Adrián abrió los ojos como platos. Hubiera esperado cualquier cosa de la impredecible Violeta, pero ciertamente no ese ofrecimiento.
La miró fijamente para ver si estaba hablando en serio y en su mirada pudo ver que no había un ápice de broma o engaño. ¿Estaba en su sano juicio? ¿Por qué querría ella hacer algo así por él?
- Violeta, ¿sabes acaso lo que me estás proponiendo? ¿entiendes lo que implica tenerme en tu casa? Si por mí fuera te digo inmediatamente que “SÍ”, después de todo no tengo dónde caerme muerto, pero no tengo dinero con qué pagarte nada. Tendrás otra boca que alimentar, al menos hasta que encuentre un trabajo. Además, ¿estás dispuesta a lidiar con el “qué dirán” de la gente que vive a tu alrededor? No quiero ocasionarte ningún perjuicio, Violeta. Jamás me lo perdonaría.
- Entiendo sus preocupaciones, Jefazo, pero no es necesario que se tome tanto caldo de cabeza. Por mí no se preocupe. Con el dinero que me pagó por mi indemnización me alcanza para varios meses de subsistencia. Además me permite seguir enviándole dinero a mi mamita en el campo. Es cierto que tendré una boca más que alimentar, pero no piense que es gratis, no señor. Yo sé bien de lo que usted es capaz aunque usted mismo parece haberlo olvidado. Sé mejor que nadie lo perseverante que es usted y que no se dejará vencer por este traspié en su vida. Sé que se levantará y luchará por empezar de cero y tendrá el mismo o más éxito que antes. Tomará tiempo y no será fácil, pero aquí estoy yo para ayudarlo y apoyarlo. Solo le pido que cuando logre levantar el vuelo, no se olvide de mí y me vuelva a dar la mano que una vez me extendió. Yo soy una ignorante que no alcanzó a terminar la escuela y emprender cualquier cosa por mí misma sería imposible, pero si yo lo ayudo a empezar, estoy segura de que usted sabrá retribuirme justamente.
- ¿Por qué haces esto, Violeta? – Le preguntó con curiosidad Adrián sin tener un atisbo de idea.
- Porque yo lo quiero, Jefazo. Y no se me espante ni me malinterprete. Lo quiero como si fuera un hermano mayor. Incluso más que eso, como si fuera mi benefactor. Usted me apoyó cuando más lo necesité dándome trabajo cuando ni siquiera cumplía con los requisitos necesarios para ello. ¿Cómo no apoyarlo a usted ahora que lo necesita? – Le respondió Violeta con una sonrisa que desarmó a Adrián.
- Yo …… no sé qué decirte, Violeta. No sabes lo agradecido que estoy contigo. No me esperé un gesto así de nadie. Bueno ……en realidad de la única que lo esperaba era de Antonella, pero ya ves, me dio la espalda. Te prometo que la confianza que has decidido depositar no será en vano. No te voy a decepcionar, te lo juro. Mañana mismo saldré a buscar empleo. Solo una cosa te voy a pedir y no acepto un "no" por respuesta, y es que dejes de llamarme “Jefazo”. Ya no lo soy. Ahora simplemente soy Adrián y así quiero que me llames. ¿Queda claro?
- Está bien ……Adrián. Me queda claro. – Nuevamente le dio una amplia sonrisa y sin saber por qué, Adrián sintió un escalofrío recorrer su espalda y una leve puntada en su corazón.
Fue así que Violeta llevó a Adrián a su humilde casa.
Era una casa de dos habitaciones muy sencillas. Había un solo baño y no había sala de estar. La cocina y el comedor estaba juntos, y en una de las murallas había colgado un pequeño televisor en donde solo se veían los canales nacionales ya que Violeta no tenía dinero para contratar tv de paga. En el lugar también había un pequeño patio con una hermosa jardinera muy bien cuidada llena de hierbas que Violeta usaba en las comidas que preparaba.
En un principio ella estaba temerosa de que Adrián menospreciara el lugar en donde vivía, pero no fue así. Adrián le contó que, si bien era cierto que su situación en la vida había sido demasiado buena gracias a sus propios esfuerzos, sus inicios fueron humildes. Violeta no sabía que él había sido un huérfano que vivía en un orfanato. Tampoco sabía lo difícil que fue su vida compatibilizando estudios y trabajo y sin una familia que lo respaldara luego de la muerte de sus padres adoptivos.
Adrián era un hombre fácil de tratar y fácil de complacer. Nunca se quejaba por la suerte que le había tocado. Todas los días se ceñía a una misma rutina. Por las mañanas se dedicaba a enviar su CV a los diferentes lugares en dónde creía que podría trabajar dado su título y por las tardes salía presencialmente a buscar algún trabajo que le permitiera llevar algo de dinero a casa.
Era agradecido por las comidas que Violeta preparaba y se lo demostraba llevándole cada día un pequeño dulce que alegrara su día. Ese simple gesto diario empezaba a hacer mella en el corazón de Violeta. Le daba miedo lo que estaba sintiendo por Adrián. Se estaba acostumbrando demasiado rápido a su presencia en casa y temía el día en que él decidiera irse.
Adrián por su parte también se estaba acostumbrando a convivir con Violeta. Aunque para él no era nada nuevo convivir con una mujer, sí le era desconocido ver cómo realizaba sus labores diarias. Él nunca vio eso en Antonella. Cuando se casaron, inmediatamente contrataron una ama de llaves que se encargaba de todos los quehaceres del hogar. Antonella no se involucraba con dichas labores. De hecho siempre le molestó que ella comenzara su día al medio día porque aquello significaba que jamás almorzaban juntos. Cuando él llegaba a comer, Antonella recién terminaba su desayuno y se marchaba al gimnasio para volver horas más tarde cuando Adrián ya había vuelto al trabajo. Incluso las cenas junto a ella eran desabridas. En su afán de mantener la línea, en casa no se comían frituras ni carbohidratos ni pasteles ni nada que la hiciera engordar, a pesar de que Adrián no necesitaba bajar de peso.