Contigo Yo Quiero...

DOS

Otro día más en la escuela preparatoria... 

—Bien, es hora del receso chicos. ¡Disfruten de su desayuno! Nos vemos en un rato —dijo la profa. 

Cerré mi mochila y acomodé dos cuadernos en la paleta de mi banca. Afuera del salón de clases el viento fue lo primero en refrescarme, todos salían en camino a la cooperativa. Cruce la cancha y estaba justo en el centro cuando su voz me hizo darle mi atención. 

—¡Hey! ¡Hola! —exclamó Germán y se detuvo a mi lado. 

—¡Hola! 

Sus ojos se quedaron en contacto fijo con mis pupilas, note rastros de sudor en su frente y había un poco de vello recortado sobre su bigote. 

—¿Me piensas decir algo? —pregunté para romper el silencio. 

—¡Ah! Este… 

El chico estaba completamente estático y yo sentía que me ganaban las tortas de salchicha. 

—Bueno parece que estas un poco tímido esta mañana, yo iré a comprar algo para desayunar. ¡Te veo luego! 

Comencé a caminar. 

—¿Desayunamos juntos? —su pregunta me hizo detenerme. 

—Pensé que solías desayunar con tus amigos. ¡Ese par de chamacos creídos! 

Sonrió. 

—Si, pero esta vez quisiera… 

—¿Quisieras? —le sonreí—. O sea que ya no quieres. 

Se puso un poco nervioso, yo me reí ligeramente. 

—No, bueno, es que… 

—Luego nos vemos Germán. Iré a comprar mi torta porque si no se acaban y la verdad tengo mucha hambre. 

—¡Yo te invito tu torta! 

—Que considerado eres, pero no es necesario. ¡Gracias Germán! 

Sin esperar más palabras de su parte, me aleje de él.  

La cooperativa estaba llena de estudiantes que esperaban muy ansiosos poder comprar algo para el desayuno. Cheetos. Papas. Chicharrines de lagrimita. Takis fuego. Maruchan con salsa Valentina y limón. ¡Pura comida chatarra! Pero eso es lo que más se vendía y lo que más delicioso sabia.  

Varios chicos a mi alrededor se servían salsa a montones y el limón me hizo sentir una chispa de antojo. ¡El sabor era lo mejor! 

—Hola doña Mica. Buenos días. 

—Buenos días hija. ¿Qué te gustaría desayunar?  

—Una torta de salchicha. ¡Por favor! 

—Claro que si hija, en un segundo. 

Me quede algunos segundos de pie esperando mientras terminaban de preparar mi torta. Había varios chicos a mi lado. 

—¡Hola! ¿Eres nueva verdad? —me preguntó uno de ellos 

—Si, soy la nueva. ¿En qué grado estas tú? 

—Yo voy en segundo. ¿Y tú? 

—Voy en primero.  

Pareció sorprenderse demasiado. 

—Esta súper bien. ¿Como te llamas?  

—Keyla.  

—Un gusto conocerte Keyla, yo soy Martín.  

Chocamos la mano. 

—Esta chida esta escuela. 

—¿Te gusta? 

—Sí. Es de buen tamaño y la neta, es como que muy tranquila.  

—¿En qué escuela estabas antes? 

—Estudiaba en una prepa de la Upaep. 

—¿Y eso donde esta? 

—Pues en la ciudad. Bueno en una orilla.  

—¡Orales! La neta es que nunca he ido a la ciudad.  

—La verdad no te pierdes de nada. ¡Me gusta mucho este lugar! Es muy bonita esta escuela. 

—¿Me pasas tu Instagram? —el chico tenía curiosidad por mí. 

Doña Mica se acercó a mí y me dio mi torta. Le pague con un billete de veinte pesos.  No respondí la pregunta del chico. 

—¡Gracias doña Mica! 

—De nada hija. ¿Algo más que se te ofrezca? 

—Mmmmm. 

—¿Mmmmm? 

—¿Tiene picafresas? 

—Sí. Cuestan de a peso o tengo de dos pesos. 

—Deme diez pesos de las de a dos y diez pesos de las de a peso. 

Le pague con otro billete de a veinte. Ella tomo el dinero, trajo un bote de plástico lleno de picafresas y comenzó a contar mi pedido. 

—¡Estas bien bonita Keyla! —Martín no se mordió la lengua. 

—¡Muchas gracias! Pero no me digas eso, yo creo que tú también estas bonito. 

Mi comentario le saco rubor a las mejillas de Martín, era momento de salir de allí. 

—¿Desayunaras sola? 

—No, alguien me espera por ahí. Mi amigo. 

—Entiendo. Me dio gusto conocerte. 

—El gusto es mío Martín. ¡Disfruta de tu desayuno! 

—Gracias, tú también. 

—Mira, ten, toma una picafresa.  

Sus ojos se abrieron de golpe por la sorpresa de mi hospitalidad. 

—¡Gracias! 

—De nada. ¡Nos vemos luego! 

Después de abandonar la cooperativa, avance hasta la mesa donde solía sentarme. El receso estaba en su punto medio y me sentía bastante despreocupada. Di una mordida a la torta, Germán y sus colegas comenzaron a rebotar el balón de basquetbol. Los chicos me miraban con atención, parecía que en verdad estaban muy interesados en mis pasos y en cómo es que yo no me mostraba rendida a sus pies. 

—¿Por qué te escondes detrás del árbol? —le pregunté al chico. 

—¡No me estoy escondiendo! 

—A mí me parece que si lo haces. ¿Tienes miedo? 

—¿Por qué tendría miedo? 

Ni siquiera habíamos hecho contacto visual, yo miraba en dirección a la cancha de juego y seguramente él si podía mirarme desde su escondite. 

—Pues tú dime. Quizá tienes miedo por lo que te paso el otro día. 

—¿Aun lo recuerdas? 

—Como olvidarlo, si yo fui la única que se ofreció a ayudarte. 

No respondió, yo tampoco dije más. Di un bocado a mi torta. 

—¿Ya desayunaste? —le pregunté. 

—Sí. 

—¡Mentiroso! 

—¿Que sabes de mí? 

Sonreí, esta conversación me hacía sentir bien. 

—Se que eres un chavo flacucho y muy reservado. Seguro tendrás tus razones, pero, por el momento quiero ignorarlas hasta que decidas abrirte conmigo.  ¿Te causo miedo? 

No respondió al instante. Escuchaba los rebotes del balón, gritos y ruidos ocasionados por diferentes estudiantes. 

—No, bueno, en realidad no me causas miedo. 

—¿Entonces? 

—¿De verdad quieres que seamos amigos? —preguntó con interés.  




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