Contigo Yo Quiero...

CINCO

SEGUNDA PARTE 

CUIDAR TUS MOMENTOS 

CINCO

Una linda tarde, todo en paz y bien agustines... 

—Abuelito, ¿quiere un poco de agua? —le pregunté. 

Estábamos sentados alrededor de una mesita de fierro. Mis padres habían salido a comprar la despensa y me dejaron a cargo del abuelo.  

—No mija, estoy bien.  

—¿Seguro? Lo veo un poco inquieto.  

Mi abuelo sonrió una brevedad. 

—¿Crees que estoy inquieto? 

—No creo, sé que lo está.  

Intercambiamos miradas. 

—Pues sabes muy bien. ¿Dónde está tu abuela? 

Una vez más me tocaba intentar mostrarle empatía. 

—¿Quiere ir a ver a la abuela?  

—¿Sabes dónde está? 

Sus ojos se iluminaron por completo de una chispa de esperanza y amor totalmente nostálgicos.  

—Venga, vamos caminar. ¡La buscaremos!  

¿Es malo tratar de encubrir la realidad? ¿Encubrir la realidad?  

Mamá dice que he vivido cosas que a mi edad no son muy comunes, yo creo que, si son cosas comunes, solo que a veces nos negamos a querer a aceptar la realidad. ¿Cuál era nuestra realidad? 

—¿Crees que este con las gallinas? 

Justamente estábamos caminando en dirección al gallinero, eran las seis de la tarde y el clima era agradable. 

—Podemos ir a buscar, no se preocupe.  

—¡Esta bien hija! Pero, ¿y si no está ahí? 

—Entonces quizá se volvió a ir a dormir. 

—Bueno. Yo espero poder verla. 

Es increíble ver como a pesar de que una persona está enferma y deteriorada, las ganas por querer vivir, siempre están presentes. Que aun con la demencia, el ser humano es optimista por querer volver a sus años de juventud.  

Interesante deseo, ¿no crees? 

Llegamos al gallinero, fui a buscar maíz y al regresar, me sorprendió mucho ver que mi abuelito les estuviera preguntando a las gallinas por su amada. Se había agachado, las aves se le acercaban y algunas cacaraqueaban. 

—¡Hija! 

—Mande abuelito. 

—Tu abuela está recogiendo los huevos, ¿quieres ir a ver si está en los nidos? 

—Si, mientras, usted de maíz a las gallinas.  

—Aquí te espero mija. 

Le di la cubeta con maíz quebrado y entre al gallinero.  

Según escuche, mi abuelo se encargó de construir este gallinero porque mi abuelita soñaba con tener sus gallinas. Por todo lo que he visto en fotos y recuerdos, ellos dos se querían demasiado. Papá dice que siempre se esforzaban por comer juntos como familia, el abuelo trataba de mantener una buena comunicación con sus hijos y que tal vez, no fueron una familia perfecta, pero a pesar de todo, eran felices. 

Pensar en la vida que llevaba siempre me causa un sentimiento que aún no logro describir. 

En los nidos había dos gallinas esperando a poner. Aproveche para poder recoger los huevos. Use mi playera para improvisar un bolso, justo con la tela que cubre mi estómago. 

—¿Esta tu abuelita? —su voz cansada me causa un poco de tristeza. 

—No abuelito, mi abuelita ya se fue a dormir.  

—¡Oh! Que mal que no me espero. ¿Hay huevos? 

—Si, los estoy recogiendo. 

—Junta todos hija, seguro que tu abuelita se pondrá muy feliz de ver los huevos. 

Sonreí. 

Volví a los nidos y revisé cada uno de los lugares donde las gallinas suelen estar. De pronto me sorprendió ver que había una gallina aislada justamente en una esquina de los nidos. La paja le servía muy bien y ella se esponjo cuando me acerque a verla. Sus plumas se erizaron, eran de color gris y tenía la cara de color rojo.  

—¿Qué haces aquí tan sólita? —pregunté a la gallina. 

Obviamente que el animal no me iba a responder, pero entonces, paso algo que me dejo completamente asombrada.  

Un pio suave y diminuto me hizo sonreír. Ella se movió suavemente, eso hizo que algunos huevos salieran de debajo de su cuerpo y un pequeño pollito de color negro empezó a chillar. ¡Belleza inesperada! 

—¿Que cree abuelito? —le pregunté muy emocionada. 

—¿Que paso? 

—Una gallina tuvo pollitos. 

—¿De verdad? 

—Si. Había un pollito de color negro junto a ella y yo creo que pronto nacerán más. 

Una sonrisa se dibujó en sus labios arrugados. 

—Tu abuelita se va a poner muy feliz de escuchar eso. ¡Qué bueno que vinimos a ver el gallinero!  

El sonido del zaguán abriéndose nos hace mirar a la entrada de la casa. 

—Vamos abuelito, ya regresaron mis papás. Volvamos a la casa, porque ya ve que luego mi mamá se enoja de que usted este aquí. 

Intercambiamos risas, se sentía bien el ser cómplices de no obedecer a mi madre en algunas ocasiones. 

—Tu madre es muy enérgica. 

—¡Lo es! Es que nos cuida mucho porque también nos quiere mucho. 

En la cubeta vacía puse los huevos y tomé de la mano a mi viejito. Comenzamos a caminar hasta acercarnos a la camioneta. Mamá acababa de bajar, fue la primera. 

—¡Ma! No lo vas a creer, hay una gallina que… 

—¿Ya nacieron los pollitos? 

—¡Si! Bueno solo vi a uno. Yo no sabía que… 

—Ayuda a tu papá a bajar las cosas, iré a ver.  

—Está bien.  

—¿Por qué fueron al gallinero? 

—Es que nos estábamos aburriendo de solo tomar el té. 

Mi madre negó suavemente meneando su cabeza. 

—Keyla. 

—Mami. 

—Por cierto. Baja unas coas que vienen atrás de mi asiento. 

Asentí. 

—Abuelo, ¿puede llevar los huevos a la cocina?  

—Si. 

Entregue la cubeta a mi abuelito y este se alejó de mi lado. Papá bajo de su asiento y camino hacia la cajuela. Por mi parte, puse mi mano en la manija de la puerta trasera y abrí. Cuando vi sus ojos no pude ocultar mi emoción. 




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