro compañero que requería de un oído paciente capaz de escuchar los problemas y angustias sin reproches. En eso, ella era muy buena.
Su hogar era humilde. Vivía en un barrio pobre, tan pobre como ella, pero dentro de todo era feliz. No ganaba mucho dinero, pero sí lo suficiente para enviarle una suma mensual a su madre que vivía en el campo. No tenía hermanos ni ningún otro familiar aparte de su madre, razón por la cual le gustaba entablar amistad con aquellos con quienes trabajaba. Ellos eran su familia, incluido su jefe, Adrián.