Ni Trea ni Sigrid pegaron los ojos en casi toda la noche, solo en la madrugada, el sueño y el cansancio se acumularon lo suficiente para adormecerles el cerebro. Urko ya dormía mucho antes que ellas, incluso apoyado contra una pared, pero no durmió de corrido, debía estar alerta ante cualquier cosa, así que tomo numerosas siestas interrumpidas por cualquier estimulo externo, solo las últimas horas de la mañana las cosas se calmaron y se permitió tener un sueño más pesado.
Algunas personas empiezan a llegar a la estación desde hace un rato. Durante la noche pasaban una o dos personas, pero ahora ya empiezan algunas jornadas y hay algo más de flujo poco a poco, aunque no es para tanto. Urko se despierta, alertado, pero se queda aún apoyado en la pared con medio cerebro dormido y un ojo abierto. Mucha gente que los ve los toma por vagabundos (Que ahora mismo es lo que son) así que o los ignoran o les tienen algo de compasión y les dejan alguna limosna.
Hace algo de frio en la mañana, y aun así un muchacho negro que acaba de llegar viste bermudas y una camisa sin mangas, o con las mangas rasgadas más bien, su único abrigo es una bufanda azul en el cuello. El chico, de unos quince o dieciséis años, se ve algo desorientado; no revisa los horarios de los trenes y se dedica a buscar algo con la mirada en la estación.
“Un indio con peinado como de emo, una enana peli colorada y una orejona, un indio emo, una enana peli colorada y una orejona” se repite en su cabeza una y otra vez para no olvidar lo que está buscando. Ahí están.
—Hola —Dice el muchacho y Urko se despierta de inmediato, en alerta.
—¿Qué? —Pregunta malhumorado.
—¿Orco?
—¡Urko! —Responde aún más malhumorado —Solo dos silabas ¡¿Es acaso impron inpro…in…?!
—Desculpe —Dijo el muchacho a la vez que mostraba un dibujo de cuatro chicos iguales a ellos—¿eles são familiares?
Urko en lugar de responder levanto el dedo índice pidiendo tiempo en lo que hurgaba sus bolsillos hasta sacar de ellos el amuleto marroquí.
—Bien —Dice, ya con el amuleto en la mano —Continua.
—¿Qué es eso? —Pregunta el muchacho.
—¿Qué más da? ¿Quiere algo o solo vienes a joder el sueño?
—Ah, sí, me llamo Abraäo, y ayer pasaste por mi casa y hablaste con mis hermanos, y vengo a firmar el negocio que les propusiste.
—¡¿Qué?! —Exclama Urko, bastante sorprendido y poniéndose aún más alerta.
—Amigo ¿Eres sordo? ¿Te falla la memoria? ¿O me equivoque de persona?
—Primero: no somos amigos, segundo: tengo la memoria perfectamente, y tercero: si, fui yo quien fui a tu casa ayer, pero…
—¿Qué pasa? —Dice Trea, medio dormida.
—Oye, vamos a hablar a otro lado —Sugiere Urko, no quiere que se arme un escándalo.
Urko y el recién llegado se van detrás de una columna de cemento a hablar en privado.
—¿Me repites otra vez y con detalle a que vienes y quien te manda? —Dice Urko.
—Y dices que no eres sordo, me llamo Abraäo Ferreira y soy el hermano de Zeffa, la niña adivina que conociste ayer, me dijo lo de la historia del tesoro que buscas y que andabas necesitando ayuda, y pues, aquí estoy.
Urko queda en silencio unos momentos.
Lo hicieron, de verdad lo hicieron, enviaron a su propio hermano a una misión mortal por un poco de oro, y guiados solo por los sueños supuestamente premonitorios de una niña. No subestima la capacidad humana para el egoísmo y las maldades, pero en este caso, parecían la típica familia pobre y miserable pero unida a pesar de todo ¿Qué cosas debe de hacer Abraäo en su casa como para que les importe poco enviarlo a su muerte?
—Oye —Dice Urko —Mira, la verdad es que ayer yo fui a tú casa solo de sapo, me daba curiosidad los poderes de adivinación de tu hermana y también los tuyos, pero realmente no ando necesitado de mano de obra.
—¿Y de dinero? —Dice, sacando un generoso fajo de billetes de varios reales de su bolsillo y alardeando de ellos.
—¿De dónde sacaste eso? —Pregunta Urko sin entender como alguien que vive en un sitio pobre consigue tanto dinero.
—Son ahorros.
—¿Propios o ajenos?
—Plata es plata, y se ve que te hace falta.
—¿Y convenientemente llegas vos y tienes un montón?
—Pues sí; mira, no sé qué andes buscando tú y me vale madres yo te dejo claro que solo voy por el oro, si quieres pues no aceptes mi ayuda, y sigue viendo tú mismo como te las arreglas porque no tienes dinero y además ¿Sabes siquiera como usar los reales?
Urko está en un predicamento, no esperó que las cosas se pusieran así. No quiere tener otro lastre encima, ya tiene suficiente con las dos niñas, pero no tiene dinero y conseguirlo por sus medios “tradicionales” le tomara días, y de verdad quisiera ahorrarse ese tiempo.
—Oye —Dice Abraäo, impacientado —Es para hoy.
Urko suspira frustrado y contesta:
—Ya que… —Se resigna, pero aun así tiene que dejar claras un par de cosas.
—Bien —Interrumpe el muchacho nuevo —Moviendo las patas entonces, vamos, vamos.