Contigo Yo Quiero...

SEIS

Un día más de clases en el telebachillerato... 

—Esta mañana para comenzar las clases decidimos hacer una tabla rítmica para activación física y mental. Por lo que… —el profesor de educación física y de los otros grados estaban frente a nosotros. 

Lo más chistoso es que la tabla rítmica fue la coreografía del caballo dorado y el payaso del rodeo. Después pusieron la canción del Símbolo y la de la Bomba, esa que dice algo así como que para bailar eres una bomba. ¡Ya sabes! 

—¡Muy bien chicos! Pues miren, el día de hoy estaremos participando también en algunas actividades divertidas en parejas. A continuación, un compañero de ustedes va a pasar con una urna de papelitos, por favor tomen uno… 

El chico paso frente a mí, para mi sorpresa fue Martín el chico que sostenía la urna. 

—¡Hola Keyla! 

—¡Hola Martín! ¿Como estas? 

—Muy bien, aquí de mandadero. 

Intercambiamos risas. 

—Pues va, no te interrumpo.  

Tome un papelito y él se alejó de mí. 

—Bien, ya pueden abrirlo. 

El trozo de papel tenía escrita la palabra zanahoria. 

—Ahora busquen al chico o chica que tenga el nombre de la verdura o fruta que ustedes tienen. Tienen cinco minutos para formar su pareja. 

Y como tontos nerviosos, andábamos todos muy dispuestos a buscar. Yo preferí llamar el nombre de mi verdura en voz alta, pero la voz de mis otros compañeros no me permitía hablar con claridad. Me tope con Ximena, pero a ella le había tocado la berenjena. ¿Dónde podría estar mi otra zanahoria? La mayoría de los estudiantes ya había encontrado a su otra verdura. ¿Y yo? 

—¿Alguien es zanahoria? —pregunté un poco desesperado por no tener éxito. 

—¡Yo soy zanahoria! —respondió él. 

Empecé a buscarlo y me sorprendió mucho ver que mi pareja seria Germán. 

—¡Que chido que nos tocó juntos! —dijo. 

Asentí, no tenia de otra. ¿Fue malo que me hubiese tocado con él? Pues no, pero, una parte de mí imagino que tal vez me podría haber tocado con Armin. ¡Si eso hubiese sido así! Lo malo es que, aunque traté de buscarlo a toda velocidad, no pude encontrarlo por ningún lado. 

—Bien, la actividad consiste en lo siguiente.  Verduras de este lado, frutas de este otro lado —dijo el profesor—. Se le entregara a cada pareja un paliacate, deberán resguardarlo para que las otras parejas no se los roben. Pueden robar cuantos paliacates les sea posible. ¡El que junte más paliacates gana!  

—¡Eso está bien fácil! —dijo Germán. 

—Todo esto lo deberán hacerlo con los zapatos atados, es decir, que cada pareja se amarrara un zapato para limitar la velocidad de sus movimientos. ¿Quedo claro? 

Asentimos. 

—Les daré algunos minutos para comenzar con esta primera actividad.  

Germán se me quedo mirando de forma chistosa mientras todos comenzaban a alistarse. 

—¿Y bien? 

—No te muevas, voy a amarrar nuestras agujetas.  

—Está bien, toma tu tiempo. 

No tardo en agacharse, sentí el roce de su mano contra mi pie derecho. ¿Dónde podría estar? Me inquietaba mucho el no poder verlo y te prometo que algo dentro de mí me exigía poder estar con él. 

—¿Buscas a alguien? —Germán había terminado de atar. 

—¿Has visto a Armin? 

Sus ojos se quedaron en expresión neutra. 

—Pues hoy no lo he visto. ¿Por qué? 

—Es que tengo curiosidad de saber con quién le toco. La neta es que yo tampoco lo vi y… 

—¿De verdad te cae bien? 

—¡Pues si! Es un buen chico. ¿A ti no te cae? 

—La neta… 

—¡Bien muchachos! ¿Están listos? —la voz del profe nos interrumpió. 

Estábamos corriendo por toda la cancha de futbol, Germán se encargaba de quitar los paliacates y yo los resguardaba en con mucha fuerza en la mano derecha. Ganamos uno, dos, cuatro; nos quitaron uno, volvimos a ganar dos más y entonces lo vi.  

Cayendo a toda velocidad, no le dio tiempo de poner las manos y su compañero planeo arrastrarlo un poco. Este le había dado un empujón fuerte y mi amigo cayó al suelo centímetros de que Germán pudiera quitarle el paliacate. 

—¿Por qué lo empujaste? —le grité al chico. 

Sus ojos se cruzaron con los míos y entonces lo reconocí. Era el bravucón.  

No dude ni un segundo, me arranque el teni y me agache para poder ayudarlo, su mejilla izquierda se había llevado un raspón enorme y su mano estaba expulsando gotas de sangre en el dorso. 

—¿Te importa? —me preguntó el bravucón. 

—¡Por supuesto! 

Dejo escapar una carcajada. Los demás chicos de la escuela frenaron el juego y se convirtieron en espectadores de la escena. 

—¿Qué es lo que tanto te importa de él? ¿Por qué siempre estas ayudándolo? ¿No ves es que un marica? 

—¿Un marica?  

Mi heterocromía me dio el poder de querer golpearlo. 

—¿Y tú que eres?  

Mi pregunta lo desconcertó. 

—¿Como que, que soy? 

—¡Pues si! Dime, ¿qué es lo que eres? 

Su sonrisa desapareció, jamás aparte mi mirada y no me importaba en lo absoluto lo que los demás pensaran de mí. ¿Dónde estaban los profesores? 

—¡Yo soy...! 

—¿Que está pasando aquí? —intervino el profesor a cargo. 

Nadie le respondió, Armin se había puesto de pie y sentí su mano intentar llamar mi atención para calmarme.  

—Iván le dirá lo que está pasando aquí —cuando pronuncie el nombre del bravucón, este abrió los ojos sorprendidos. 

—¿Sabes mi nombre? 

—¡Por desgracia!  

—Yo pensé que… 

—No te creas tan importante.  

El alboroto se tuvo que disolver y...  

Después de salir de la dirección, me anime a ir a ver a Armin.  

—¿Como te sientes? 

—¡Estoy bien! Fue… 

—No fue un accidente. ¡No creas que Iván esta…! 

—Si fue un accidente.  

De momento yo misma no podía creer que él estuviera tratando de defender a su agresor. Tampoco podía creer que el bravucón fuese demasiado astuto para librarse de un castigo. El director le perdono su falta y lo considero como un accidente deportivo. ¡Que supuestamente es algo normal en educación física! Pero la neta es que así no eran las cosas.  




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