Continuación de un romance

Capítulo 1

Ingrid estaba recostada en los brazos de Darío cuando soñó por primera vez a su padre sosteniendo en sus brazos un bebé junto al mar. Sin saber si se trataba de ella, y alojando la pesarosa sensación de que el bebé era quien ella intuía, Ingrid sintió de pronto que la arena bajo sus pies descalzos se colapsó y la hizo caer a un vacío que la obligó a despertar con los ojos envueltos en lágrimas agrias. Darío no sintió el ofuscamiento de Ingrid al despertar de golpe.

Al mirar a Darío aún dormido, Ingrid recordó que la abuela la estaría esperando para hacer las compras. Con rapidez se alistó y acudió al mercado. Saludó a la abuela con amor y el tiempo que transcurrió enseguida pareció ser un parpadeo de pesadez. Ingrid tenía la vista borrosa, y una presión en el pecho se hizo presente, impidiendo que respirara con naturalidad.

Estando de regreso a casa, Ingrid caminaba junto a su abuela por el sendero de todos los días, y como era costumbre, iban tomadas de la mano, como si Ingrid fuera una niña pequeña de la que la abuela debía cuidar pese a su diferencia de estatura, dejando también de lado que Ingrid ahora era ya más fuerte que la abuela en sus años de juventud. Ingrid miraba hacia enfrente, pisando pequeñas hojas de árboles sobre el suelo que no crujían ni tenían el color del otoño. La abuela miraba hacia el suelo, sin cuidar a dónde se dirigían sus pasos, pero caminando como si no quisiera avanzar, solo viendo sin realmente poner atención a lo que sucedía. Ingrid se giró hacia ella sin soltarle la mano. Apreció sus cabellos plateados y su piel brillosa bajo la luz del sol, como adornando las arrugas en su rostro, resaltando el paso de los años sobre su expresión con una respiración agitada en su pecho cansado. Su cara palideció en un instante tan fugaz como las ráfagas del viento que le ondulaban el cabello en movimientos intranquilos. La abuela parecía una niña pequeña, entre triste y asustada, quizá temerosa de un porvenir, o quizá desconsolada porque no le dieron un dulce.

Ingrid no habló, no quiso interrumpir el silencio que embellecía aquella tarde.

Cuando llegaron a la puerta de la entrada de la casa, Ingrid le soltó la mano a la abuela y dejó en el piso la bolsa de mandado que llevaba en la otra mano para sacar el llavero del bolsillo de su chaqueta negra de cuero y abrir la puerta. Cuando el interior de la casa apareció, la abuela la tomó fuertemente del brazo, algo que puso a Ingrid sobre aviso. Algo andaba mal, la abuela parecía preocupada. Ingrid la miró alarmada.

—Hija, ¿Eres feliz? Preguntó después de varios segundos de silencio.

La pregunta sorprendió a Ingrid.

—Sí abue, pero, ¿Porqué me preguntas eso ahora?

—Sabes que puedes venir conmigo.

Ingrid tragó saliva.

—¿Te refieres a Darío? Preguntó con voz ronca.

La abuela apartó la mirada, luego la volvió hacia Ingrid.

—Mírame a los ojos, hija. Dime que eres feliz con él.

Dijo mientras le apartaba la mano a Ingrid de la perilla de la puerta para poner sus manos sobre las suyas, como si tratara de ser su cómplice.

—Abue, te lo juro. Lo amo, y él me ama, somos felices juntos.

La abuela parpadeó rápidamente.

—Hija, yo conozco a los de su clase.

Ingrid no entendió. Solo supuso que la abuela la extrañaba en casa y quería convencerla para volver, pero su lugar estaba junto a Darío. Entonces se limitó a abrazar a su abuela el tiempo que fuera necesario. Unos minutos más tarde, Ingrid la soltó, recogió la bolsa de mandado del piso y cuando se disponía a entrar a casa, la abuela dejó la otra bolsa de mandado dentro de la casa pero sin poner un pie adentro. Ingrid la invitó a pasar, pero la abuela se negó. Explicó que tenía cosas pendientes que hacer, pero que volvería en los días siguientes. Ingrid asintió y la abrazó de nuevo para despedirse. Luego la vio alejarse caminando sobre la banqueta con un poco más de prisa. Antes de entrar a la casa, Ingrid notó que el letrero de venta en la casa gris de enfrente ya no estaba ahí adornando con sus letras rojas la pintura lúgubre y gastada de aquellas paredes. Levantó las cejas, tomó la bolsa de mandado que dejó la abuela y cerró la puerta después de entrar. Miró el reloj colgado sobre la pared en la que también estaba el cuadro de la madre de Darío.

Dejó la bolsa sobre el comedor y apreció las manecillas moviéndose e hizo una pequeña reverencia al cuadro.

Se quitó la chaqueta y la lanzó sobre su cama de cobijas blancas sin detener sus pasos hacia la cocina. «Darío está por llegar, será mejor que me apresure». Pensó al tiempo que se recogía el cabello para comenzar a cocinar. Pero antes encendió el estéreo sobre un mueble que le perteneció a la madre de Darío y colocó su disco favorito de música. Un día la madre de Darío le dijo que la comida llevaba el sazón del cocinero, pero llevaba aún en mayor porción el estado del ambiente en que se cocinaron los alimentos. Ingrid creía firmemente que las piezas de música romántica mejoraban el sabor de la comida, y actuaba cada día acorde a ello.

Siempre se esmeraba en hacer lo que estuviera a su cargo de la mejor manera, y no tanto porque así fuera su forma de hacer las cosas, sino porque quería demostrarle a Darío que lo amaba tanto que el simple hecho de cocinar se había vuelto ya una travesía solo por él. Y tampoco era que escuchara la música, era que pensaba en él cuando lo hacía.

La comida estuvo lista minutos antes de que Darío se posara en la puerta con el maletín en la mano izquierda y el periódico en la derecha.

Ingrid se apresuró a recibirle el maletín, le quitó el saco y puso ambas cosas sobre el sofá. Fue a la cocina y con rapidez sirvió dos platos para luego llevarlos al comedor donde Darío estaba esperando leyendo el periódico. Ingrid también colocó un vaso de refresco junto al plato, y antes de que Darío bajara el periódico, ella le dió un beso tierno en la mejilla.

Siempre que Darío regresaba a casa, Ingrid se ponía tan feliz como la primera vez después de casarse.



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En el texto hay: misterio drama

Editado: 12.05.2024

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