Sigrid se despierta cuando un pájaro le pica la oreja con fuerza, se trata de una urraca, las aves a las que más aversión les tiene. Aunque grita fuerte y trato de ahuyentarla, el ave sigue tratando de picotearla, ya sea en las orejas o los ojos, como si le tuviera rabia. Trea, que se despertó por los gritos de pánico de su compañera se une a la riña y entre las dos logran darle un golpe al ave con un zapato y esta se marcha derrotada.
—Condenao bicho del demonio —Se queja Sigrid reponiéndose —Gracias.
—¿Desde cuándo las urracas salen a estas horas? —Pregunta Trea.
—No sé, esta noche se siente rara, por cierto ¿Qué ha pasao?
—Eh… No sé, estoy… Me siento rara, como mareada, estaba Urko y…y…
—Alguien armado.
—Y había fuego.
—Y alguien se murió.
Hay marcas de hollín y fuego reciente en el piso de la estación, el señor de los boletos sigue dormido en su puesto, pero ya tiene una urraca picoteándole con curiosidad y Urko no está. Sienten que están preocupadas por algo o por alguien, que algo malo va a pasar, pero ¿Por qué exactamente?
Suena un pitido, un tren se acerca, Trea revisa su reloj y ve ya son las once y cuarto, el tren a Barcelona ya viene en camino.
No están tranquilas y siguen tratando de hurgar en sus mentes tratando de recordar y entender lo que ocurrió, pero no pueden perder otro tren. Son las únicas pasajeras que recogen en esta estación, así que seguramente partan rápido, se terminan limitando a abordarlo y tomar sus asientos designados.
De repente y solo unos segundos después de tomar asiento algo choca contra el vidrio de su ventana; es otra urraca, que, a pesar de darse un golpe bastante fuerte, retrocede y trata de golpear nuevamente el vidrio otra vez, y otra, y otra, mientras grazna furioso. En eso, una segunda urraca se mete en el vagón, se arma un alboroto, con el ave y los otros pasajeros, y para colmo entra otra por la misma entrada, y hubiera entrado una más si no la hubieran cerrado junto a las demás ventanas y la puerta, luego a base de forcejeo lograron sacar las aves del vagón.
—¿Ya paso? —Pregunta Sigrid desde debajo de su asiento.
—Si —Responde Trea —Aunque siguen afuera.
La enana pelirroja no lo admitirá, pero odia a muerte a las urracas, y pareciera que es recíproco. Todas las veces que se ha encontrado con esas aves, ellas tratan de sacarle los ojos ¿Qué les hizo ella?
—¿Ese no es Urko? —Pregunta Trea apuntando al andén de la estación. En efecto, es Urko, que se aleja de la boletería y con su mochila trata de mantener a raya a una bandada de urracas que lo atosigan, además tiene algo que sostiene pegado a la cara —¿Qué tiene en la mano?
—Creo que es un dulce, oye ¿No deberíamos preguntarle a él lo que paso?
El muchacho no tarda en subir al vagón, aunque necesita darle múltiples golpes a la puerta para que le abran.
—¡CIERRE, CIERRE, CIERRE! —Le grita al encargado, para que no entren más aves, una entra, pero el propio Urko la agarra y la devuelve afuera, luego se pone a quejarse con gritos y gruñidos de sus heridas.
El inspector del vagón recibe su boleto; desde sus asientos, las dos niñas ven como trata de calmar la hinchazón del lado derecho de su cara con un helado, el cual tiene un par de manchas de sangre que sale de su boca. El inspector trata de preguntarle al respecto y el muchacho se limita a culpar a las aves, aunque no da detalles al respecto. El inspector se va y el muchacho ignora su asiento asignado para irse al extremo del vagón, alejado del resto de pasajeros; se recuesta en un asiento, aun sosteniendo el helado contra su cara hinchada. Parece cansado y maltratado, lo que hace que Trea y Sigrid se pregunten con aún más ganas que es lo que ocurrió.
Al poco rato de llegar Urko, el tren se pone en marcha. Sigrid y Trea voltean a ver su ventana y ven su pueblo una última vez. Solo ahora caen en cuenta que están abandonando su hogar, el único que conocen, todas las historias y la gente, a todo le dicen adiós. Ambas empiezan a ponerse sensibles internamente, pero su triste meditación se interrumpe cuando las urracas vuelven a tratar de atacarlas violentamente, solo que esta vez, hay un cristal de por medio.
Las aves solo golpean el cristal un par de veces, luego ya no pueden seguirle el paso al tren. Con la vista de la ventana desbloqueada y el tren alejándose siguiendo su ruta alrededor de los campos de San Deucalión, tratan de ver una última vez su hogar, pero no pueden. Parece estar habiendo un apagón o un fallo en el tendido eléctrico, las luces de las casas y de la plaza central se apagan uno tras otro.
—¿Vez algo? —Pregunta Trea, ya que Sigrid y los microsapiens en general, tienen una buena visión en la oscuridad.
—No, está muy lejos.
Mala suerte, no hay otra forma de llamarlo. Al final terminan rindiéndose y se sientan a esperar que pase el tiempo. Quizás fue bueno, si hubieran visto su pueblo encogerse y perderse de la vista, se hubieran puesto más emocionalmente sensibles de lo que ya están ahora mismo.
Por otro lado, Urko ahora está sentado y revisando un cuaderno en la mesa de su asiento, aún tiene la cara hinchada, no es algo que se quite en pocos minutos. La memoria de Trea se ha recuperado un poco, la de Sigrid también, y ahora están conscientes de que comparten vagón con un asesino.