En fin, ahí están, en el límite entre un lote de terreno allanado y una arboleda densa de árboles más altos que una casa y con ramas que soportarían al más grande y pesado de los gigantes, el límite entre el territorio humano y el territorio salvaje. Abraäo no quiere perder el tiempo y trata de avanzar, pero Urko lo frena.
—¡Momentito! Primero lo primero, cámbiense de ropa y pónganse botas —Ordena, y cada uno toma turnos para meterse un poco entre los árboles y ponerse la ropa que Urko compro. Todas son prendas oscuras para camuflarse un poco, y de mangas largas para evitar a los mosquitos, pero ligeras y poco abrigadas, también unos zapatos de suelas muy gruesas, lo que usaría alguien una expedición al campo. La ropa no es del agrados ni comodidad de todos, Urko la escogió adivinando las tallas. Terminan algo incomodos, pero las usan de todos modos, el gigante por su parte usa bermudas oscuras y camisa verde de manga corta, además va descalzo
—No jodas ¿Te vas a meter a la selva así? —L e pregunta Abraäo —¿Y si pisas una culebra?
—Tengo la planta del pie como cuero de rinoceronte —Responde levantando el pie para mostrar la planta llena de callos—Bien, ahora vamos a fijar las reglas.
—¿Reglas? —Le pregunta en joven negro, no le gusta mucho esa palabra.
—Si, regla uno: caminen siempre detrás de mí, pisen solo donde yo deje huella, no se vayan ni un poquito a los lados, regla dos: no toquen NADA, absolutamente nada, si necesitan tocar algo, avísenme primero para que vea yo sí es seguro, regla tres…
Dedica como media hora a dictar reglas sobre qué hacer o no hacer durante el viaje. No tocar nada, caminar en fila detrás de él y no alejarse demasiado, no tocar ninguna rana o insecto de colores vivos, que plantas usar para limpiarse luego de ir al baño, no tirar basura, ni colillas de cigarros, no sonreírles a los monos, no acercarse al agua turbia, etc. Algunas cosas rozando lo paranoico, repitiendo varias veces el hacer o no hacer ciertas cosas muy específicas y advirtiendo de los elevados riesgos de no obedecer las indicaciones, causando muchos nervios y miedo en el grupo.
—Si los ataca un caimán, pueden picarle los ojos, por tratar de hacer algo; si los ataca una boa, traten de buscarle la cabeza y darle ahí, si pueden, hasta decapítenla, y si les muerde una culebra venenosa, solo queda mochar la extremidad, o sea: amputar —Esos últimos consejos hacen que todos traguen saliva del nerviosismo —Además… ¿Se me olvida algo? ¿Alguna pregunta?
—¿Qué hacemos si nos ataca una pantera? —Pregunta Sigrid.
—No hay panteras en América, hay jaguares, que es peor, y si, cierto, si nos encontramos con un jaguar, corran cada cual en una dirección distinta y esperen que persiga a cualquiera menos a ustedes.
—¡¿Es todo?! —Reclama Abraäo.
—No se me ocurre una manera de defenderse de un jaguar que funcione, aparte de tener una escopeta, que no tenemos; si te salta un jaguar encima, solo queda cerrar los ojos y despedirse de este mundo cruel.
—Yo podría con uno.
—Pero te saldría caro, lo mejor es no hallar ninguno.
Las reglas están dichas y las provisiones preparadas, es tiempo de adentrarse en la selva.
Realmente Urko es el único que quiere hacer esto, pero de verdad; no solo está haciéndolo para buscar o conseguir algo, de verdad quiere entrar a la selva porque le gusta. Es el primero en entrar entre la masa de árboles gigantes y detrás le sigue el resto, con muchos nervios y miedo, por su propia seguridad y la de su guía. Si a Urko le pasa algo, todos los demás están jodidos, y por el poco cuidado que está teniendo, es quien más papeletas tiene de sufrir una desgracia.
Por mucho que tengan preocupaciones, el paisaje selvático sigue siendo bastante hipnótico, aunque causa diferentes reacciones en las cabezas de cada uno. Trea esta asombrada y maravillada de lo que ve, Abraäo esta fastidiado por meterse a un ambiente al que no está acostumbrado, Sigrid esta aterrada de lo que puedan encontrar ahí y Urko deja ver que está más cómodo que nadie. Camina relajado, soltando el peso del cuerpo, respirando el aire y mirando en todas direcciones maravillándose con cualquier cosa que vea. No es que ese comportamiento sorprenda a nadie, de hecho, va acorde a la imagen que los otros tienen de los indígenas, si hasta estando descalzo se mueve mejor que el resto entre el terreno tan irregular, incluso se da el lujo de presumir alguna capacidad acrobática, colgándose de algunas ramas como un mono o manteniendo el equilibrio sobre otras. Es muy ágil para ser el más alto de todos.
Y hablando de agilidad, con ese tema se llevan otro par de sorpresas, y es que Abraäo resulta ser quien más problemas tiene para moverse por el lugar, cuando parecía que quienes tendrían ese problema serían las dos niñas, pero no, ellas pisan bastante firme y les asquea poco el barro, solo tienen problemas con las ramas que dan a la cara. Abraäo en cambio tiene asco del barro, del musgo en la madera y de la propia madera húmeda, la suciedad de la selva es distinta a la suciedad de las favelas a las que sí está acostumbrado. Está quedándose atrás y quedando en vergüenza; hasta la enana de pelo rojo con sus piernas cortas se mueve mejor que él en el terreno ¿Cómo es posible?
—¿Qué ustedes ya habían viajado por una selva antes? —Les pregunta.
—No —Responde Trea demorando un poco —¿Por?